Desde sus orígenes, Paseo de la Reforma ha sido el mejor escaparate citadino. Orgullo de la capital, es el muestrario perfecto de las más reconocidas tendencias arquitectónicas, escultóricas y urbanísticas, así como espejo de gobernantes y gobernados. Arteria principal por excelencia, ha sido también el eje de expresiones civiles y patrióticas, escenario de fiestas y desfiles, protestas y manifestaciones sociales.
A lo largo de sus más de 150 años de existencia, este Paseo, lujo de la élite porfiriana, ha sufrido múltiples transformaciones. Si fue concebido como ruta imperial, se convirtió en arteria inútil durante los gobiernos posteriores a la restauración de la República. Luego fue rescatada por la visión urbana del Porfiriato, que hizo de este lugar el refugio preferido de la nueva clase surgida desde las bondades del poder.
Su historia comienza precisamente a la llegada de los emperadores Maximiliano de Habsburgo y Carlota de Bélgica, quienes desde antes de su arribo al país en 1864 se dieron a la tarea de planear lo que debería ser la capital del Imperio. Evidentemente, ya instalados se dieron cuenta de que la magnitud de los trabajos sería mucho mayor a lo que proyectaban. No obstante, las tareas comenzaron de inmediato.
De corte imperial
A pesar de todo lo que se ha escrito sobre el trazo original de esta vía, hoy día resulta imposible saber quién fue el autor del diseño del que en un inicio fue llamado Paseo del Emperador, ya que ningún investigador ha logrado hallar un documento que lo confirme, a pesar de que los historiadores coinciden con frecuencia en que fue el cadete y topógrafo Alois Bolland Kuhmackl, como lo señala la especialista Nizza Santiago Burgoa.
No obstante esta incógnita, la vía ya es mencionada desde 1864 en diversos documentos, resguardados en el Archivo General de la Nación. Un informe del 29 de octubre de ese año del director de Caminos, Benito León Acosta, señala: “Hoy se ha concluido del todo la calzada que conduce a Chapultepec por la Hacienda de la Teja, contando desde el principio del Paseo de Bucareli hasta la puerta de Bosque”.
Y es sobre ese camino ya trazado que se hace la propuesta del Plan de Mejoras de 1866 (preservado en el Archivo Histórico de la Ciudad de México), el cual dispone arreglar los terrenos, plantar árboles y trazar caminos para que se pueda, en los años venideros, poner a la derecha e izquierda de la calzada edificios de utilidad pública. El ordenamiento incluía hermosear la vía con cuatro hileras de árboles, bancos de hierro, fuentes e irrigadores con una máquina hidráulica general. Y preveía, en el centro, una glorieta con la fuente monumental de Cristóbal Colón, de acuerdo con los dibujos del arquitecto Ramón Rodríguez Arangoiti.
Vale aquí señalar que los terrenos para la construcción de la nueva calzada eran propiedad, en el primer tramo que cubría hasta la glorieta de Colón aproximadamente, de Francisco Somera, quien en marzo de 1866 fue nombrado ministro de Fomento del Imperio. El resto, lo que era la hacienda de la Teja, pertenecía a Rafael Martínez de la Torre, quien a la postre fue uno de los abogados defensores de Maximiliano en el juicio de Querétaro, al siguiente año.
Aunque en estricto derecho se le debieron haber pagado sus tierras a Martínez de la Torre, en el Archivo Histórico de la Ciudad de México se encuentra una reclamación que en 1872 hace sobre las tierras del Paseo (ya entonces llamado de la Reforma). Aparte, en 1889 el secretario de Fomento del gobierno porfirista solicita al ayuntamiento copia de la constancia del pago a Somera, a lo que la autoridad municipal responde que en sus archivos no se encuentra ninguna. Así, es difícil afirmar que se les pagó a sus antiguos dueños.
Lo cierto es que a pesar de que el Paseo estaba terminado y de que “sus majestades imperiales” lo utilizaban con cierta frecuencia, las obras proyectadas no comenzaron ni siquiera a construirse. Sin embargo, debe haber sido utilizado por el pueblo que veía, en ese corte diagonal, una buena manera de dirigirse a otras tierras más allá, como el rancho de Anzures o la hacienda de los Morales. Fue seguramente por eso que en octubre de 1866 el ministro de Gobernación de Maximiliano, José María Esteva, se dirige al alcalde de la capital en los siguientes términos: “Dispone el emperador proceda usted desde luego a formar un reglamento que se sujetará a la aprobación de S. M. […] en el cual se prevenga de manera muy terminante que por la calzada formada entre Chapultepec y México quede prohibido el tránsito de carros de cualquier tipo así como el paso de reuniones de música, entierros, procesiones, etc., a menos que Su Majestad lo ordene. A los contraventores se les castigará con multa proporcional”.
Aunque el reglamento se hizo, el Imperio fue derrocado tras el triunfo de las armas nacionales pocos meses después y el Paseo no llegó a ser el anhelado sitio proyectado por los emperadores y su séquito.
Con aires de modernidad
Fue hasta 1868 que se comenzaron a plantar fresnos, arreglar terraplenes, construir guarniciones de recinto y limpiar zanjas. Para 1872, la entonces llamada calzada Degollado se consideró un paseo público por disposición del presidente Benito Juárez. Y el 26 de febrero de ese año se especificó el nuevo nombre: de la Reforma.
Tras la muerte de Juárez, el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada dijo haber recibido la calzada en el más completo abandono, por lo que la Comisión de Paseos solicitaba al cabildo “se sirva atender este negocio aunque sea en la parte más indispensable”.
A pesar de los esfuerzos del gobierno lerdista, fue durante el Porfiriato cuando aquella calzada adquirió la imagen que Maximiliano no logró concretar. La investigadora Lisett Márquez-López señala que en ese periodo “el Paseo de la Reforma era el espacio público predilecto de la ciudad, en el cual poco a poco se fueron asentando magnas casas de campo, lujosos hoteles, elegantes cafés y establecimientos recreativos”. Aparte, “fue uno de los ejes organizadores de la expansión de la urbanización sobre la periferia, como ámbito privilegiado para el negocio con el suelo urbano, y lugar de segregación habitacional y recreativa de las clases sociales dominantes”.
En esa época se convirtió en el sitio idóneo para rendir el culto a la patria y, con el deseo de unir razas y continentes, en 1877 se inauguró el monumento a Cristóbal Colón y diez años después el de Cuauhtémoc, obra insigne del escultor Miguel Noreña. Con estas piezas de dos fechas emblemáticas, 1492 y 1521, a las que se sumaba el famoso “Caballito”, colocado en la primera glorieta muchos años antes, Paseo de la Reforma iniciaba su ruta hacia la modernidad de la Belle Époque, en un país que lentamente comenzaba a restituirse después de años de luchas intestinas, mismas que fueron representadas por las esculturas de los personajes que flanquearon el Paseo y con las que la Federación rindió homenaje a sus próceres patrios, las cuales comenzaron a colocarse en 1889.
Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "Noticias sobre Paseo de la Reforma" de la autora Guadalupe Lozada León, que se publicó en Relatos e Historias en México, número 107.