La muerte de Díaz Ordaz y su relación con Luis Echeverría

Gustavo Díaz Ordaz: origen y destino

Arno Burkholder

El expresidente Luis Echeverría asistió al funeral de Díaz Ordaz, en julio de 1979, pero todos sabían que durante su gobierno trató de zafarse de su responsabilidad, como secretario de Gobernación y encargado de la seguridad nacional, de la represión en el 68.

 

Un infarto acabó con su vida a las 13:45 horas de ese domingo 15 de julio de 1979. Tenía 68 años. Su familia decidió que no lo velarían en su casa sino en la agencia Gayosso de Félix Cuevas, a donde lo llevaron alrededor de las tres de la tarde. Embalsamaron el cadáver y lo vistieron con un traje negro para luego ponerlo en la capilla 3. El féretro gris estaba cubierto con la bandera nacional y tenía un cirio en cada esquina.

La clase política mexicana acudió a despedirlo. No podía abandonarlo a la hora de su muerte a pesar de que crecía la condena a Díaz Ordaz y al gobierno por lo ocurrido en 1968. Simplemente no podían romper con un pasado que todavía estaba muy cerca y al que pertenecían muchos políticos que para 1979 todavía estaban en activo. Les habría parecido una profunda deslealtad negar al presidente Díaz Ordaz, pero tampoco querían tocar esas heridas que no habían cerrado en la conciencia nacional.

No fueron miles de personas al velorio, pero sí estuvieron personajes representativos de su tiempo como Alfonso Martínez Domínguez, Lauro Ortega y Jorge de la Vega Domínguez. Cuando el presidente José López Portillo se enteró de la muerte de Díaz Ordaz decidió que su gobierno le rendiría un homenaje como el expresidente que fue. En ningún momento dudó sobre la conveniencia de hacerle un funeral de Estado. El mensaje que mandó el gobierno al homenajear al expresidente fue que Díaz Ordaz había salvado al país en 1968 pero al mismo tiempo actuó solo. “El licenciado Díaz Ordaz –declaró López Portillo– tomó decisiones históricas siempre en forma responsable y digna, fue un gran mexicano y lamento su fallecimiento”.

José López Portillo llegó a Gayosso en la avenida Félix Cuevas poco después de las siete de la noche. El presidente bajó del autobús Quetzalcóatl II y se dirigió hacia la capilla Tres. Horas antes el Estado Mayor Presidencial y miembros del Batallón de Fusileros Paracaidistas habían tomado el velatorio, cambiaron de sala los servicios que se estaban llevando a cabo en las capillas 2 y 4 y armaron una guardia de honor desde la entrada de Gayosso hasta la puerta de la capilla a la espera del jefe del Ejecutivo.

López Portillo llegó acompañado de su gabinete y de una desagradable sorpresa para la mayoría de los presentes: el expresidente Luis Echeverría. Nadie lo esperaba en el funeral. Luego de terminar su mandato, Echeverría se convirtió en embajador en la UNESCO en Francia y luego en Australia. Durante su gobierno se dedicó a atacar a Díaz Ordaz y su sexenio, culpándolos de todo lo malo que ocurría en el país. Hasta la masacre del 10 de junio de 1971 era responsabilidad de “los emisarios del pasado”, como los bautizó Echeverría. Además, el expresidente Díaz Ordaz se sintió traicionado por su sucesor luego de que éste intentó desmarcarse durante su campaña electoral de los acontecimientos de 1968 y no podía olvidar que Echeverría guardó un minuto de silencio en la Universidad de Morelia por todos los que murieron en la Plaza de las Tres Culturas; lo que, se rumoreaba, estuvo a punto de costarle la candidatura a la presidencia.

López Portillo y Echeverría fueron directamente hacia el ataúd para hacer una guardia de honor. Con ellos estaban Emilio Martínez Manatou, Enrique Olivares Santana, Carlos Hank González y Miguel Alemán Velasco en representación de su padre, el expresidente Miguel Alemán Valdés.

López Portillo y Echeverría se colocaron adelante del féretro, el primero a la derecha y el segundo a la izquierda; los demás hicieron dos filas, atrás del presidente y el expresidente. Pero después de pocos minutos el general Miguel Ángel Godínez, jefe del Estado Mayor Presidencial, se acercó a López Portillo y le dijo algo al oído mientras otro general se colocaba al lado de Echeverría para ocupar su lugar. El expresidente titubeó un segundo y luego dejó su sitio en la guardia de honor.

El presidente López Portillo se dirigió hacia la familia Díaz Ordaz para darle el pésame y Echeverría lo siguió. Gustavo y Alfredo Díaz Ordaz, hijos del fallecido, le dieron la espalda cuando los saludó. Echeverría tuvo que alzar la voz para decirles “buenas noches”, lo que obligó a Gustavo a voltear para darle la mano de forma vacilante. Nadie más quiso hablar con Echeverría, quien volvió a decir “buenas noches, caballeros” y se retiró de la funeraria. A la salida se encontró con los reporteros a los que dijo que fue al velorio porque lo invitó López Portillo, que sentía mucho la muerte de Díaz Ordaz aunque nunca habían sido amigos, pero que la versión de que estaban peleados era totalmente falsa. Acto seguido abordó una limusina que lo estaba esperando y se fue. No acudió al homenaje en el Senado de la República ni al entierro en el Panteón Jardín.

López Portillo se retiró poco después y lo siguieron los fusileros paracaidistas. Muchos políticos se quedaron toda la noche velando a Gustavo Díaz Ordaz y recordando su vida. Joaquín Gamboa Pascoe, presidente de la Gran Comisión del H. Congreso de la Unión, declaró: “Los acontecimientos de 1968 no empañan la memoria del extinto expresidente. [Díaz Ordaz] afrontó los hechos de la vida con entereza, con valentía. Los sucesos de 1968 fueron muy lamentables, pero él tuvo que arrostrarlos con firmeza”.

Al día siguiente un cortejo fúnebre presidido por un escuadrón de motociclistas de la Dirección General de Policía y Tránsito llevó los restos de Gustavo Díaz Ordaz a la sede del Senado de la República en la calle de Xicoténcatl. Con el nombre oficial de: “homenaje y reconocimiento institucional que rinde la República al ciudadano Gustavo Díaz Ordaz, presidente de México en el periodo 1964-1970”, la clase política mexicana se turnó haciendo guardias de honor ante el féretro que guardaba los restos del expresidente. La primera guardia la hicieron los representantes de los tres poderes de la Unión: el presidente López Portillo, Joaquín Gamboa Pascoe, presidente de la Gran Comisión del Senado, Carlos Riva Palacio, de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados y Agustín Téllez Cruces, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Cerca de mil personas estuvieron en Xicoténcatl, para luego acompañar al féretro de Díaz Ordaz y sus familiares al Panteón Jardín, donde sería enterrado junto a la tumba de su esposa. Más gente y un batallón esperaban la llegada del cortejo para interpretar el himno nacional, disparar 21 cañonazos en homenaje al fallecido y por último hacer el toque de honor en el momento en que el ataúd fuera inhumado.

El secretario de Gobernación, Enrique Olivares Santana, fue el encargado de pronunciar el discurso fúnebre. El funcionario dejó claro que el gobierno de la República reconocía los servicios que Díaz Ordaz brindó a la nación durante su mandato y que no rechazaba ninguna de las medidas que tomó: “Nuestro sistema político rechaza la autodenigración o el olvido, que son signos de inseguridad o de culpa. Sucede así porque los hombres que mueren luego de haber jefaturado (sic) al Estado mexicano y ejercido el poder ejecutivo por mandato popular pertenecen a la historia de la nación; su conducta puede y debe ponderarse con profunda objetividad para aumentar las luces y ensanchar los cauces de nuestro ascenso social”.

Por su parte, en su editorial del 16 de diciembre de 1979, el diario Excélsior, que había vivido una época complicada durante el mandato de Díaz Ordaz, señaló: “Lo urgente es preguntar al sistema si ya tiene una nueva línea de soluciones frente a los problemas que en la década pasada se afrontaron con la represión y el silenciamiento y a principios de la actual con diálogo abierto, pero ineficacia económica”.

¿Quién previó las trampas que el antiguo aplazamiento de soluciones le tendería inesperadamente con un conflicto que ni Gustavo Díaz Ordaz ni todos los demás políticos del sistema comprendieron a fondo ni pudieron resolver?

En general ése fue el tono de los políticos y columnistas que opinaron sobre la muerte de Díaz Ordaz. Los políticos que se habían formado bajo la sombra del expresidente y trabajaron con él durante su sexenio consideraron que no podían abandonarlo, aunque mantuvieron una distancia con respecto a lo ocurrido en 1968. Hubo otros que sí respaldaron sus decisiones: el exgobernador de Yucatán Carlos Loret de Mola señaló que Díaz Ordaz salvó al país en el momento más grave de su historia y que el pueblo no tenía nada que perdonarle, sino mucho que agradecerle.

Sin embargo, también entre los políticos de esa época, solo uno, el antiguo diputado constituyente Jesús Romero Flores, se atrevió a hacer un pequeño comentario que rompió con el discurso institucional: “¡Caramba! Siento mucho su muerte. Precisamente puedo decir que fue un gran ciudadano y un buen servidor público. Creo que no tengo más qué decir”.

 

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