La transformación de la mujer del Siglo XIX al XX

La mujer mexicana, en la búsqueda de la equidad de género

Jaime Olveda Legaspi

Durante la primera mitad del siglo XX, muchos hombres continuaron empeñados en que las mujeres no salieran del hogar. Por su parte, miles de ellas, desde las rebeldes que combatieron en la Revolución, hasta las que lucharon por las transformaciones políticas y sociales durante las décadas posteriores, persistieron en sus demandas de equidad y justicia, intentando heredar mejores oportunidades y condiciones de vida a las siguientes generaciones.

 

En la década de los ochenta las mujeres mexicanas habían logrado algunos avances significativos, derivados de los que se habían obtenido en otros países. Como las noticias se difundían con mayor rapidez que antes, en México se conocieron, sin mucho retraso, los movimientos femeninos ocurridos en Europa. La huelga de mujeres que estalló en Londres en 1890 en favor de la emancipación femenina fue dada a conocer por El Siglo Diez y Nueve, en su edición del 29 de septiembre de 1890.

También es digno de mencionar la publicación en la capital de la República del Álbum de la Mujer, a cargo de Concepción Gimeno de Flaquer, una escritora española que con anterioridad había fundado en Madrid el periódico La Ilustración de la Mujer, distinguiéndose, además, por defender los derechos del sexo débil. Entre sus libros destaca La mujer juzgada por una mujer, reeditado en México en 1887. Gimeno de Flaquer escribió para demostrar a los hombres “que en todas las épocas han brillado mujeres eminentes; y que no había inferioridad intelectual en comparación con el hombre”. El volumen tres de este Álbum incluyó una lista de veintiséis damas que habían cobrado celebridad en México y en otras partes del mundo.

El 1 de enero de 1907 apareció el Álbum de Damas, publicación quincenal dirigida por Ernesto Chavero que, como el anterior periódico, publicó artículos de interés femenino como jardinería, cocina, consejos de belleza, corte y confección, música y poesía. Su contenido estuvo orientado a instruir con conocimientos finos y necesarios a las mujeres para que tuvieran una vida plena. Ambas publicaciones se distribuyeron en la mayoría de los estados de la Federación mexicana, y sin duda tuvieron una gran influencia en la transformación de la mujer citadina.

En las postrimerías del Porfiriato, la prensa publicó notas ilustradas de la moda femenina europea con la intención de que la mujer mexicana estuviera a la altura de las del Viejo Continente. En esta época, sobre todo, en la capital de la República, proliferaron los salones a los que concurría la burguesía mexicana para convivir. En estas reuniones destacaron mujeres ataviadas con vestidos de corte europeo. Algunas veladas más fueron amenizadas por damas distinguidas que tocaban instrumentos musicales con extraordinaria habilidad. En la que tuvo lugar en la casa de José Terrés, Otilia Ayala al piano interpretó el Andante de Grieg; Josefina y Esther Pérez de León con el piano y el violoncello tocaron la Cavatina de Spiers; y Ana María Sánchez ejecutó el Nocturno número 5 de Chopin. Al finalizar el siglo, los periódicos dieron a conocer a mujeres sobresalientes en la literatura y en la música. Por ejemplo, la prensa resaltó en repetidas ocasiones el talento de Eufrasia Amat, el Jilguero Mexicano; Ángela Peralta, el Ruiseñor Mexicano, y Antonia Ochoa de Miranda.

En la medida en que el país lograba industrializarse, las organizaciones obreras fueron consolidándose; entre ellas las que agrupaban a las mujeres. En la época de esplendor del Porfiriato se fundó la Sociedad Mutualista Hijas del Trabajo en una fábrica de cigarros de la Ciudad de México, la cual protestó enérgicamente y pidió la liberación de Filomeno Mata, socio de esta empresa y director de El Diario del Hogar, quien se encontraba preso en mayo de 1888 por haber increpado al gobierno. La mesa directiva de esta agrupación, presidida por Dolores Hernández, Fermina Barajas como secretaria y Ana Arroyo de tesorera, envió una carta a la esposa de Porfirio Díaz, Carmen Romero Rubio, pidiéndole su intervención para liberar a Mata.

Otras mujeres llamaron la atención por sus sentimientos patrióticos, superiores a los de los varones. En Arivac, Arizona, causó admiración que las mexicanas residentes en ese pueblo hubieran celebrado con mucho entusiasmo el aniversario del inicio de la insurrección de Hidalgo, mientras que para los hombres ese día fue visto como cualquier otro, según informó El Siglo Diez y Nueve el 27 de septiembre de 1895. Lo mismo ocurrió en la Ciudad de México, donde las mujeres exhibieron “una vitalidad pomposamente vigorosa” en la Alameda central y en Santa María de la Rivera durante la celebración del 16 de septiembre. El Demócrata del 1 de octubre de 1895 contrastó la forma como lo conmemoraban los hombres, en la que predominaba la vanidad, el interés y la adulación. El periódico destacó la gran y trascendente labor educativa del sexo femenino porque con “su poder decisivo y atrayente” formaban el carácter nacional. José Ferrel, autor del editorial, destacó que en ese aniversario las mujeres habían dado muestras claras de vigor, de independencia y de iniciativa, superiores a los hombres; además, no adulaban ni se inclinaban al poder como lo hacían los hombres. El editorialista admitió que ellas eran las encargadas de moralizar “la sociedad exclusivista de hombres pervertidos”, y las que a nombre de la caridad y la miseria llevaban alivio a los menesterosos.

Casi al finalizar el siglo XIX mexicano, las mujeres habían logrado organizarse en otras agrupaciones fuera del ámbito laboral. Por ejemplo, habrá que mencionar a la Asociación de Madres Mexicanas de la Ciudad de México, encargada de fundar y sostener asilos, bibliotecas infantiles y otras instituciones de beneficencia. A falta de recursos para emprender estas tareas, la junta directiva pidió auxilio a los interesados en esta labor para que aportaran voluntariamente un donativo mensual de diez centavos para continuar este programa social, según informó La Patria el 27 de septiembre de 1908.

 

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