“Los últimos años de mi vida”, escribió Trotsky, tras sobrevivir al estrepitoso atentado acaudillado por David Alfaro Siqueiros. Pero el segundo y definitivo ataque no sería frontal ni estridente, sino íntimo y silencioso, y se presentaría antes de lo previsto.
La exitosa misión encubierta de los “delegados especiales” Rivera y Fernández debió de haber permanecido en el más absoluto secreto y entre unos cuantos. Sin embargo, no fue así. De alguna manera, las gestiones de dicha “comisión especial” fueron filtradas y sus alcances llegaron hasta los más altos oídos de la red de espionaje que, desde Moscú, vigilaba con detalle cada movimiento de Trotsky. Así, en noviembre de 1936, un par de semanas antes de que se hiciera pública la decisión de Cárdenas de refugiar al viejo bolchevique, la catalana y agente secreto soviético Caridad Mercader del Río, arribó a nuestro país, vía Veracruz, bajo el pretexto de conseguir armas para apoyar la causa republicana en la guerra civil española.
Caridad fue recibida por Lombardo Toledano, comprobado agente que operaba a favor del Komiterm (el brazo político del estalinismo internacional). Él ayudó a Caridad a instalarse en el Hotel Gilow, en el centro histórico de la capital y posteriormente le gestionó un departamento cercano a la Av. Paseo de la Reforma. En esos primeros días, Caridad sostuvo reuniones en las oficinas del PCM y participó, hombro con hombro, en algunos mítines organizados por dicha organización.
Cuando se supo la noticia del asilo de Trotsky, el catalán Bartolomeu Costa-Amic (recién exiliado en México y que posteriormente fundaría la connotada editorial Quetzal), reconoció a Caridad Mercader en una reunión del PCM y la encaró: “Tú, cabrona –le dijo en catalán–, has venido a México a preparar el asesinato de Trotsky”. Como respuesta –contaría años después Costa-Amic–, Caridad Mercader simplemente esbozó una inquietante sonrisa.
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