En los relatos de Prieto hay hechos, aunque lo que legó a quienes lo leemos 127 años después de su muerte, es esencialmente una historia emocional de nuestro país. Prieto escribió en los grandes periódicos liberales El Siglo Diez y Nueve y El Monitor Republicano, que dominan el escenario de la prensa casi todo el siglo XIX. Ambos diarios nacieron en los años cuarenta, cuando Prieto empezaba su vida política, y cerraron sus puertas en 1896, un año antes de su muerte.
Las ideas y las palabras: armas temibles
Casi no hay, entre 1841 y 1897, periódico liberal editado en Ciudad de México en el que Guillermo Prieto no haya escrito.
¿De qué escribía Guillermo Prieto?
De todo lo que juzgara digno de contar o de figurar en los libros de historia. Su lectura de la realidad es curiosa y es precisa: detalles raros, chuscos y trascendentes forman parte de su constante actividad; se le da la crónica, pero los llamados cuadros de costumbres, que retratan situaciones de la vida diaria con intenciones críticas y moralistas, son una de sus especialidades. Importado de España, este tipo de textos gana carta de naturalización en México y Prieto es uno de sus más asiduos productores.
En los “San Lunes”, firmados por Fidel –su seudónimo más conocido–, “Charlas Domingueras”, “Crónicas Charlamentarias”, “Revista de la Semana”, “Solaces Dominicales” o “Galería de Niños Malcriados”, están los retratos de los mexicanos de su tiempo, con sus defectos, miserias y ocasiones de contento.
El relato de la guerra contra Estados Unidos
Su habilidad como cronista le permite recuperar para la posteridad algunos momentos que en su pluma cobran impacto y se vuelven documento histórico. Por ejemplo, por don Guillermo y sus contemporáneos, que escriben un libro en colectivo, conocemos los detalles de la invasión estadounidense de 1846-1848; por él sabemos de aquel Zócalo lleno, de los habitantes que contemplaban expectantes la entrada de las tropas norteamericanas y del intenso motín que se desató a continuación.
En sus textos también está la alegría de la victoria mexicana el 5 de mayo de 1862 y el duelo por la muerte de Margarita Maza de Juárez en enero de 1871. Si algo tiene este hombre, es una profunda conciencia de la importancia histórica de lo que viven él y sus contemporáneos.
El escritor satírico
Su otra gran veta es el terreno de la sátira. Un texto escrito “con tinta de escorpiones” sobre Santa Anna le cuesta el destierro a Querétaro. Inventa diarios apócrifos para burlarse de las tropas francesas que avanzan sobre territorio nacional; para reírse de las pretensiones monárquicas de Maximiliano y de los mexicanos encantados con la presencia europea, escribe: “Ya vino el güerito, me alegro infinito. ¡Ay, hija! Te pido por yerno a un francés”.
Es Prieto responsable principal de la pésima imagen popular de Juan Nepomuceno Almonte (hijo del cura insurgente José María Morelos), aliado del proyecto monárquico francés. Dos canciones escritas en los primeros meses de la invasión extranjera, Marcha a Juan Pamuceno y El Telele, traducen al lenguaje del mexicano de a pie los reproches que el partido liberal le dirigió por su viraje político.
Sin embargo, su creación más festiva y popular, que sobrevivió en la boca de la gente, fue Los cangrejos, dedicada con saña a santannistas, militares y clérigos de mediados del siglo XIX. La composición tuvo larga vida, al grado de que las tropas liberales, vencedoras de la Guerra de Reforma, entraron a Ciudad de México cantándola, el primer día de enero de 1861, mientras Prieto los contemplaba, llorando a moco tendido de la pura emoción.
Retratista de lo humano
Los historiadores llevamos años insistiendo en que interesa e importa, para bien de nuestra disciplina y a fin de ofrecer información a los públicos no especializados, rasparle el bronce a los personajes relevantes de nuestra historia política. Someterlos a la prueba del ácido propicia entrever texturas, sus momentos de oscuridad y de luz. Sin embargo, pese a todos los empeños, apenas hemos logrado que Benito Juárez, a 146 años de su muerte, ensaye unos pocos pasos de polka –él, que era tan bailarín– durante unos segundos en la película Huérfanos (2013), y poco a poco nos hemos acostumbrado a la imagen de Miguel Hidalgo, tranquilizando a Ignacio Allende y Juan Aldama a fuerza de tazas de chocolate.
Quien se asome a los escritos de Guillermo Prieto va a encontrarse, precisamente, con docenas de hábiles retratos que nos regalan esa condición humana de los personajes públicos que se cruzan en su camino. De su pluma sale, por ejemplo, un esbozo de Vicente Guerrero: apenas un recuerdo de la infancia que habla de un hombre, en los últimos días de su presidencia, de modales amables, lo suficientemente generoso para conversar con un niño acerca de papalotes y rehiletes y, en opinión del anciano que mira hacia el pasado, con un “talento que hacía olvidar su ignorancia”.
Por Guillermo Prieto sabemos que Andrés Quintana Roo tenía la mala costumbre de comerse las uñas; que la señora madre del presidente Ignacio Comonfort tenía indiscutible ascendiente sobre la voluntad de su hijo; que el periodista Francisco Zarco, después de pronunciar el gran manifiesto que presentaba a la vida pública la Constitución liberal de 1857, volvió a su casa con una edición de lujo de El paraíso perdido de John Milton, obsequio de su gran amigo Benito Gómez Farías; que José María Iglesias era un hombre profundamente bondadoso.
Y si a alguien humaniza la pluma de Prieto es a Benito Juárez. Don Guillermo habla de cuando lleva al oaxaqueño a tomar baños de mar por recomendación médica, durante la Guerra de Reforma. Por la mirada del cronista nos enteramos de cómo una negra veracruzana regaña al presidente, tomándolo por un indio presuntuoso, quien con una media sonrisa aguanta el vendaval de gritos y se ve obligado a vaciar, él mismo, el agua de la palangana que ha usado para lavarse.
Es el Güero –como también era conocido Prieto– quien nos cuenta de ese mismo presidente dando el llamado Grito de Independencia en el desierto de Durango, en septiembre de 1864, después de entregar “todo el dinero que tenemos” –que eran los pocos pesos que llevaba en el bolsillo del chaleco– para que la guarnición que lo escolta pueda armar su fiesta patria.
Es Guillermo Prieto quien logra irritar a Juárez, a tal punto que las cartas del presidente a su yerno Pedro Santacilia, en 1865, traslucen a un presidente encolerizado que olvida su serenidad y trata de “miserable” y “pobre diablo” a nuestro personaje que, no obstante declararse “cantor” del oaxaqueño, se resiste y opone a la prórroga de su mandato y, en cambio, favorece la causa de Jesús González Ortega. No cualquiera podría jactarse de provocarle un exabrupto al Benemérito.
Si quieres saber más sobre Guillermo Prieto, busca el artículo completo “Las ideas y las palabras” de la autora Bertha Hernández publicado en Relatos e Historias en México, número 120. Cómprala aquí.