La traición de Mariano Paredes y Arrillaga

El avance del ejército estadunidense hacia el interior de México
Josefina Zoraida Vázquez

El presidente de la República, José Joaquín de Herrera, hizo lo que pudo para fortalecer al Ejército del Norte y crear un Ejército de Reserva que apoyara a Mariano Arista y cubriera su retaguardia. Aunque el gobierno desconfiaba de Mariano Paredes y Arrillaga, lo nombró comandante de dicho ejército, confiado en que su honor militar garantizaría su patriotismo. De nuevo Paredes exigió recursos y, con ofertas, atrajo a la tropa de la división que mandaba Vicente Filisola para aumentar sus efectivos.

 

Un contingente de unos doce mil hombres fue disciplinado, vestido y armado; para aumentar el prestigio de su jefe en el Ejército, publicó el periódico Empaminondas. Todas las miradas se centraron en Paredes y hasta Gómez Farías intentó ganarlo para su causa.

 

Mientras tanto, Herrera aceptó recibir a un enviado especial de Washington, confiado en que vendría a restaurar las relaciones rotas desde la anexión de Texas. Sin embargo, para Polk el asunto de Texas había concluido y el enviado como plenipotenciario llevaba sólo diversas ofertas de compra de territorio. Sus credenciales no eran apropiadas y no fue recibido. Apenas recibió esta noticia, Polk ordenó al general Zachary Taylor avanzar al Bravo, es decir, adentrarse en territorio mexicano o, en último caso, territorio en disputa.

 

Herrera ordenó a Paredes avanzar hacia Monterrey, pero de manera descarada desobedeció y no tardó en acusar al gobierno de negarle recursos, lo que era falso. Finalmente, el 29 de noviembre de 1845 Paredes en una carta a Herrera le exigió su renuncia. Herrera se negó y le advirtió que su “conciencia está tranquila y bajaré si fuere necesario al sepulcro”. Tranquilamente, Paredes hizo que el 14 de diciembre gran parte de los oficiales del noreste convergiera en San Luis y le pidiera dirigir un movimiento glorioso que terminara con los males del país.

 

En su manifiesto de aceptación, subrayó la descomposición que había sufrido la nación desde 1821 y prometió que esta revolución sería la última. Así, en lugar de marchar a defender a la patria, avanzó hacia la ciudad de México.

 

Herrera no contaba con tropas para enfrentarse a Paredes, de manera que presentó su renuncia ante las Cámaras, hecho que Gabriel Valencia intentó aprovechar para asumir el ejecutivo. Al llegar Paredes a las afueras de la capital, a fines de diciembre y contando con la mayoría de las fuerzas disponibles, no estaba dispuesto a quedar en segundo lugar, de manera que se lo informó a los delegados de Valencia. Así, el 2 de enero de 1846 hizo su entrada a la capital y nombró una junta que anuló todos los poderes y anunció que una junta de representantes de los departamentos nombraría al presidente interino. El 4 de enero hizo una jura solemnísima y como advertencia declaró: “Vengo [...] a hacer triunfar mis ideas [...] y así como estoy determinado a no perseguir a nadie por sus hechos anteriores, he de fusilar a cualquiera que me salga al paso para oponerse, sea Arzobispo, General, Magistrado”, aunque no tardó en cortejar apoyos. Alamán se apresuró a preparar la convocatoria muy elitista a un congreso que decidiría la forma de gobierno que adoptaría la nación. Desde el primer momento aparecieron periódicos monarquistas financiados por Bermúdez.

 

No obstante su fama de honestidad y eficiencia, Paredes fue incapaz de organizar la hacienda y de combatir la corrupción, al tiempo que por su temor de que le armaran un pronunciamiento desarticuló el “brillante” ejército que había armado. Irresponsablemente confió en que Gran Bretaña, Francia y España no dejarían solo a México y prefirió enfrentar un movimiento federalista que preparar la defensa del norte, a pesar de que el general Taylor construía el fuerte Brown frente a Matamoros, lo que dio lugar a un incidente violento entre las tropas de los dos países. El telegrama que informó a Polk hizo que éste concluyera la declaración de guerra.

 

El 8 y 9 de mayo de 1846 tuvieron lugar las primeras derrotas en Palo Alto y Resaca de la Palma. La noticia estremeció a la nación que confiaba en su Ejército y que selló el fin de la conspiración monarquista y el cese inmediato de los periódicos. El 6 de junio, al inaugurarse el Congreso, el tema del cambio de sistema de gobierno ni siquiera se mencionó. Se declaró que existía el estado de guerra y se reconoció a Paredes como presidente provisional. Sin duda, el mínimo de honor que tenía lo obligaba a marchar al frente, lo cual retrasó, seguro de que significaría el fin de su mandato. Y en efecto, el 4 de agosto, apenas traspasaba los límites de la capital cuando estalló el pronunciamiento federalista de Mariano Salas en la Ciudadela, el cual daba fin a su aventura de poder, que sólo había agudizado la división social y la debilidad de la nación.

 

 

Esta ublicación es sólo un extracto del artículo “Mariano Paredes y Arrillaga ¿El verdadero villano de nuestra historia?” de la autora Josefina Zoraida Vázquez, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 50