Durante el siglo XX, la acrobacia deportiva fue promovida por diversas instituciones gubernamentales, las cuales alentaban a sus equipos a hacer demostraciones en diversas ciudades mexicanas.
En 1928, el presidente Plutarco Elías Calles ordenó la creación de los primeros cuerpos de seguridad en motocicleta, pensados para vigilar las principales arterias de Ciudad de México y sus alrededores. En poco tiempo se daría la separación entre la oficina de tránsito del Distrito Federal y la famosa Policía Federal de Caminos. Este hecho, lógico en materia administrativa, generó una rivalidad que los uniformados llevaron a las calles de una manera ingeniosa. Con afán de supremacía, los cuerpos realizaban sus tareas agregando un extra en cuanto al dominio de la motocicleta, como pruebas con unos cuantos metros sin manos, encender un cigarrillo en una curva o una vuelta con temeraria elegancia.
De a poco, el “pique” creció y se fueron agregando suertes más complicadas, unas incluso colaborativas entre las parejas de patrulleros. El secreto a voces llegó a oídos de los superiores, quienes al reconocer la habilidad y popularidad de los ejecutantes, decidieron no eliminar sino institucionalizar la práctica a manera de disciplinados ejercicios, naciendo oficialmente la acrobacia motorizada en las diferentes dependencias.
En seguida organizaron concursos y demostraciones de destreza, eventos que dejaron muy satisfechos tanto a pilotos como a la comunidad que acudía a vitorearlos. De hecho, fueron tan populares que llegaron a la pantalla grande, como se puede observar en la famosa película de 1951 A toda máquina, protagonizada por Pedro Infante y Luis Aguilar. Ellos fueron durante años la imagen simpática de un grupo de seguridad que, por otra parte, fue relacionado desde sus orígenes con la “mordida” y las multas injustas.
Esta situación llevó a que otras instituciones se enorgullecieran de contar con su grupo motociclista, como el ejército bajo la Dirección de Materiales de Guerra e incluso el Instituto Mexicano del Seguro Social por medio de su oficina de Transportes, cuyos miembros practicaban en sus tiempos libres y se consolidaron como una unidad sumamente coordinada que incluso fue enviada a varios estados de la República para llevar a cabo demostraciones.
De pronto, las plazas de toros, los centros deportivos y sobre todo los desfiles se volvieron eventos donde las personas esperaban con ansia a los potentes corceles de hierro y a sus jinetes. Aunque hoy eso ya forma parte del pasado, pues la acrobacia motorizada está casi en extinción entre las instituciones gubernamentales nacionales.