A finales de octubre de 1846 una flotilla estadounidense llegó a las costas de Tabasco: tenía la misión de tomar la capital de ese estado e interrumpir la ruta comercial que unía a Veracruz con Yucatán. Pensaban asestar un duro golpe a la economía mexicana, pero no contaban con la resistencia de los tabasqueños y, contra todo pronóstico, fueron derrotados. Aunque poco conocida, fue una de las escasas victorias que consiguió México en la guerra contra Estados Unidos.
La historia de Tabasco en el México independiente se caracterizó por la inestabilidad política, alternada con brevísimos periodos de calma. Desde 1821 los tabasqueños lidiaron con los conflictos internos provocados por las diferentes facciones que se disputaban los altos cargos civiles y militares de la entidad; también con las rencillas entre gobernadores y comandantes generales –la mayoría de ellos efímeros–, que solían terminar con destierros y, en casos extremos, ejecuciones. Finalmente, los roces de las máximas autoridades tabasqueñas con el gobierno nacional instalado en la Ciudad de México, por cuestiones de jurisdicción y legitimidad, tensó las relaciones entre ambos.
A esa difícil situación se sumaron, a partir de 1829, las guerras civiles provocadas por federalistas y centralistas, que intentaban imponer su respectiva corriente política a todo el país. Estos acontecimientos repercutieron gravemente en Tabasco porque sus habitantes se posicionaron en uno u otro bando, según sus convicciones o intereses, e incluso los llevaron a separarse de la nación en dos ocasiones, ya que los gobernadores no reconocieron al régimen establecido en la capital de la República en 1841, ni al de 1845. Por tales razones, no es sorpresa que San Juan Bautista de Tabasco, la actual Villahermosa, capital del estado, fuera el escenario de por lo menos cuatro batallas importantes durante ese periodo, mientras que el resto del territorio padeció los terribles efectos de las campañas militares.
La inestabilidad política afectó la economía. Para 1845 las arcas tabasqueñas estaban prácticamente vacías y debido a la escasa recaudación no se podían sufragar los gastos públicos ni los militares. A pesar de los esfuerzos de los gobernadores por remediar el problema, no se consiguió poner fin a la penuria. La amenaza de una guerra con los Estados Unidos no alteró la situación de Tabasco. Después de un corto enfrentamiento entre facciones rivales en el verano-otoño de 1845, el estado permaneció en calma hasta junio de 1846. Un mes antes, el general José María Yáñez se rebeló en Guadalajara contra el entonces presidente Mariano Paredes y Arrillaga. Los sublevados pedían el regreso de Antonio López de Santa Anna, exiliado en Cuba, y la restauración de la Constitución de 1824.
Cuando esas noticias llegaron a San Juan Bautista, el comandante de la guarnición, el coronel Juan Bautista Traconis, invitó al gobernador José Víctor Jiménez Falcón y al comandante general, Manuel Peláez, a que se pronunciaran a favor del llamado Plan de Guadalajara. Ante su negativa, los soldados desconocieron el mando de Peláez y le entregaron su cargo a Traconis. Lo mismo hicieron con Jiménez, a quien separaron del cargo con ayuda del ayuntamiento de la ciudad. De esta manera, Traconis reunió en su persona el gobierno civil y militar.
La situación se complicó aún más cuando Mariano Salas, el nuevo presidente (luego de que Arrillaga fuese derrocado a principios de agosto), nombró como gobernador a Justo Santa Anna, un conocido exmandatario tabasqueño, para reemplazar a Traconis, quien, escudándose en la Constitución estatal de 1831 y en que no recibió notificación del cambio, se negó a ceder el puesto de gobernador interino. En tal estado de incertidumbre se encontraba la región cuando llegaron los estadounidenses.
La expedición del comodoro Perry
El 13 de mayo de 1846 el Congreso de Estados Unidos emitió la declaración de guerra contra México. Poco después George Bancroft, el secretario de Marina del presidente James K. Polk, ordenó a las fuerzas navales que bloquearan los puertos mexicanos del golfo de México y del Pacífico para interrumpir el comercio con el exterior. El primer escenario quedó al mando del comodoro David E. Conner, quien estableció su base de operaciones en Antón Lizardo, Veracruz.
Desde esta población, sus barcos realizaron incursiones en varios puntos de las costas mexicanas. Uno de los objetivos de Conner era suprimir la ruta comercial que unía a Veracruz con Yucatán, ya que a través de ella circulaban mercancías y pertrechos hacia el resto del país. Tras sus intentos fallidos de tomar la villa costera de Alvarado, el 7 de agosto y el 15 de octubre de 1846, Conner le encomendó aquella misión al comodoro Matthew C. Perry, quien, al atardecer del 16 de octubre, partió de Antón Lizardo con el Mississippi, su buque insignia, y una parte de la flota. Probaría su suerte en Tabasco.
Vísperas de la batalla
Disponemos de varia documentación para reconstruir la primera batalla de Tabasco. Algunas fuentes se redactaron mientras se desarrollaban los combates; el resto apareció cuando la noticia de lo sucedido se esparció por la República. Los testimonios más tardíos datan de finales del siglo XIX; su valor consiste en que preservaron anécdotas y recuerdos de los testigos que todavía vivían. Además, tenemos la fortuna de poseer ambos puntos de vista, ya que tanto mexicanos como estadounidenses narraron este enfrentamiento. Tomando en cuenta esos textos (pese a las pequeñas diferencias y contradicciones entre ellos), se pueden presentar los acontecimientos de la siguiente manera.
En la mañana del 23 de octubre, tras una complicada travesía ocasionada por el mal tiempo, la flota de Perry llegó a la barra de Tabasco, ubicada en la desembocadura del río Grijalva. Ahí ancló el Mississipi, debido a su tamaño, y se trasladó al Vixen; luego, junto a la goleta Nonata, atacó la villa de Guadalupe en Frontera, que ocupó sin oposición. En esta fugaz acción capturó las embarcaciones que intentaron escapar y las que estaban en el puerto. De aquel botín seleccionó el Petrita, al que marinó e integró a su armada.
Para evitar una defensa organizada de los tabasqueños, Perry dejó al teniente Walsh a cargo de la plaza y partió hacia la capital del estado. Sin embargo, una lancha –que había eludido a los estadounidenses– llegó al atardecer del día siguiente e informó al gobernador Traconis de lo sucedido. Él rápidamente declaró en estado de sitio a la ciudad y mediante un decreto convocó a los ciudadanos capaces para repeler al invasor. También les hizo saber que cualquier traición se castigaría con la pena de muerte.
La situación de San Juan Bautista no era nada halagüeña. A los 500 o 600 hombres de Perry, apoyados por los buques equipados con una artillería de grueso calibre, Traconis sólo podía oponer los soldados del Batallón de Acayucan, más unos cuantos civiles, reuniendo un total de 250 hombres. Aparte, el comandante mexicano disponía de dos cañones en mal estado, la pólvora escaseaba y no tenía fusiles suficientes para los voluntarios. Su única ventaja yacía en la traicionera corriente del Grijalva y su ribera, lo que sin duda dificultaría el avance enemigo. Traconis sabía esto y lo aprovecharía a su favor.
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