Líder intelectual de la generación de liberales que acabó con la era santannista y coautor de las Leyes de Reforma, renunció a la gubernatura de Michoacán en 1848, como protesta ante la firma del tratado de paz que cedió la mitad del territorio a Estados Unidos. Hombre enciclopédico, gran polemista y férreo defensor de la separación entre Iglesia y Estado, Ocampo pasaría a la historia como el autor del acuerdo que permitía un canal interoceánico en Tehuantepec y el cruce de tropas norteamericanas por suelo nacional, lo cual fue considerado por sus opositores como una traición a la patria y a la postre le costó la vida.
De origen incierto, Melchor Ocampo fue recogido por una rica hacendada, Francisca Javiera Tapia y Balbuena, poseedora de la hacienda de Pateo, una de las más extensas y productivas del valle de Maravatío, en Michoacán. Buscando al padre, se le creyó hijo de alguno de los dos hombres que con frecuencia la visi-taban: Ignacio Alas, quien se adhirió a la revolución de independencia y militó al lado de Rayón y José Ma. Morelos; o Antonio María Uraga, otro insurgente que fue por unos años cura de Maravatío. Su benefactora lo nombró heredero universal y su holgada situación económica le permitió dedicarse al estudio y viajar por Europa.
El ideólogo del liberalismo se formó en el Seminario de Morelia, estudió Derecho en la Universidad de México y se incorporó a la política después de viajar por el Viejo Continente. Fue un intelectual de conocimientos enciclopédicos: lo mismo estudió física que química, ciencias naturales que botánica, la trayectoria de cometas y la variedad de los cactus, además de desarrollar proyectos de irrigación y una vacuna contra la rabia. Trabajó con la misma dedicación la tierra y reunió una de las bibliotecas más ricas del siglo XIX mexicano, con las más recientes publicaciones de su época.
Ocampo llegó a ser gobernador de su estado cuando tuvo lugar la invasión estadunidense de 1846. Ante la carencia de recursos para continuar una guerra formal contra los norteamericanos, propuso organizar un sistema de guerrillas y no firmar el tratado de paz en el que México perdía más de la mitad de su territorio. Sin embargo, la falta de cohesión nacional hizo que se considerara inviable su propuesta. Fue entonces que renunció a la gubernatura, al oponerse a que se sancionara un tratado al que consideró el despojo más grande de la historia: “No quería servir ni un día más a una Administración que iba a tener que apoyarse en los enemigos naturales de la patria”.
En tan aciagas circunstancias escribió a su amigo Mariano Otero: “Cuando me ocupo de un serio análisis de lo que hoy somos, un juicio frío y severo me inclina a creer que nos hallamos ya en la inevitable alternativa de unirnos al norte o a la Europa; pero en el fondo... me asegura que México, más tarde o más temprano, con más o menos angustias logrará ser... México, debe ser, México puede ser, México será una nación grande”.
Después de la firma del tratado de Guadalupe Hidalgo, en 1848, escribió: “Una vez que hemos demostrado que nada valemos, ¿cuál es la garantía de lo que nos deja la magnanimidad y munificencia del vencedor?” Paradójicamente, una década después, como canciller del gobierno liberal, le tocaría negociar la alianza con Estados Unidos.
Aceptó colaborar en el gobierno de José Joaquín de Herrera. Ocupó menos de dos meses y medio el Ministerio de Hacienda, ya que al ser rechazada por los países acreedores su propuesta de firmar nuevas convenciones, quiso declarar la suspensión de pagos, pero el presidente “tuvo miedo y yo, que había adivinado que se tendría tal miedo, había puesto y llevado en la bolsa mi renuncia, la entregué...” “No hay nacionalidad posible donde no hay rentas, ni crédito, ni por lo mismo poder”, escribió.
En la sucesión presidencial de 1851, los liberales “puros” propusieron a Ocampo para ocupar el cargo, mientras Mariano Arista contó con el apoyo de los liberales moderados. Al anularse dos votos, triunfó Arista con doce sufragios sobre los nueve de Ocampo.
En 1852 se le propuso de nuevo la gubernatura de Michoacán, pero para aceptarla pidió que el pueblo lo ratificara a través del voto directo. Como gobernador convocó a la unidad nacional frente al peligro de división del país, que dejaría una vez más a México a merced del “ambicioso vecino del norte, y perderíamos hasta el nombre de nación”.
Al regresar a la Presidencia Antonio López de Santa Anna, a quien atinadamente llamaba “el héroe de sainete”, Ocampo fue confinado a Tulancingo y después enviado a San Juan de Ulúa, de donde salió al exilio hacia Nueva Orleans. Allá se convirtió en el mentor de los liberales exiliados: Benito Juárez, Ponciano Arriaga y José María Mata, “pero la personalidad sobresaliente era la de Ocampo, discípulo de Rousseau y alumno de Proudhon”, escribió Justo Sierra. Con ellos planeó hacer la rebelión para derrocar al santannismo y se trasladó a Brownsville, Texas, para organizar la Junta Revolucionaria. En la prensa se les tachó de filibusteros. Santa Anna no pudo reprimir el movimiento surgido en Ayutla en 1854, al que se habían sumado los exiliados dándole un carácter nacional, y tuvo que salir del país.
Juan Álvarez encabezó el gobierno emanado de la Revolución de Ayutla y nombró a Ocampo ministro de Relaciones y de Gobernación, pero éste sólo duró quince días en el cargo por sus diferencias con Ignacio Comonfort, pues consideraba que por su tibieza no había “podido reprimir a la turba de fanáticos” y que la revolución iba a tomar el camino de las transacciones.
Al reunirse el Congreso Constituyente, Ocampo resultó electo diputado por el Estado de México, Michoacán y el Distrito Federal. Fue nombrado presidente del Congreso, aunque sólo estuvo diez días en ese cargo. La Constitución de 1857 suprimió la intolerancia religiosa por primera vez en la historia de México y facultó al Estado para legislar en materia religiosa; por ello la Iglesia la condenó y excomulgó a todos los que la juraron. Estalló la guerra civil y hubo varios intentos de aprehender a Ocampo, cuya salud se había quebrantado después de que su amigo José María Mata le pidió la mano de su hija Josefa.
Comonfort, que había sido electo presidente cons-titucional, acabó dando un golpe de Estado. De acuerdo con la Carta Magna, al faltar el jefe del Ejecutivo, el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Benito Juárez, ocupó la Presidencia el 28 de enero de 1858 y nombró a Ocampo ministro de Gobernación, encargado de los despachos de Relaciones, Guerra y Hacienda.
Tal como lo había previsto Ocampo en 1847, los vecinos del norte trataron de sacar provecho de la guerra civil en México. Sin embargo, para entonces se había convencido de que el futuro de la humanidad entera giraría en torno de Estados Unidos, por lo que no había que tenerlo de enemigo. Consideró que cuando aquel país se persuadiera de que México tenía también un gobierno liberal, dejaría de hostilizarlo.
El líder del liberalismo tenía admiración por las instituciones democráticas norteamericanas, a las que consideraba la clave de su desarrollo económico; mientras que México, dominado por la intolerancia y el autoritarismo, no podía salir del caos. No obstante, estaba consciente de la desmedida ambición estadunidense y haría todo lo posible para contenerla.
Entre los propios liberales había discrepancias sobre la forma como debía hacerse la reforma del país y las relaciones que había que llevar con Estados Unidos. Mientras Ocampo concebía a la Reforma como una acción integral y creía indispensable la separación Estado-Iglesia, Miguel Lerdo de Tejada quería reducirla a la secularización de los bienes del clero. El michoacano consideraba que las propiedades de la Iglesia eran de toda la sociedad al no ser producto del trabajo de los eclesiásticos, por lo que no procedía la desamortización, que favorecía al mismo clero, sino la nacionalización por parte del Estado como representante legítimo del pueblo.
En cuanto a la relación con Estados Unidos, Lerdo fue partidario de pedirles el envío de tropas para vencer rápidamente a los conservadores. En cambio, Juárez y Ocampo querían ganar la guerra con sus propias fuerzas. Las circunstancias los obligaron a la firma del tratado McLane-Ocampo y a permitir la intervención de los norteamericanos en Antón Lizardo para sobrevivir. De otra forma, con la toma de Veracruz por los conservadores hubiera desaparecido el gobierno constitucional y los invasores franceses hubieran establecido el imperio, ya que no habría habido resistencia republicana.
Esta publicación sólo es un extracto del artículo "Melchor Ocampo, el ideólogo del liberalismo" de la autora Patricia Galeana que se publicó en Relatos e Historias en México número 46. Cómprala aquí.