Maguey: “árbol de las maravillas”

De aromas, sabores, texturas y refranes

Mario Humberto Ruz

Otra muestra privilegiada de vínculos entre naturaleza, filología e historia es el maguey.

 

Calificado como “árbol de las maravillas”, del cual nos legó un justo panegírico el célebre protomédico de la Colonia, Francisco Hernández, enviado por Felipe II a la Nueva España (donde vivió siete años para escribir una Historia natural), asegurando: “Esta planta sola podría fácilmente proporcionar todo lo necesario para una vida frugal y sencilla […] “no hay cosa que dé mayor rendimiento”, como bien lo mostraban los muy numerosos usos que daban los naturales a sus distintas partes, raíces y espinas incluidas, gracias a su laboriosidad e ingenio; cualidades que otros, por cierto, no compartían, pues a decir del dominico aragonés Francisco Ximénez: “Si los españoles se aplicaran del, sería con muchas cosas como miel, vino, vinagre y azúcar, pero son muy inútiles”.

Mientras que Hernández, Ximénez y Alonso de Zorita elogiaron también al pulque, otro naturalista, Hans Friedrich Gadow, denostó a la noble bebida con una retahíla de hediondeces: “El pulque hiede, el pellejo o el barril hiede, toda la pulquería hiede y los bebedores hieden a cosa ácida, podrida, alcohólica”, a más de achacarle buena parte de la violencia registrada en México, Puebla y otras grandes ciudades de las “tierras altas y frías”. Aunque, si hemos de guiarnos por los refranes, la culpa no era toda de los consumidores, pues “Tanto peca el que raspa el maguey, como el que le saca el aguamiel”, o, “No tiene la culpa el pulque, sino el briago que lo bebe”.

Y si de raspaduras se trata, no está de más recordar los vínculos moralizantes del maguey empleado como exempla, que aparecen en algún huehuetlatolli nahua, donde se insiste en la importancia de la templanza y la discreción, advirtiendo al mancebo “aunque tengas apetito de comer resístete, resiste a tu corazón hasta que ya seas hombre perfecto y recio; mira que el maguey, si lo abren de pequeño para quitarle la miel, ni tiene sustancia ni da miel, sino piérdese” (Sahagún, 1979, p. 358), exceso del cual parece hacerse eco, aunque distante, otro proverbio: “Bueno es raspar, pero no arrancar los magueyes”.

 

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