La monumental Plaza de Toros México

Setenta años de un portento arquitectónico
Jorge M. Rolland

El sueño de la magna Ciudad de los Deportes, cerca de la avenida Insurgentes, no pudo realizarse. En cambio, quedó como símbolo de ese ambicioso proyecto la Plaza de Toros México, junto al imponente Estadio Azul. 

 

A sus setenta años de edad, la Monumental Plaza de Toros México, la más grande del mundo, ha mostrado la calidad de su hechura, pues ha resistido sin daños no sólo el correr de las décadas sino incontables temblores, lluvias torrenciales y la presencia de grandes multitudes, tanto en festejos taurinos como en reuniones políticas, religiosas y deportivas. Hoy permanece, erguido y orgulloso, el más grande monumento a la fiesta taurina en el mundo. 

La Plaza de Toros México es resultado del proyecto del empresario yucateco Neguib Simón Jalife, quien a fines de los años veinte, radicado ya en la ciudad de México, advirtió que a la capital le hacía falta un foro a su altura para actividades recreativas. Fue así que en 1939 adquirió gran parte de los terrenos pertenecientes al antiguo rancho de San Carlos, cercanos a lo que fue la hacienda de San José –entre las actuales colonias Noche Buena, Ciudad de los Deportes y San José Insurgentes–, donde planeó construir una ciudad de los deportes, que incluiría una gran plaza de toros.

El licenciado Simón advirtió que para consolidar este grandioso proyecto requeriría de planos bien concebidos y detallados, así como una cuidadosa planeación. Para ello contrató a principios de 1944 al prominente ingeniero Modesto C. Rolland, cuyo talento ya era reconocido en el medio a razón de las numerosas obras que había realizado en toda la República, pero en particular por el espectacular Estadio Xalapeño, construido en 1925. 

 

Una obra monumental

De inmediato, Rolland se dio a la tarea de realizar el plan maestro de la Ciudad de los Deportes, que se ubicaría cerca de la actual avenida Insurgentes. El complejo incluía un estadio, plaza de toros, arena para box y lucha, canchas de tenis, frontón y voleibol; alberca olímpica y otra con mecanismo para olas; cines, restaurantes, amplios estacionamientos y una zona de juegos de feria y locales comerciales.

El ambicioso proyecto de Neguib Simón, plasmado por Rolland, fue presentado durante la ceremonia de colocación de la primera piedra, el 28 de abril de 1944, presidida por el regente de la capital, Javier Rojo Gómez.

Con el respaldo financiero de dos prestamistas (la Asociación Hipotecaria Mexicana y el Banco de Cédulas Hipotecarias), el empresario yucateco resolvió el arranque formal de la obra a principios de 1945, cuando se inició la nivelación y consolidación del terreno. Mientras eso se realizaba, Rolland se ocupó de planear cada una de las actividades necesarias para ejecutar la construcción. Con todo preparado, las obras de concreto iniciaron a finales de junio de 1945.

A partir de ese momento se laboró a un ritmo vertiginoso. La empresa contó con un verdadero ejército de empleados que llegó a ser de diez mil obreros de todas las especialidades y que trabajaron hasta tres turnos, dirigidos noche y día por el ingeniero Rolland, quien junto con su equipo de colegas no se apartó de la obra en esos momentos cruciales. Fue por ello que ésta se concluyó en sólo seis meses, ante el asombro de los técnicos, autoridades y público.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “La monumental Plaza de Toros de México” del autor Jorge M. Rolland y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm.93.