En torno al cultivo del algodón, surgieron en La Laguna fábricas, bancos, empresas de servicios, ferrocarriles, que cambiaron rápidamente la región entera.
I. Por el norte de México
Aunque limitada en términos cuantitativos, la inmigración española asumió, durante la segunda parte del XIX, una importancia difícil de discutir entre los segmentos empresariales que operaban en México. Como lo destacó la historiadora Clara Lida, asumiría el perfil de inmigración privilegiada, caracterizada por ser numéricamente débil, de “insignificancia cuantitativa”, pero con un desmedido peso en “algún aspecto del mundo del capital, del poder, de la política, de la vida profesional [y] del empleo”.
Lida apuntaba que, a finales del Porfiriato, los españoles residentes en México sumaban alrededor de 30,000, no más del 0.2% del total de la población (si se compara con lo que sucedía en Argentina o Cuba, se percibirá una abismal diferencia en cuanto a cantidad e impacto sobre las estructuras poblacionales). Sin embargo, entre 1850 y 1910, su influencia en el universo de las actividades empresariales –tanto por su peso dentro de los nuevos sectores burgueses como por su ramificación geográfica– resultó decisiva, amplia y diversa.
Es posible afirmar que el capital, las propiedades y empresas manejadas por peninsulares jugaron un papel más que significativo en el ciclo formativo de la sociedad capitalista en México. Y la Comarca Lagunera resultaría uno de los escenarios mejor aprovechados por los oriundos de España.
1. La experiencia comercial
Aunque también arribaron ingleses, irlandeses, estadounidenses, franceses, chinos, griegos, italianos y alemanes, dentro de la escasa inmigración que el país recibió en la segunda mitad del XIX, una porción considerable provenía de España. Al seguir con cierta minuciosidad los procesos formativos de capital, se comprobó que no pocos de estos inmigrantes tuvieron éxito y que acumularon enormes fortunas y bienes. Pero también se ha verificado: a) que al llegar a México solían ser muy jóvenes y no disponían de mayores recursos; b) que el ciclo de acumulación de capitales y de experiencia empresarial supuso muchos años y, a veces, décadas; c) que su manera de desempeñarse en el ámbito mercantil o de la producción no difería radicalmente del que mostraban sus colegas mexicanos.
Rasgo común en los múltiples casos indagados fue una trayectoria comercial caracterizada por su perdurabilidad temporal, la magnitud que adoptó al menos desde los años sesenta del siglo XIX y su temprana relación con las actividades crediticias. Si el acercamiento a la propiedad o manejo de la tierra solía ser frecuente, quedó en claro también que no pocos remataron su periplo con una sustancial inserción en la industria fabril, el agro, la minería, los transportes y los servicios en general.
En los espacios norteños hubo que reconocer que ciudades como Monterrey y Chihuahua, puertos como Tampico, villas como las situadas sobre las márgenes del río Bravo o regiones que se encontraban en plena construcción –como la misma Comarca– constituyeron centros de atracción estratégicos para estos españoles.
En Monterrey, por ejemplo, la prominencia que alcanzaron fue más que llamativa: a) porque asturianos, santanderinos y vascos protagonizaron un exitoso devenir mercantil y financiero; b) porque una notoria porción de esos comerciantes contribuyó a sentar las bases del llamativo desarrollo fabril que Monterrey transitó a partir de 1890; c) porque redes y proyectos comunes los vincularon con una muy amplia área de la economía norteña; d) porque desde Monterrey fluyeron capitales que impulsaron, precisamente, el florecimiento agrícola, agroindustrial y financiero de La Laguna. Fundadores de poderosos núcleos empresariales regiomontanos fueron, entre otros, el asturiano Valentín Rivero y Álvarez Jove y los vascos/santanderinos hermanos Hernández con sus primos, los Mendirichaga.
2. El crédito comercial
Aunque Rivero, los Hernández y otros jefes de destacadas casas mercantiles de Monterrey intervinieron previamente en el financiamiento de guerra, es evidente que hasta 1870 el gran comercio presidió sus actividades. De manera paralela, sin embargo, había fructificado un quehacer estratégico: el préstamo. Como sucedía en otros ámbitos del territorio mexicano, muchos mercaderes se desempeñaron como financistas del incipiente orden liberal. La ausencia de un sistema bancario –que no habría de implementarse de manera firme hasta mediados de los noventa de ese siglo– colocó a las casas mercantiles en el corazón de algunas economías regionales.
La aventura prestamista que se consolidó desde los setenta no solo reforzaba las ya experimentadas funciones de intermediación: abría también el camino hacia la apropiación y/o manejo de la tierra rural y urbana, y alentaba la reconstrucción productiva tras décadas de conflictos civiles e internacionales. La documentación auscultada brinda un nítido panorama sobre las conexiones establecidas entre grandes comerciantes y productores agropecuarios.
Si se observan estos movimientos desde la muy activa Monterrey, o desde otras urbes norteñas, destacan dos matices: a) la notoria presencia de nuestros españoles como generadores de crédito; b) la combinación españoles/comercio/finanzas contó con un escenario predilecto en el ancho mundo norteño: la Comarca Lagunera.
II. Españoles y algodón en La Laguna
1. La economía del algodón
Desde principios de los setenta del siglo XIX se estableció desde Monterrey una progresiva conexión con la naciente Comarca, donde empezaba a intensificarse el cultivo del algodón. Su producción, destinada al mercado interior, fue acicateada por la gigantesca crisis que la Guerra de Secesión (1861-1865) descargó sobre los plantadores del sur estadounidense y –cabe puntualizarlo– por una industria textil que en México se encaminaba hacia el auge de los años ochenta. La agricultura del algodón alteró de manera radical el desértico paisaje lagunero: bañado por los ríos Aguanaval y Nazas, pasó de ser un área marginal a resaltar como escenario privilegiado de una muy densa actividad productiva.
Para que La Laguna se transformara en la proveedora de alrededor del 75% del algodón que a fines de siglo consumía el mercado interior fue menester, previamente, encauzar y redistribuir las aguas que bajaban estacionalmente de la Sierra Madre Occidental. La tarea coincidió con un vivaz proceso de transferencia y subdivisión de la tierra que –entre otros frutos– llevó a la formación de múltiples unidades productivas y a la aparición de un nutrido racimo de propietarios, arrendatarios y aparceros.
Pues bien: en cada una de estas labores y momentos participaron propietarios y comerciantes de origen hispano. Si Valentín Rivero, la casa Hernández, Francisco Armendaiz, los hermanos Maiz y los Mendirichaga se contaron entre los que –desde fuera de la Laguna– habilitaron recursos a los agricultores, Leonardo Zuloaga, Santiago Lavín, Rafael Arocena, Francisco Santurtún, Leandro Urrutia, Joaquín Serrano y los Ruiz Lavín descollaron entre quienes se desenvolvieron en la misma Comarca.
La Laguna fusionó, además, no pocos de los más poderosos españoles que operaban en el centro de México: entre otros, Feliciano Cobián, Policarpo Suso, Saturnino Sauto, Francisco Martínez Arauna y los hermanos Federico y Sinforiano Sisniega. Muchos de ellos no se limitaron al cultivo del algodón: participaron, según los casos, en la puesta en marcha de fábricas transformadoras de la semilla o de la fibra, en la fundación de bancos, en el aprovisionamiento de servicios o en el tendido de medios de transporte.
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