Louis Pasteur prueba la vacuna contra la rabia

Gerardo Díaz

De la tifoidea, el cólera o la rabia se tenía experiencia sobre sus síntomas, pero pocas herramientas para combatirlas. La rabia, por ejemplo, era tan temida como traumatizante desde el momento del contagio. En cuestión de días, los infectados padecían dolorosos síntomas que los conducían a su muerte.

 

Con mucho empeño, los seres humanos han intentado detener los peligros de la naturaleza durante miles de años, y lo han logrado en buena medida gracias a las lecciones aprendidas en cada batalla. Algunas de las más importantes en el campo de los padecimientos físicos fueron aportadas por el científico francés Louis Pasteur, quien observó desde pequeño la muerte de sus seres queridos por enfermedades que hoy difícilmente cobrarían vidas, pero que en el siglo XIX apenas se comprendían.

De la tifoidea, el cólera o la rabia se tenía experiencia sobre sus síntomas, pero pocas herramientas para combatirlas. La rabia, por ejemplo, era tan temida como traumatizante desde el momento del contagio. En la Francia de Pasteur (1822-1895) solía propagarse por mordedura canina –las de murciélagos y mapaches son también fuente de infección–, un evento que no pasaba desapercibido, como sí podría serlo el ingerir alimentos contaminados. En cuestión de días, los infectados padecían dolorosos síntomas que los conducían a su muerte.

Tras años de experimentar con microorganismos y emplear el proceso de variolización (práctica de exponer a individuos, generalmente niños, a residuos de la enfermedad de otras personas para que la desarrollaran con síntomas menores), Pasteur se propuso trabajar con las bacterias hasta encontrar una forma de debilitarlas artificialmente, para que al dárselas a los humanos, estos desarrollaran protección contra la cepa original.

Los procedimientos tuvieron éxito con animales, aunque la prueba final ocurrió el 6 de julio de 1885, cuando el niño Joseph Meister fue mordido por un perro rabioso. Ante las pocas oportunidades de supervivencia y ponderando si podía ser ético o no, Pasteur decidió tratarlo con la fórmula que ya había utilizado positivamente en animales infectados. El resultado fue el esperado: Joseph no murió y además recuperó cabalmente la salud.

A partir de este momento, el desarrollo de las vacunas se valorizó por completo en el mundo y los principales padecimientos fueron combatidos con ahínco. En México, el doctor Eduardo Liceaga fue el primero en emular la vacuna antirrábica tras regresar de una visita a Francia en 1888. Allá se entrevistó con Pasteur, de quien aprendió el procedimiento y recibió una muestra inoculada de la enfermedad. El resto es una muy buena historia de compromiso de los diferentes gobiernos y generaciones de mexicanos que procuraron la vacuna y aceptaron su aplicación al grado que en este siglo apenas se han documentado contagios.

 

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