Sobre la educación de la mujer en el Siglo XIX

La mujer mexicana, en la búsqueda de la equidad de género

Jaime Olveda Legaspi

Durante la Colonia se decía que el rol de la mujer casada era estar resguardada en casa cumpliendo con tareas domésticas y la crianza de los hijos, siendo su máxima virtud ser la esposa de alguien. Tras la Consumación de la Independencia en 1821 esta idea no desapareció, ni tampoco el trato de muchos hombres hacia ellas, quienes las consideraban inferiores, que requerían protección y no necesitaban una educación formal, sino lecciones para hacer feliz al cónyuge.

 

A partir de 1868, cuando el país logró cierta estabilización, la lucha reivindicativa de la mujer comenzó a tener resultados. El Monitor Republicano dio a conocer, con cierto asombro, una nota del 8 de abril de ese año en la que advirtió a los lectores que en poco tiempo el bello sexo de México ocuparía curules en las asambleas legislativas porque esa era la tendencia mundial, y porque las mujeres conseguían, casi siempre, lo que deseaban. Este periódico añadió una petición que un grupo de damas de Missouri dirigió al congreso de ese estado de la Unión Americana para participar en la elaboración de las leyes y en la elección de mandatarios y representantes, apoyándose en el espíritu del siglo y en la justicia.

Las elecciones de 1871 para elegir presidente de la República, en las que tres figuras prominentes se disputaron el cargo, Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, fueron muy disputadas, en parte por la división que hubo entre los liberales. En este proceso electoral, 33 mujeres de la Ciudad de México se hicieron notar en la campaña que postulaba a Juárez nuevamente como candidato a la presidencia. Entre ellas figuraban Juana Capote de Mena, Ángela Cuevas, Josefa Pérez de Valdés, Soledad Salazar, Josefa Cuevas y Eugenia Rodríguez.

Aparte de discutir si debían o no intervenir en las cuestiones políticas, la prensa no dejó de abordar el tema de la educación que debería recibir el bello sexo. Un escritor, Arturo Hainess, publicó un artículo al respecto en el que llamó insensatos a los hombres que se negaban a reconocer el talento y las aptitudes de las mujeres para las ciencias y artes, y reprobó que los varones se consideraran la única y máxima autoridad dentro del hogar. Estuvo a favor de que se les reconocieran sus facultades y recibieran una educación similar a la de los tiempos de la Grecia clásica. Aseguró que si se les daba la libertad de cultivar sus virtudes, formarían ciudadanos virtuosos y útiles a la patria.

Además, con cierta regularidad los periódicos dieron a conocer la noticia de alguna mujer que lograba educarse en alguna institución, con el propósito de que sirviera de ejemplo. Tal fue el caso de Guadalupe Marquecho, quien se graduó en la Ciudad de México de enfermera, después de haber sustentado un brillante examen, según informó El Eco de las Artes en su edición del 21 de diciembre de 1872. También llama la atención que los editores de este periódico, en una nota del 1 de febrero de 1873, hayan postulado a Carolina O’Horan para ocupar el cargo de inspectora de las escuelas municipales, en vista de su sólida instrucción, buena moral, virtudes conocidas y poseedora de una inteligencia no común.

 

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