La historia regional nos ayuda a enfocar en un ambiente concreto las condiciones de un proceso general. En esta segunda parte sobre Celaya, el autor desentraña los motivos políticos para dar respuesta a los graves sucesos nacionales a partir del triunfo de Madero en 1910. La conclusión: la Puerta de Oro del Bajío, como otras ciudades del país, más que revolucionaria, fue “revolucionada”.
En el artículo anterior, “Celaya porfiriana”, vimos que el apoyo dado por Alfredo Robles Domínguez a Francisco I. Madero, durante el proceso de elección del candidato antirreeleccionista, hizo que este se convirtiera en el orquestador de la rebelión que habría de estallar en noviembre de 1910. Pero como fueron descubiertos sus planes y él hecho prisionero, la insurgencia maderista quedó prácticamente disuelta en Guanajuato.
A partir de esta situación, Celaya vio con expectación y recelo la efervescencia política en otras partes del estado y del país, sin que sus habitantes se involucraran de manera abierta y decidida en ese proceso. La aprehensión de Madero, en junio de 1910, y la verificación de la reelección del presidente Porfirio Díaz llegaron como ecos lejanos.
La anunciada rebelión de noviembre estalló y los meses siguientes terminaron por poner en aprietos al régimen. Como parte del conjunto de reformas ofrecido por el gobierno nacional, algunos gobernadores fueron sustituidos entre marzo y abril de 1911. Así ocurrió en Guanajuato, donde el importante hacendado leonés, Enrique O. Aranda, sustituyó a Joaquín Obregón González, que dejaba la gubernatura tras dieciocho años de encabezarla.
Ante la incertidumbre de los rápidos cambios que se sucedían en el país y la eventualidad de que la violencia que parecía extenderse llegara a sus hogares, los celayenses decidieron protegerse. La élite, conformada principalmente por los hacendados de la región, se organizó y convocó a una reunión de emergencia de los dueños o encargados de casi cincuenta haciendas. La junta se celebró el 27 de marzo de 1911 en el ayuntamiento y los asistentes acordaron que cada uno colaboraría pagando guardias y proveyendo pastura y haberes. Se solicitaría el envío de Rurales a la región y, quizá lo más importante, se decidió no resistir a los sublevados llegado el caso.
También se conformó una comisión para que, al arribo de los revolucionarios, procurara obtener garantías para los habitantes. Estaría formada por el presidente del ayuntamiento, el doctor Francisco Paredes, el licenciado Vicente Martínez Borja, Amado Obregón, Manuel Molina, José Reynoso y Santiago F. Villanueva.
Oportunismo revolucionario
El triunfo en mayo de 1911 de los maderistas en Ciudad Juárez y la posibilidad de la renuncia de Díaz fueron aprovechados por muchos indecisos para lanzarse a las armas en la última hora. Así, la revolución maderista en Celaya nacía tardíamente, no de planes insurreccionales anticipados, sino del oportunismo.
Nació también dividida, pues tres cabecillas dijeron enarbolar la causa revolucionaria. Uno era Juan Bautista Castelazo, aspirante a la gubernatura en el proceso que había ganado Aranda semanas atrás y quien formó un grupo armado a finales de abril. Otro fue Cándido Navarro, también aspirante a la gubernatura y reconocido por una larga trayectoria opositora. El tercero era Francisco Franco, empresario agrícola de la región de Valle de Santiago, quien se lanzó a la insurrección en la tercera semana de mayo, cuando la renuncia de Díaz estaba ya pactada.
De los tres, Franco tuvo presencia militar en el sureste del estado. Inició su movilización en su natal Jaral y se dirigió hacia Valle, la que evadió al encontrarla fuertemente guarnecida; siguió en los días siguientes hacia Cortázar, población que tomó sin resistencia. Sin haber intercambiado un solo tiro, los revolucionarios de Franco, que sumaban entre sesenta y setenta efectivos, llegaron a las afueras de Celaya el 31 de mayo. Allí los esperaban ochenta hombres de caballería y de infantería, y cincuenta más repartidos en el cerro de Culiacán, Cañada de Caracheo, Puerta del Monte y Arroyo de los Sauces.
Aunque el triunfo de los maderistas se había formalizado a nivel nacional, la entrada de Franco a Celaya fue conflictiva, pues el recién nombrado jefe político, Ciro Valenzuela, apoyado por el gobernador Aranda, y numerosos pobladores se resistieron a entregar la ciudad. Franco entró en contacto con el cuartel central maderista en Ciudad de México, donde el guanajuatense Alfredo Robles Domínguez, deseoso de incorporar tantos contingentes como fuera posible a su causa, gestionó su entrada.
Los maderistas
En los primeros días de junio de 1911 sucedieron varios eventos que condicionaron la definición de los revolucionarios en Celaya. Por una parte, se había formado dentro del maderismo un grupo opositor a su líder, encabezado por Emilio Vázquez Gómez, secretario de Gobernación del presidente interino Francisco León de la Barra, llegado a ese puesto como parte del proceso de transición pactada entre los funcionarios porfiristas y maderistas.
Vinculado con lo anterior, el 3 de junio fue sustituido el gobernador Aranda por su antiguo rival Juan Bautista Castelazo, quien representaba la línea de compromiso y continuidad enarbolada por el propio Madero. Ante ello, Vázquez Gómez, en una posición mucho más beligerante, buscó apoyar al otro líder rebelde, Cándido Navarro. En este contexto, Franco significaba para el cuartel central maderista la posibilidad de tener un jefe aliado que pudiera subordinar a los grupos disidentes como el de Navarro y otros que comenzaban a actuar de manera independiente.
En estas circunstancias, el jefe político de Celaya transcribió el mismo 3 de junio un telegrama a Franco, en el que el secretario Vázquez Gómez ordenaba a los rebeldes acantonados en esa población “no pedir armas ni dinero a particulares”. En cumplimiento de esta orden terminante, Franco debía suspender las requisiciones que arbitrariamente estaba realizando para el sostenimiento de sus tropas. Aunque, por el otro lado, recibió el espaldarazo de los maderistas cuando se le ordenó a Navarro que sus tropas fueran enviadas a Celaya, bajo el poder de Franco.
El fugaz paso de Madero por la ciudad acrecentó la división en las filas de los rebeldes triunfantes, aunque se presentaron en aparente concordia. El líder de la revolución visitó Celaya el 6 de junio de 1911, en una escala en su marcha triunfal de Ciudad Juárez a la capital del país. En aquella jornada, el jefe político Ciro Valenzuela encabezó una comitiva de bienvenida en la que incluyó a la élite local y a miembros de organizaciones de trabajadores.
En la estación del ferrocarril, la comitiva aplaudió la llegada de Madero, a quien trasladaron a los jardines del antiguo molino de El Carmen, donde recibió un brindis en su honor. “Señores: apurad vuestras copas por el inspirador de ese grito […] que repercutirá con voz vibrante en la eternidad de los tiempos: ¡Viva Madero!”, exclamó el licenciado Enrique Colunga.
Disputas por el poder
Apenas se desvanecía el polvo dejado por el tren que llevaba a Madero a su siguiente parada, cuando la división volvió a manifestarse. Un grupo de las tropas de Franco, encabezado por Cándido Procel, se separó y pronto se alió con simpatizantes en el estado de la oposición de Vázquez Gómez, quien en agosto siguiente renunció a Gobernación, mientras que el presidente interino León de la Barra anunciaba que, de ser necesario, utilizaría al ejército para licenciar a las tropas revolucionarias que seguían activas. Por ello se concentró en Celaya una cantidad importante de Rurales y el primer regimiento de Guanajuato.
Además de la presencia de grupos armados en la ciudad, el cambio de autoridades locales originado por la nueva situación alteró la secular tranquilidad de los celayenses. Gran estupor debió haber causado, por ejemplo, que el 27 de junio los miembros del ayuntamiento renunciaran aduciendo que el Plan de San Luis declaraba la nulidad de las elecciones de todos los funcionarios. Era el inicio de una creciente movilización política para disputar la gubernatura, pues el cercano proceso de las elecciones presidenciales favoreció la reorganización de fuerzas dentro y fuera del maderismo en todo el país.
En tal escenario, Madero visitó nuevamente Celaya el 29 de septiembre, como parte de su gira como candidato presidencial por el Partido Constitucional Progresista en las elecciones extraordinarias de 1911. Para entonces había hecho crisis la división entre los maderistas y los seguidores de Emilio Vázquez Gómez, cuyo hermano Francisco había sido desplazado como candidato a la vicepresidencia por José María Pino Suárez.
El mitin fue accidentado y puso de manifiesto el descontento de los asistentes, quienes cuestionaron dicha candidatura. Los vítores que se esperaban se tornaron en la repetición de un mordaz estribillo: “¡Pino, no, Pino, no!”. Los abucheos continuaron y el rechazo escaló hasta el punto de que la casa donde se celebraba el evento fue apedreada y el mitin suspendido, impidiendo que Madero tomara la palabra.
Sin embargo, el desplante a Madero no se reflejó en los resultados: las elecciones generales y las de gobernador se llevaron a cabo en las primeras semanas de octubre. Para el Ejecutivo federal, los resultados en Celaya fueron, según el informe del jefe político: Francisco I. Madero, unanimidad: 99 votos; vicepresidente, José María Pino Suárez: 57 votos; Francisco León de la Barra: 42 votos; Francisco Vázquez Gómez: 1. Y la gubernatura la ganó el abogado celayense Víctor José Lizardi.
Tiempo de rebeliones
En Celaya y en general en la zona cerealera, la movilización política estuvo acompasada con una inusitada movilización social iniciada desde julio de 1911, principalmente por parte de trabajadores agrícolas y fabriles. Así, el 9 de octubre los obreros de la fábrica de San Antonio emplazaron a un “movimiento pacífico” para demandar un aumento salarial del veinticinco por ciento; al no obtener contestación del patrón, decidieron irse a la huelga a la semana siguiente.
La situación escaló a principios de 1912 en todo el estado y obligó al gobernador Lizardi a convocar, en marzo de ese año, a los jefes políticos de los distintos municipios y a propietarios para tomar medidas que redujeran el entorno de polarización. El gobierno nombró un delegado de paz para que recorriera la entidad y buscara convencer a los trabajadores de regresar a sus actividades. Asimismo, se otorgó un aumento salarial generalizado de treinta centavos en los lugares más conflictivos, como Comonfort, Guanajuato, Romita y Celaya.
Por primera vez desde el estallido de la guerra, la producción disminuyó en la región debido a las interrupciones en las actividades por parte de los labriegos. En Celaya, algunos propietarios comenzaron a emigrar, por lo menos temporalmente, como ocurrió en la hacienda de Roque y anexas y en la de Jofre. A ello se sumó una inclemente temporada de lluvias que provocó graves desbordamientos e inundaciones en Salamanca y Celaya, cuya área habitable quedó reducida a la mitad.
Tanto la movilización social como la necesidad de proteger las propiedades llevaron a constituir un sistema de vigilancia que combinaba elementos militares y civiles. El estallido de rebeliones en contra del gobierno maderista, particularmente las encabezadas por Emiliano Zapata en el sur y por Pascual Orozco en el norte, justificó la presencia de los grupos de defensa en la región ante el temor de que las insurrecciones se expandieran.
En Guanajuato se dieron distintas rebeliones antimaderistas con el surgimiento de numerosos cabecillas, como Pedro Pesquera, Teodoro Barajas, Mauro Pérez, Benito Canales, Refugio Gómez y Simón Beltrán, quienes dirigían gavillas dispersas que actuaban más como grupos de bandoleros que como una oposición ideológicamente coherente y estructurada. En torno a Valle de Santiago, y por lo tanto de Celaya, se levantaron los hermanos Pantoja, encabezados por Tomás Pantoja.
El gobierno federal envió al ejército a contener las rebeliones en donde fuera necesario. En Guanajuato, desde agosto de 1912, el teniente coronel Luis Medina Barrón unificó a los cuerpos de voluntarios, acordadas, guardias municipales y milicia estatal y federal para hacer frente a los rebeldes. Mediante el empleo de tácticas muy violentas logró reducirlos con relativa prontitud y eficiencia.
Dichas rebeliones también reflejaban la profunda decepción y descontento ante la limitada apertura política, así como la desconfianza hacia el imperfecto sistema democrático en ciernes.
Los comicios de mediados de 1912 para renovar el Congreso federal fueron más cuestionados que los de octubre pasado. En Celaya triunfó Flavio González Roa como diputado a la XXVI Legislatura. El proceso electoral distaba mucho de convencer acerca de su legitimidad, como lo asentaba el periódico local La Vanguardia del 4 de agosto: “Las últimas elecciones de Diputados y Senadores han venido a demostrar que el sufragio no es efectivo y que los principios proclamados por la revolución de 1910 han sido falseados”.
Esta publicación es solo un extracto del artículo "La Revolución en Celaya. De Madero a Carranza" del autor Pablo Serrano Álvarez que se publicó en Relatos e Historias en México número 124. Cómprala aquí.