Motín a bordo

De náufragos a prófugos de la ley: los supervivientes del Navío Nuestra Señora del Juncal en 1631

Flor Trejo Rivera

Nuestra Señora del Juncal era la nave almiranta de la flota de Nueva España de 1631. En el siglo XVII, los galeones eran buques muy pesados y lentos que podían ser usados para el comercio o la guerra.

 

Dejando perecer y ahogarse al general capitán de infantería y otras muchas personas que venían en la dicha nao, hiriendo y matando a algunos de ellos para solo escapar sus personas en la chalupa…”. Con esta terrible descripción del momento en que un galeón se perdía en medio de las aguas de la sonda de Campeche en el otoño de 1631, se relatan, en un proceso judicial, los últimos momentos del navío almiranta Nuestra Señora del Juncal. Con la sentencia podemos imaginar cómo, en el momento crítico en que la vida de muchas personas dependía de un pequeño batel, las jerarquías a bordo no se respetaron e incluso la violencia imperó para ganarle el juego a la muerte.

Nuestra Señora del Juncal era un galeón de la Carrera de Indias de 669 toneladas. Después de enfrentarse a dos fuertes nortes durante el tornaviaje del puerto de Veracruz hacia La Habana, sus maderos no resistieron el embate de las olas y los fuertes vientos. En la noche del 31 de octubre de 1631, tras diecisiete días de navegación, perdieron la vida tripulantes y pasajeros. El comercio sufrió el quebranto de un costoso cargamento de productos tintóreos, cacao y seda, mientras que el rey de España, Felipe IV, extraviaba en medio del golfo de México su valiosa hacienda –más de un millón en reales y barras de plata–, sin contar el contrabando que se escondía en las bodegas del galeón.

En la madrugada del día de Todos Santos, en medio de una tormenta, se habían salvado milagrosamente 39 personas en la única chalupa que había a bordo del Juncal. Sin pan, agua ni remos, pero con un valioso tesoro a bordo, los supervivientes se enfrentarían durante su trayecto en el mar a la dureza del clima y, una vez en tierra, a las exigencias de la justicia.

¿Quién debía salvarse?

En la época en que sucedió esta desgracia, todas las embarcaciones que hacían el trayecto trasatlántico solamente contaban con una chalupa. Esta se utilizaba para bajar a tierra, de avanzada, a fin de verificar la profundidad en alguna zona de posible riesgo para el casco o cualquier maniobra de comunicación que se requiriera durante el trayecto. Este dato nos obliga a hacernos la siguiente pregunta: ya que solamente se contaba con una lancha a bordo, en caso de accidente ¿qué o quién debía salvarse?

Cada aspecto del sistema de flotas de la Carrera de Indias estaba cuidadosamente legislado. Tras los primeros años de viajes para establecer el comercio trasatlántico entre el Nuevo y el Viejo Mundo, se estableció, a través de ordenanzas, que los barcos mercantes, para mayor seguridad durante el trayecto, debían viajar en convoy y ser resguardados por dos embarcaciones de guerra, denominados capitana y almiranta. Así, los buques mercantes eran de particulares y los de guerra pertenecían al rey. En este sentido, los navíos que protegían el convoy también eran responsables de llevar lo más valioso: metales preciosos, documentación oficial y los pasajeros de mayor jerarquía.

En ese orden de ideas, la chalupa de un barco de guerra, en caso de un siniestro, se destinaba a poner a salvo a los altos mandos del galeón: capitán general, almirante, piloto y funcionarios del rey. La lógica que sustentaba esta decisión radicaba en que los responsables de mayor jerarquía a bordo debían rendir cuentas de las causas del accidente y de la carga ante la Casa de Contratación en Sevilla.

Asimismo, se instruía el resguardo de documentación destinada al rey y sus consejos, así como, de ser posible, de algún bien material. Esto último resultaba casi imposible, pues, en medio de una tragedia en altamar, intentar preservar los tesoros implicaba ejecutar maniobras complejas para las cuales no había tiempo ni fuerzas suficientes.

Finalmente, se esperaba que también abordaran los pasajeros de alta categoría. El resto de la marinería y pasajeros debía procurarse su salvación como la suerte, su destreza y las divinidades se los permitieran.

Bajo este esquema, resultaba inadmisible que un puñado de marineros de poca monta, dos religiosos y tres niños hubieran resultado los ganadores de un lugar en la chalupa del navío almiranta Nuestra Señora del Juncal. ¿Qué actos terribles tuvieron que cometer para apoderarse del batel?

Los expedientes sobre este accidente naval, localizados en archivos, nos permiten reconstruir los últimos momentos del Juncal y entender, a partir del trágico evento, cómo funcionaban las jerarquías a bordo de los galeones durante la Carrera de Indias y las responsabilidades de sus tripulantes. De acuerdo con ello, vamos primero a narrar lo sucedido a bordo del Juncal, antes de que se fuera a pique, para comprender por qué no se cumplieron las disposiciones originales sobre quién debía salvarse en esa chalupa.

 

Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #170 impresa o digital:

“El Imperial Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco”. Versión impresa.

“El Imperial Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco”. Versión digital.

 

Recomendaciones del editor:

Si desea saber más sobre la vida en Nueva España, dé clic en nuestra sección “Vida Novohispana”.

 

Title Printed: 

Motín a bordo