¿Quiénes fueron los socios financieros de la conquista de México?

Hugo Martínez Saldaña

 

Cortés participó en la conquista de Cuba y desde esta isla caribeña consolidó su posición económica, además de diversificar sus negocios y relaciones con la élite política y financiera. Sin embargo, ahora sabemos que la exploración y explotación de los recursos americanos fueron una empresa social y económica compartida por grupos y no solo por individuos. Por lo que es importante poner atención en el papel financiero que tuvo la élite burocrática de Cuba y los comerciantes sevillanos en la expedición a Yucatán de 1519 y en el proceso que concluyó con la conquista de México-Tenochtitlan.

 

La idea general que prevalece es que Hernán Cortés era un hombre rico y dispuesto a financiar gran parte de la empresa que terminaría con la conquista de México-Tenochtitlan, pagando de su bolsa la gran mayoría de los gastos de la expedición organizada por Diego Velázquez, gobernador de Cuba. Esta idea pudo surgir de la primera carta del cabildo de la Rica Villa de la Veracruz, que el 10 de julio de 1519 escribió al emperador Carlos V explicando que Cortés

 

“tenía mejor aparejo que otra persona alguna de la dicha isla, por tener por entonces tres navíos suyos propios y dineros para poder gastar [...]. Y visto por el dicho Fernando Cortés lo que Diego Velázquez le decía, […] propuso de gastar todo cuanto tenía en hacer aquella armada, casi las dos partes de ella a su costa, así en navíos como en bastimentos, de más y allende de repartir sus dineros por las personas que habían de ir en la dicha armada, que tenían necesidad para se proveer de cosas necesarias para el viaje.”

 

Siguiendo esas líneas, la expedición fue pagada por Velázquez y Cortés, y les costó cerca de un tercio al primero y el resto al otro. Sin embargo, ahora sabemos que la exploración y explotación de los recursos americanos fueron una empresa social y económica compartida por grupos y no solo por individuos. Por lo que es importante poner atención en el papel financiero que tuvo la élite burocrática de Cuba y los comerciantes sevillanos en la expedición a Yucatán de 1519 y en el proceso que concluyó con la conquista de México-Tenochtitlan.

 

Mejor aparejo que otra persona

En 1504, aproximadamente a los diecinueve años, Cortés llegó a la isla de Santo Domingo, donde se asentó como vecino. Al parecer contó con el favor del gobernador de La Española (hoy República Dominicana y Haití), Nicolás de Ovando, quien le entregó la encomienda de Daiguao y el cargo de escribano en el ayuntamiento de Azúa.

Años después, cuando el almirante Diego Colón –hijo de Cristóbal y para entonces virrey de las Indias– planeó y ordenó la conquista de Cuba en 1511, encomendó dicha misión a Diego Velázquez, quien llevó a Miguel de Pasamonte como tesorero de los derechos del rey, y a Cortés por secretario de este. Como recompensa por su participación en la conquista de la isla, Velázquez dio a Cortés y a Juan Xuárez la encomienda de Manicarao.

Después, Cortés se asentó en la ciudad de Santiago de Barucoa, primer pueblo español en Cuba, de donde fue gobernador en dos ocasiones. Sus negocios entonces se diversificaron: cría de vacas, ovejas y yeguas; explotación de las minas de Barucoa; y hasta, como dice el cronista Francisco López de Gómara, autoridad “para entender en edificios, como fueron la casa de la fundición y un hospital”.

 

Una sociedad secreta

En 1518 Velázquez, ya como gobernador de Cuba, envió a su sobrino Juan de Grijalva a las costas de Yucatán, con el objetivo de rescatar plata y oro. En aquella expedición, Grijalva exploró el río que ahora lleva su nombre y viajó hasta una tierra que llamó San Juan, tomando posesión de ella por el rey y a nombre de Velázquez.

Al regreso de Grijalva y ante las noticias de las riquezas encontradas, Velázquez decidió organizar otra expedición. El gobernador platicó con Baltasar Bermúdez a fin de unir fuerzas en esta empresa; mas como Bermúdez pidió a Velázquez 3,000 ducados para habilitar dicha incursión, el trato no se completó. Esto llevó al establecimiento de la sociedad en la cual Cortés aportó 2,000 castellanos en oro, mientras que Velázquez dio 1,000 que, según Gómara, pertenecían a Pánfilo de Narváez, los cuales tenía en su poder debido a la ausencia de este. El gobernador aprovechó para otorgar dinero a muchos soldados, aunque con obligación de mancomún o mediante fianzas.

Algunos afirman que la sociedad fue ratificada a través de un documento notarial, emitido por Alonso de Escalante y fechado el 23 de octubre de 1518. Pero este documento contiene las instrucciones que Velázquez dio a Cortés y no hablan ni de la sociedad ni del dinero, como lo asevera Joaquín García Icazbalceta. Al contrario, al releer los relatos sobre los preparativos para la nueva expedición a Yucatán, salta a la vista la formación de una compañía secreta entre Cortés, Andrés de Duero y Amador de Larez.

Andrés era natural de Fuentes del Duero e hijo de Juan el Mudo y de su mujer llamada María. Pasó a las Indias a principios de 1517. Por esta fecha vemos que su encumbramiento fue vertiginoso y no puede descartarse la influencia en ello del adelantado Diego de Velázquez, de quien se dice fue secretario. Amador de Larez, por su parte, obtuvo el 5 de junio de 1513 una real provisión mediante la que se le concedía el oficio de contador de Cuba, el cual iría acompañado de doscientos indios de repartimiento y un sueldo anual de 80,000 maravedíes.

Debido al poco tiempo que tenía Duero en Cuba, parece claro que su papel en la sociedad fue a nombre del gobernador Velázquez. Asimismo, en la expedición a Yucatán, Cortés pudo organizar varias compañías; durante los preparativos, consiguió, en la ciudad de Santiago de Barucoa, 4,000 pesos de oro en efectivo y otros 4,000 en mercancías, los cuales obtuvo de Jaime y Jerónimo Tria, Pedro de Jerez y Antonio de Santa Clara, a cuenta de los indios de su encomienda, su hacienda y otras tantas fianzas. Este adeudo fue completado, según Gómara, con otra deuda que ascendía a unos 7,000 ducados. Así expresados los hechos, parece que la riqueza de Cortés estaba basada más en bienes y prestigio que en dinero constante.

Con el dinero obtenido, nos cuenta Gómara, Cortés “compró dos naos, seis caballos y muchos vestidos. Socorrió a muchos, tomó casa, hizo mesa, y comenzó a ir con armas y mucha compañía”. En la comunidad de la Trinidad, entre otras adquisiciones, se hizo de una carabela cargada de cazabe y tocino, comprada de fiado y a razón de que su propietario, Juan Sedeño, vecino de La Habana, se embarcó en la expedición.

Cortés también habría de comprar un bergantín, el cual dotó de armas, artillería y munición; mientras que para su manutención adquirió vino, aceite, menestras y otras cosas útiles. A lo anterior debemos sumar que obtuvo 700 pesos de oro de Diego Sanz, dueño de una bohonería. De este modo, la “riqueza” y prestigio de Cortés solo sirvió como fianza para atraer a capitalistas más solventes.

 

Enriquecer por rescates y poblar por fuerza

Entre el acuerdo de Cortés con Velázquez y la partida de la nueva expedición, el gobernador decidió replantear su sociedad con el que había nombrado como su adelantado. Baltasar Bermúdez y Velázquez se pusieron de acuerdo para disuadir a Cortés de que abandonara el plan; para convencerlo incluso le pidieron a Larez que lo convenciera de no ir a Yucatán. Como sabemos, Cortés se negó.

Meses después, en 1519, una vez establecido el cabildo de la Villa Rica de la Vera Cruz, Cortés quedó legalmente fuera del ámbito de la jurisdicción del gobernador de Cuba; por lo menos ese fue su argumento desde entonces. Mediante la creación de ese órgano, también sentó las bases para repartir sus adeudos por la expedición, como sugiere Gómara:

 

“bien sabía cómo hasta estar de asiento y conoscidos [sic] en la tierra, no tenían de que se mantener sino de los bastimentos que él [Cortés] traía en los navíos; [por lo] que tomase para sí y para sus criados lo que hubiese menester o le pareciese, y lo demás se tratase en justo precio; e se lo mandase entregar [al cabildo] para repartir entre la gente, que a la paga todos se obligarían, o lo sacarían de montón, después de quitado el quinto del Rey; y aun también le rogaron que se apreciasen los navíos con su artillería en un honesto valor, para que de común se pagasen, y de común sirviesen en acarrear de las islas pan, vino, vestidos, armas, caballos y las otras cosas que fuesen menester para el ejército y para la villa.”

 

Con el establecimiento del cabildo, Cortés cubrió el tema legal respecto a relevarse de la encomienda de rescate hecha por Velázquez, al tiempo que compartía el adeudo adquirido para el avituallamiento de la expedición, al convertir a la gente que lo acompañaba en socios de la empresa. Finalmente, se granjeaba la buena voluntad de la tropa al parecer como magnánimo y generoso.

 

Desobedecer las provisiones reales

En 1520 Velázquez, molesto porque Cortés había enviado información directa de sus acciones al emperador y no a él, como gobernador de Cuba, decidió enviar a Pánfilo de Narváez para requerir que Hernán lo reconociera por capitán general y gobernador de los territorios hallados.

Narváez se embarcó en Guaniguanico, población al poniente de Cuba, junto con el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, oidor de Santo Domingo. Andrés de Duero, como representante de Velázquez y Narváez en esta expedición, y –dice Gómara– “conocido y amigo [de Cortés], a quien debía dineros, que le prestó para acabar de fornir la flota, venía a decirle fuese a obedecer al general y teniente de gobernador Pánfilo de Narváez, y a entregarle la tierra y fuerzas della”.

En la entrevista entre los socios, según relata el cronista Bernal Díaz del Castillo, Duero demandó a Cortés su parte correspondiente de la compañía, cuanto más que el tercer socio, Larez, había fallecido. Pero sobre todo, la reunión fue aprovechada por Hernán para convencer a Duero de que atrajera a su causa a otros miembros del campamento de Narváez, como Agustín de Bermúdez, alguacil mayor real; para cumplir mejor dicha encomienda, Cortés cargó con oro a dos indios cubanos que acompañaban a Duero, como hizo con otros del real de Narváez que habían acudido a verlo (un fraile mercedario y un saldado apellidado Usagre). Fracasada la misión de Narváez, los de su campamento pasaron a engrosar las filas de Cortés, como sucedió con Duero, quien permaneció a su lado varios meses más.

 

Todo el oro y joyas y ropa

¿En algún momento el cabildo y la gente regresaron a Cortés lo que les “prestó en Veracruz”? La respuesta es: sí. El monto se le devolvió de lo obtenido por el rescate que el emperador mexica Moctezuma II proporcionó a los españoles, suma considerable que el tlatoani recaudó entre sus dependientes, según refiere Gómara:

 

“Vinieron todos los mensajeros, aunque tardaron hartos días, y recogió Cortés y los tesoreros todo lo que trajeron; fundiéronlo, y sacaron de oro fino y puro 160,000 pesos, y aun más, y de plata más de 500 marcos; repartióse a cada uno según era. Al de caballo, doblado que al peón, y a los oficiales y personas de cargo o cuenta se dio ventaja; pagósele a Cortés de montón lo que le prometieron en la Veracruz; cupo al Rey de su quinto más de 32,000 pesos de oro, y 100 marcos de plata; de la cual se labraron platos, tazas, jarros, salserillas y otras piezas, a la manera que indios usan, para enviar al Emperador.”

 

Riquezas que, sin embargo, se perdieron tiempo después, cuando la noche del 30 de junio de 1520 los mexicas hicieron huir al ejército español por la calzada de Tacuba. Pasaje que retomaremos en palabras de Cortés:

 

“Y dejando aquella gente a la delantera, tomé a la rezaga donde hallé que peleaban reciamente, y que era sin comparación el daño que los nuestros recibían, así los españoles como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban, y así a todos los mataron, y muchas naturales de los españoles; y asimismo habían muerto muchos españoles y caballos y perdido todo el oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos, y toda la artillería.”

 

Aunque no todos sostenían lo mismo; por ejemplo, Bernardino Vázquez de Tapia, uno de los principales testigos en el juicio de residencia a Cortés, afirmaba que (se respeta ortografía original):

 

“al tiempo que salieron huyendo de la cibdad de Temistitan, el dicho Fernando hizo cargar en una yegua morcilla mucho oro e con ella un paje suyo de cámara que tenía cargo de oro suyo e joyas, e que ansí mismo el dicho don Fernando hizo sacar allí mucho oro, otro que decía que era del rey e del común [...] e después de salidos de la dicha cibdad no pareció la dicha yegua cargada de oro ni el paje de cámara que con ella iba ni las personas que lo llevaron a cargo, e como el dicho Cortés vido que la yegua e el oro era perdido, echó fama que aquel oro que se perdió era lo de su Magestad e lo otro que se había salvado, que fueron cuarenta e cinco mil pesos o más, dijo que era lo suyo, e para salir con su intinción fizo cierta probanza que aquello era lo suyo e no de su Majestad, e ansí quedó con el dicho oro sin dar parte a su Majestad.”

 

Pero si los medios del pago se “perdieron”, no así los adeudos, pues incluso Duero, el resto de los sobrevivientes y los hombres que habían llegado con Narváez pasó a Tlaxcala, aseguraban que

 

“no vían la hora de se volver a la isla te Cuba, a sus indios e minas de oro, renegaban de Cortés y de sus conquistas, especial el Andrés de Duero, […] maldecían el oro que le había dado a él y a los demás capitanes, que todo se había perdido en las puentes. Y como habían visto las grandes guerras que nos daban y con haber escapado con las vidas estaban muy contentos, e acordaron de decir a Cortés que no querían ir a Tepeaca ni a guerra ninguna, sino que se querían volver a sus casas, que bastaba lo que habían perdido en haber venido de Cuba.”

 

En su desesperación se reunieron varios españoles y con requerimiento ante escribano solicitaron a Cortés les diese permiso de volver a Cuba, a lo que, pasados algunos días, él accedió. Entre los que regresaron se encontraba Duero, a quien Hernán, según cuenta Díaz del Castillo, “prometió que si volvía a ganar la Nueva España y cibdad de México [...] le daría mucho más oro que le había de antes dado, y ansí hizo otras ofertas a los demás capitanes, en especial [a] Agustín Bermúdez, y les mandó dar matalotaje, que en aquella sazón había, que era maíz y perrillos salados y pocas gallinas y un navío de los mejores”.