Silao, agosto de 1860. Una batalla decisiva

Emmanuel Rodríguez Baca

En 1860 el joven general Miguel Miramón lideraba un ejército conservador que había sido imbatible desde el comienzo de la Guerra de Reforma. Por ello, no se esperaba su derrota en Silao.

 

La madrugada del jueves 10 de mayo de 1860, Miguel Miramón, a la cabeza de la División del Centro, salió de Ciudad de México para enfrentar al ejército liberal que amenazante se dirigía al centro del país. Iniciaba la campaña confiado en que obtendría una victoria rápida y contundente, como lo había hecho ya en otras ocasiones en el transcurso de la Guerra de Reforma; no obstante, la suerte le sería adversa al llamado “Soldado de Dios”, pues tres meses más tarde fue derrotado en Silao (Guanajuato). El impacto de este hecho de armas fue tal, que no solo precipitó el fin de la administración que emanó del Plan de Tacubaya a finales de 1857, sino el de la conflagración civil que por tres años azotaría a la República.

La guerra estancada

La República Mexicana inició 1860 enfrascada en una guerra que se había prolongado por dos años y a la que no se le veía un final cercano, debido en gran parte a que ninguno de los gobiernos que se asumían como legítimos, el constitucional (encabezdo por Benito Juárez) y el tacubayista (con Miramón al frente), tenía un control total del país. No obstante, el historiador jalisciense Manuel Cambre (1840-1911) apuntó que el segundo estimaba pronto el triunfo de su causa, mientras que el primero, con “todo y los tremendos reveses que acababa de experimentar, distaba mucho de consentir ser vencido”.

Para marzo, la atención del país se fijó en el sitio que Miguel Miramón mantenía sobre el puerto de Veracruz, más su intento por apoderarse de él. Es importante resaltar que el hecho de que el Macabeo –como también lo llamaban– estuviera ocupado en esa campaña fue aprovechado por las fuerzas liberales, las cuales comenzaron a reorganizarse en Jalisco, Aguascalientes y San Luis Potosí. Esto traería un cambio significativo en la contienda, pues el predomino militar que hasta entonces había favorecido al ejército conservador comenzó a equilibrarse e incluso a favorecer al constitucional.

El avance liberal

La arremetida liberal en el centro-norte del país comenzó el 24 de abril de 1860 con su victoria en Loma Alta, Zacatecas, la cual les dejó libre el camino a Guadalajara. El alcance de esta acción fue tal, que hizo necesaria la presencia de Miramón en el interior del país para frenar el avance de sus adversarios y recuperar el control militar de aquel territorio.

Una vez que el presidente conservador llegó a Guadalajara, fijó su atención en detener al general Jesús González Ortega, quien se dirigía a ocupar el Bajío. Miramón era consciente de que, al efectuarse esto, se cortarían sus comunicaciones con Ciudad de México y quedaría atrapado en medio de las fuerzas liberales.

Si bien la situación era apremiante, fue hasta mediados de julio que pudo distribuir algunas secciones de su ejército en distintas poblaciones de Guanajuato. Por su parte, las secciones del ejército liberal que habían ocupado Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes y Morelia partieron para incorporarse a González Ortega en Lagos de Moreno. Uno de los jefes que arribó a esa plaza fue Ignacio Zaragoza, con quien el primero resolvió marchar a enfrentar a Miramón.

Frente a frente en Silao

Mientras las fuerzas liberales se internaban en Guanajuato, Miramón se movió de Lagos –en donde había establecido su cuartel– a Silao. Estaba confiado en que en esta población derrotaría sin dificultad a sus enemigos, tal y como lo hizo saber a su esposa Concepción Lombardo en una carta. Fue en las primeras horas del 9 de agosto que el Macabeo se enteró de la cercanía de sus adversarios, después de lo cual ordenó a sus hombres formarse en batalla y estar preparados para disparar sus fusiles en el momento en que recibieran la orden.

Por su parte, los constitucionalistas, después de pernoctar en León, se presentaron en las inmediaciones de Silao la noche del referido día 9. Allí, después de formar sus columnas, quedaron preparados para el encuentro armado que, sin duda, se verificaría en la siguiente jornada. Todo estaba listo para el enfrentamiento.

El tránsito del día 9 al 10 de agosto fue de incertidumbre. Los liberales aprovecharon la oscuridad para mover su artillería, la que lograron situar a setecientos metros del enemigo. Pasadas las tres de la mañana se escuchó el toque de diana en el campamento federal, después de lo cual se procedió a pasar lista y a dar el rancho a la tropa. Hecho esto, la infantería se apostó “entre los matorrales y las siembras, inmóviles y mudos”, de acuerdo con el general liberal Jesús Lalanne (1838-1916).

El esperado encuentro comenzó al romper el alba del viernes 10 de agosto. Minutos antes de las seis de la mañana, los “Doce Apóstoles”, como llamaba Miramón a sus cañones, abrieron fuego sobre las columnas constitucionalistas, lo que no impidió a estas continuar su avance; lejos de ello, contestaron arrojando granadas. A partir de entonces, como apuntó Cambre, el “cañoneo se generalizó por ambas partes”. Así también lo registró Lalanne:

“[el fuego enemigo] fue contestado por nuestros veintiún cañonazos, que asombraron al enemigo […]. Desde ese momento nuestra superioridad quedó establecida. Una lluvia incesante de fierro cubría la batalla enemiga y protegía el rápido avance de nuestras columnas, que ni por un instante se interrumpió”

No fue sino hasta las siete de la mañana que la infantería conservadora tomó parte en la acción, pero poco pudo hacer, pues apenas quince minutos después uno de sus batallones más importantes fue “desecho” y dispersado con parte de la caballería.

Dos horas bastaron a las fuerzas liberales para vencer a las tacubayistas: a las ocho de la mañana el combate había concluido. La derrota de Miramón fue completa. Este permaneció en el campo de batalla hasta el último momento, después de lo cual se retiró protegido por el comandante Ibarguren, jefe de un cuerpo de auxiliares.

 

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