Los muertos andan por los caminos del cempasúchil

Juan Antonio Reyes-Agüero

Los españoles utilizaron diversos elementos de las festividades prehispánicas para atraer a sus nuevos súbditos a las celebraciones cristianas como en el Día de Todos los Santos, del 1 de noviembre: uno de estos fue el cempasúchil en lugar de ornamentos europeos.

 

Fray Diego Durán describió las festividades mexica, las relacionadas con la muerte fueron la Huei Tecuilhuitli, en ella, con guirnaldas de cempasúchil se veneraba a Cihuacóatl, la diosa de las mujeres que fallecían en el parto. Entre julio y septiembre (del calendario moderno) celebraban a los muertos: Miccailhuitontli, Fiesta de los muertecitos y Hueimiccailhuitl, Fiesta de los muertos grandes. Luego, entre agosto y octubre la festividad de Ochpaniztli, dedicada a Teteuinna. Según la Dra. Etnobióloga Adriana Castro, en especial en esta celebración el cempasúchil aromatizaba el ambiente. Los españoles del siglo XVI tenían siglos venerando a todos sus santos y muertos los primeros dos días de noviembre. Ya en plan de conquistadores impusieron a golpe de cruz, sus católicas fechas.

En lo que fue la región de Mesoamérica, actualmente el cempasúchil es el olor y el color de la celebración por los difuntos. Los campos agrícolas se visten de anaranjado al inicio del otoño, para desvestirse al final de octubre, cuando la flor pasa a los mercados para su venta: al verlo y olerlo, la gente murmura “ora si ya viene el día de muertos”.

En el calendario moderno la celebración por los muertos inicia el 28 de octubre, cuando se recibe con una cruz de cempasúchil a quienes fallecieron trágicamente. El 30, en un altarcito con ramos de esa flor, se venera a los neonatos del limbo, porque su efímera vida no alcanzó la pila bautismal. El día 31 llegan los infantes fallecidos, en mi casa, que es su casa, recibimos a Luis, mi hijo. Entre el 1 y 2 de noviembre los altares están para los difuntos grandes, brillando de cempasúchil, proveídos de cera, comida, bebidas y cigarros. La flor también está presente en los panteones, alegrando de anaranjado cempasúchil las tumbas recién lavadas.

Hoy el altar se coloca en casas, oficinas, escuelas, etc., pero no siempre fue así. El historiador, géografo y escritor, Antonio García Cubas (1832-1912) escribió en El libro de mis recuerdos (1904), que sólo el pueblo bajo y supersticioso tenía la estúpida costumbre (sic) de poner altares en sus cuartos de vecindad. En esa época la celebración, en todo su esplendor, se realizaba en la discreta serenidad del México indígena, en localidades de Michoacán, Puebla, Oaxaca, Campeche y en el Valle de México, entre otras. El político y escritor Ignacio M. Altamirano (1834-1893) contó que en los últimos años de la Colonia y durante el porfiriato, el 2 de noviembre la Ciudad de México despertaba con el fúnebre clamor de las campanas de la capital doblando a muerto. Altamirano, en su crónica del día de los difuntos de 1884, narra que la gente visitaba los panteones con cirios, flores negras, flores naturales, coronas de siemprevivas, comida y pulque. Nunca menciona ni altares, ni al cempasúchil en particular. Fue desde las últimas décadas del siglo XX cuando se empezó a popularizar el colocar altares en la mayor parte de las casas y oficinas en las ciudades.

 

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De cómo la flor de cempasúchil, con su peculiar color y olor a muerte mexicana, nació en el seno de Mesoamérica y, siglos después, se fue a la China