En París, el asesino es “aquel que, sin pasión ni necesidad, abre de repente las puertas de su casa y se abalanza como un demente sobre mil de sus semejantes, arrojándoles toda la fuerza de un carro veloz y de dos vigorosos animales”. Lo que textos de ese tipo vienen a ilustrar es una auténtica guerra social entre peatones y usuarios de coches.
El coche homicida
Un tema totalmente nuevo aparece en los textos de finales del siglo XVIII: el del coche homicida, el cual encontramos en autores tan diversos como Louis-Sébastien Mercier o Nicolas Restif de la Bretonne. En 1789 se publica otro panfleto anónimo titulado Los asesinos o denuncia de la tiranía abusiva de los coches, donde el autor ataca con vehemencia a los faetones, calesas y cupés ingleses de moda; todos vehículos ligeros y “veloces como el águila”, bien adaptados a la circulación en medio urbano.
Como lo afirma, se suele creer que los asesinos son los salteadores de camino capaces de matar por un poco de dinero, pero no: en París, el asesino es “aquel que, sin pasión ni necesidad, abre de repente las puertas de su casa y se abalanza como un demente sobre mil de sus semejantes, arrojándoles toda la fuerza de un carro veloz y de dos vigorosos animales”. Lo que textos de ese tipo vienen a ilustrar es una auténtica guerra social entre peatones y usuarios de coches.
Peatones y usuarios de carrozas
Más concretamente, un texto como ese surge en la intersección de dos fenómenos que se manifiestan de manera opuesta durante el siglo XVIII.
Por un lado está el incremento espectacular de los transportes a caballo en la capital, provocado por el flujo de mercancías y alimentos –París tiene ya 700,000 habitantes–, así como por la multiplicación de los usos particulares, como bien lo demostró el historiador Daniel Roche.
Si en el siglo XVII el uso de carrozas era reservado a las familias reales y aristocráticas, modelos más ligeros pusieron el coche al alcance de las nuevas clases medias: comerciantes, magistrados, financieros, pero también maestros artesanos o curas que antes solo caminaban, montaban burros o, en el mejor de los casos, caballos.
Ser dueño de un coche seguía siendo el privilegio de los nobles y de la burguesía más acomodada, ya que implicaba contar con un establo, un almacén para el heno y la paja, un cochero o un lacayo, así como un suministro de agua y avena en cantidades suficientes. Sin embargo, el auge de los coches de alquiler, disponibles por hora o por día, vinieron a abrir ese panorama al ofrecer un prototipo de los futuros taxis.
Según evaluaciones plausibles, el número de coches particulares se dispara durante el siglo de la Ilustración, pasando de trescientos vehículos a principios del siglo XVIII a más de veinte mil cuando nuestro autor redacta su petición; es decir, ¡un aumento de 7,000%! Mucho antes del automovilismo de masas, la presencia del coche en las ciudades ya se había vuelto algo banal.
Por otra parte, inicia un proceso contrario, aunque todavía marginal: los desplazamientos a pie dejan de ser exclusivos de las clases populares parisinas al volverse de moda en los medios ilustrados. Ya no se trata de ir de un lugar a otro, sino de pasear. Poco a poco, las élites bajan de sus carrozas para recorrer los bulevares arbolados o los jardines.
Los filósofos de la Ilustración ven en el caminar una virtud opuesta a la molicie de quienes van en coche. Pasear alcanza el estatus de práctica socialmente valorizada por motivos de higiene, lucidez y contacto con el mundo. Jean-Jacques Rousseau se vuelve un prosélito de este hábito, mientras que Restif de la Bretonne lo practica de manera cotidiana y nocturna. Durante la Revolución, el peatón se vuelve una figura política central, tal como lo personifica el sans-culotte (los “sin calzones”, las clases bajas francesas).
Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #151 impresa o digital:
Guerra de Castas. Versión impresa.
Guerra de Castas. Versión digital.
Recomendaciones del editor: Si desea conocer más historias sobre la vida cotidiana en México, dé clic en nuestra sección “Vida Cotidiana”.
Arnaud Exbalin. Doctor en Historia por la Universidad de Aix-Marseille (Francia) e investigador del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos y de la Casa de Velázquez de Madrid. Sus ejes de investigación son los mundos urbanos, el control y las regulaciones sociales, las castas y el mestizaje, así como las reformas policiales en el siglo XVIII en ciudades latinoamericanas. Sobre estos temas ha publicado diversos artículos y coordinó la recopilación Collection de documents pour comprendre les Amériques. Le Mexique (v. 1, 2013).
Una ciudad sin coches