Migrantes mexicanas

Una historia de contrastes y matices

 

Diana Irina Córdoba Ramírez e Itzel Hernández Lara

En la búsqueda de un horizonte de bienestar, las mujeres se han despedido de nuestro país para llegar a Estados Unidos.

 

La migración de mexicanos y mexicanas hacia Estados Unidos es un proceso centenario; sin embargo, no ha mantenido las mismas características a lo largo del tiempo. Como marco general hay elementos que permanecen, tales son la diferencia salarial y la demanda de mano de obra connacional en el mercado laboral estadounidense. Respecto a los cambios, la literatura especializada en el tema ha identificado periodos diversos, estos han sido fuertemente determinados por las políticas migratorias de Estados Unidos y las condiciones del mercado laboral en aquel país, en ellos se identifican modificaciones importantes en los modelos y los patrones migratorios, es decir, quién puede ingresar y trabajar en el país vecino según los marcos regulatorios y quién lo hace realmente.

El foco de estas páginas se encuentra en la segunda mitad del siglo XX y repara en un sujeto específico de la emigración: las mujeres. Las fuentes disponibles reportan que ellas han representado, con algunas variaciones, alrededor de la cuarta parte de los migrantes mexicanos hacia Estados Unidos. De manera reciente, el 7 de julio pasado, el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA) señaló que uno de cada cuatro dólares que ingresa al país es remesado por una mujer.

Estas páginas reflexionan sobre el papel de las mujeres en lamigración entre México y Estados Unidos en el periodo 1965 a 2009. La primera fecha está determinada por la conclusión del Programa Bracero, que excluyó del flujo migratorio documentado a las mujeres; la segunda considera la grave crisis financiera y económica que se desencadenó en la nación vecina en el segundo semestre de 2008, hecho que trastocó la dinámica de la migración entre ambos países.

Durante este intervalo de tiempo es posible identificar dos etapas particulares. La primera, va de 1965 a 1986. Se trata de un periodo en el que se subraya el peso de la migración circular, aquella a la que subyace el retorno. Sin embargo, este tipo de migración parece insuficiente para explicar el incremento demográfico de connacionales, que pasaron de 500 000 a 2 200 000 personas entre 1965 y 1980, por lo que debe repararse en otros tipos de migración presentes en el periodo y en la presencia diversa de las mujeres en él. La segunda etapa inicia en 1987 con la puesta en marcha de la Ley de Reforma y Control de la Inmigración (IRCA, por sus siglas en inglés), ley que transformó de manera radical el proceso migratorio entre México y Estados Unidos y marcó el inicio de una nueva era a través de un proceso de regularización de la migración indocumentada.

Respecto al papel que han jugado las mujeres en el proceso migratorio, se ha pensado que, en los años previos a la puesta en marchade la IRCA, en 1987, su participación en los flujos de migración hacia Estados Unidos fue mínima. Noobstante, resulta oportuno reparar en algunos matices. Uno de ellos es pensar a las mujeres “en” migración, como una forma de ampliar la mirada hacia la presencia y participación femenina en todos aquellos aspectos que subyacen y derivan del proceso migratorio. Esta participación, desde luego, está fuertemente marcada por su condición de género, es decir, por el hecho de ser mujeres. Otro matiz tiene que ver con el papel de las mujeres en el envío, recepción y administración de los dólares que llegan cada año a nuestro país y que reciben el nombre de remesas.

Remesas y género

Detrás de cada envío de dólares hay una historia de inserción laboral, esfuerzo y búsqueda del sueño americano. Las remesas enviadas desde Estados Unidos son un ingreso indispensable para solventar los gastos diarios de millones de hogares en nuestro país. También han permitido llevar a cabo la compra o construcción de una casa; que hijos, hijas y demás familiares estudien; emprender un negocio, etcétera.

Según el informe del Banco de México, debido a la conclusión del Programa Bracero, en 1965 la caída de las remesas fue de 58.3% con respecto al año anterior. La misma fuente indica que desde 1980 el incremento en los flujos remesados ha sido constante, pasando de 699 millones de dólares ese año a 36 mil millones de dólares en 2019. Aunque no contamos con datos que nos permitan saber si quienes envían estos recursos son hombres o mujeres, existen algunas evidencias de la participación femenina al respecto.

¿Cuál ha sido el papel de las mujeres en el proceso de envío, recepción y administración de las remesas? En 1965 Estados Unidos enmendó la Immigration and Nationality Act de 1952; las modificaciones acabaron de manera paulatina con el sistema de cuotas, aunque ese año, en 1965, con base en la Ley Pública 414, aún fueron admitidos 20 286 trabajadores mexicanos; en 1966, 8 647; y en 1967, 7 703. El mecanismo fue sustituido por topes de veinte mil visas para cada país, con un sistema de preferencias basado en dos principios: uno, la reunificación familiar; otro, las necesidades de la economía estadounidense.

Se trató de medidas legales unilaterales que permitieron a un aproximado de sesenta mil a setenta mil mexicanos por año, entre 1965 y 1975, acogerse a la cláusula de reunificación familiar y gozar de estancias documentadas. En 1976, por medio de una enmienda, Estados Unidos trató de limitar el número de visas otorgadas a los mexicanos por concepto de reunificación familiar, pero un año después un fallo de la corte permitió nuevamente el otorgamiento de visas.

Incluso con estas restricciones, en el periodo de 1965 a 1986 las mujeres incrementaron su presencia como migrantes; no siempre en condiciones sencillas o de reunificación. El 17 de junio de 1983 la oaxaqueña María López fue noticia en el Zócalo de Piedras Negras, Coahuila, debido a las numerosas detenciones de las que fue objeto por parte de la patrulla fronteriza en Eagle Pass. María, una mujer hablante de zapoteco, quien, desde la nota periodística, tenía “trastornadas sus facultades mentales”, intentaba ir al “Norte” en compañía de su pequeño hijo, un niño de alrededor de cinco años. Su historia pudo haber compartido características con la de otras mujeres.

 

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