Al presidente Huerta no le importó ocultar que su gobierno censuraba a la prensa. Así lo admitió, sin reparos, ante Nelson O’Shaughnessy, encargado de Negocios de la embajada estadounidense durante su administración.
Tras la llegada del general Victoriano Huerta al poder presidencial el 19 febrero de 1913, la represión y la censura predominaron en la prensa de Ciudad de México, acompañadas de los subsidios gubernamentales. Por otra parte, recordemos que para marzo de ese año, desde Coahuila, el gobernador Venustiano Carranza se alzó con su Ejército Constitucionalista contra el régimen huertista, con la intención de restablecer el orden legal roto con el derrocamiento y asesinato de Francisco I. Madero.
Los periódicos más importantes e influyentes del país, como El Imparcial, le dieron su apoyo a Huerta; aparte, recién iniciada su administración, la Asociación de Periodista Metropolitanos (APM) “envió un telegrama a Carranza en el que se le exigía poner fin a su rebelión”, como ha señalado el historiador Michael C. Meyer. El caso de la APM es un ejemplo del tipo de política que Huerta estableció con la prensa. Ese organismo anunció en julio de 1913 que había recibido un donativo del doctor Aureliano Urrutia, entonces secretario de Gobernación, lo que llevó a algunos miembros a cuestionar su independencia.
Pero eso fue solo uno de los elementos de la relación que estableció con el gobierno, mediante la cual el régimen encarcelaba a periodistas y la APM “‘buscaba ayudar a los reporteros’ por medios legales para obtener su libertad; las autoridades judiciales […] daban todas las facilidades para que la Asociación pudiera sacar de la prisión a sus agremiados; posteriormente, en actos públicos, en los que se presentaban importantes funcionarios del gobierno junto con la plana mayor de la Asociación, aquel dejaba en libertad a los periodistas. Así, el gobierno mostraba su ‘benevolencia’ y la Asociación se congratulaba” de dicha acción, en lo que se convertía en un acto de mera publicidad para ambos, de acuerdo con el historiador Francisco Hernández Salcido.
Además de La Patria, entonces el decano en México, en la capital se publicaban periódicos como El Diario, El Independiente, Diario del Hogar, La Nación, La Tribuna, El Noticioso Mexicano, El Mundo Ilustrado, Novedades, El Paladín, La Semana Ilustrada o The Mexican Herald, además de los más destacados, El Imparcial y El País, los especializados y los de caricaturas como Multicolor y El Hijo del Ahuizote. A pesar de este numeroso conjunto de publicaciones, el discurso prácticamente era uniforme en su respaldo al huertismo. Cabe decir que las condiciones no eran propicias para la libertad de expresión, pues el presidente incluso “no procuró encubrir el hecho de que estaba ejerciendo la censura de prensa, y […] lo admitió sin reparos” al encargado de Negocios de la embajada estadounidense, Nelson O’Shaughnessy. “No fue necesario promulgar una ley que tuviese por delito penal el ofender la dignidad de los funcionarios públicos. Editores que no se alineaban […] eran obligados a cerrar sus puertas”, como señala Meyer. Así soplaban los vientos en el gobierno interino huertista.
“Ayudar a la pacificación del país”
En buena parte de los diarios capitalinos, las noticias del campo de batalla decían medias verdades o de plano no se informaba nada al respecto, en especial si favorecía a los revolucionarios, bajo el argumento de que lo más importante era buscar la pacificación del país y respaldar al gobierno federal en su lucha. En ese sentido, Meyer señala:
“Con el aparente propósito de mantener en alto la moral pública, a la masa de los ciudadanos mexicanos, principalmente los capitalinos, se le hacían llegar noticias del frente que apenas si reflejaban los hechos. El número de los contingentes enemigos fue vergonzosamente falseado; con muestras de heroísmo gubernamental, se pretendía encubrir obvias manifestaciones de incompetencia y cobardía, dándose el caso de derrotas presentadas como victorias. Los excesos del enemigo en el campo de batalla (y hubo muchos) fueron objeto de cumplida cobertura en los reportajes, mientras que los del gobierno (y también hubo muchos) se omitían. Siempre que Huerta no quería que alguna noticia apareciera en los periódicos, generalmente lo conseguía. Por ejemplo, el grave choque diplomático con Estados Unidos en Tampico [abril de 1914], no fue conocido de la prensa hasta la fecha de la invasión a Veracruz.”
Sin embargo, habría que matizar estas afirmaciones e ir a casos específicos en que las generalidades se pueden desvanecer; por ejemplo, en El Diario se daban a conocer constantemente, mediante la mera descripción de los hechos y sin calificativos, las noticias sobre los rebeldes, las tomas que hacían de algunas ciudades y los daños que causaban al ejército federal.
Eso sí: Huerta vio en la prensa a un aliado y era consciente de su importancia para difundir una imagen favorable de su régimen; “la constante crisis en la que se desenvolvió su gobierno lo forzó a hacer uso de este medio […] con objeto de contrarrestar la propaganda de la oposición” (que provenía de manera principal de fuera de la capital), además de que seguramente conoció el poder que “podía alcanzar, como lo había demostrado la experiencia maderista, y con su actitud y su atención trató de evitar caer bajo los ataques de los periodistas”, de acuerdo con la historiadora Josefina Mac Gregor.
Asimismo, le interesaba estar en contacto con los medios y dar su versión de los hechos, como lo manifestó en marzo de 1913: “Deseo que la prensa siempre diga la verdad y cumpla con su misión, encauzando la opinión pública. Para el efecto, los señores Ministros informarán, cada uno en su ramo, siempre que los periodistas lo soliciten, y en el caso de que con ellos no obtengan las informaciones deseadas, acudan al Presidente de la República, que, gustoso, satisfará vuestros deseos”.
Para muestra este caso: a menos de un mes de estar en el cargo presidencial, en la primera semana de marzo de 1913, Huerta convocó a los periodistas y les dijo:
“Deseo suplicarles y encarecerles, como representantes de la prensa, que es uno de los más grandes poderes sociales y por el cual tengo yo profundo respeto, se sirvan, de la manera más patriótica, ayudar a la pacificación del país. […] [Para ello, la prensa] necesita no buscarle dificultades al mismo Gobierno en su gestión, sino ilustrarlo en todo aquello que a su juicio sea conveniente, de un modo sereno. […] Creo que en estos momentos no conviene ocuparnos de asuntos políticos, si no es en apoyo de los propósitos de pacificación que abriga el Gobierno. Espero que la prensa ilustre al Gobierno de esa manera, y si no lo hace, eso querrá decir que no se ha penetrado de su alta misión en la sociedad. […] si el Gobierno no contara con la prensa, no podría conseguir la paz que tanto anhelamos todos nosotros. Espero contar con ella, y por su parte el Gobierno está resuelto a ayudar a la prensa, es decir, dándole amplia libertad.”
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La prensa en el huertismo