La impresionante procesión del Santo Sepulcro II

José A. Chab Cárdenas

La iglesia mayor de Campeche

En 1597, por real cédula, Felipe II de España había estipulado que se reedificaran los templos dedicados al culto divino en la provincia de Yucatán. Gracias a las memorias de religiosos de esta época, sabemos que la iglesia de Campeche ya no prestaba un servicio óptimo, por lo que el 26 de enero de 1609, el gobernador y capitán general Carlos de Luna y Arellano y el obispo Diego Vázquez del Mercado dispusieron la reedificación del recinto.

Por falta de fondos, la nueva iglesia no tuvo grandes avances sino hasta 1685, cuando Margarita Guerra Sánchez de García de la Gala, una prominente mujer de esa población, devota y benefactora de las obras religiosas, contribuiría con su gran fortuna a la construcción de la parroquia.

 

El altar

En esa época se consideró también la creación de los dos majestuosos altares del recinto: el del Santo Rito y el del Santo Sepulcro. El establecimiento de este último en lo que hoy es la catedral campechana nos muestra la gran importancia de su culto entre la población, lo que fue aprovechado por el clero secular para reflejar su dominio, poder y capacidad ante otros miembros de la Iglesia católica.

Una vez que se concluyó la construcción de dicho altar, se dispuso colocar en él la escultura del Cristo yaciente en un catafalco o urna mortuoria; sus brazos rígidos eran aprovechados para el sermón del descendimiento en el Viernes Santo, en el que la efigie de Cristo era bajada de su cruz. El catafalco destacaba por sus incrustaciones de concha y carey, lo cual, al igual que la fundación de los altares, fue llevado a cabo gracias a doña Margarita Guerra.

 

El ritual

Para 1728 se tenían establecidas dos procesiones en la villa, la primera el Viernes Santo en la tarde, y la segunda en la mañana del Domingo de Pascua. Doña Margarita fue de las principales promotoras de estos cultos; incluso dejó tres mil pesos como herencia para ese fin: dos mil para la procesión del Santo Sepulcro, aseo del altar y sus imágenes; y mil para el altar de Santa Rita y la procesión de la Santa Resurrección.

La procesión del Santo Entierro comenzaba en la tarde y culminaba con el ocultamiento del sol. Los fieles acompañaban el recorrido a la antigua usanza, con hachas de cera que alumbraban el camino del catafalco y de las imágenes, entre ellas las de Nuestra Señora de la Soledad, San Juan, María Magdalena y la Verónica.

Para mediados del siglo XVIII el culto, promovido también por marinos, calafates y militares, ya era reconocido en toda la península de Yucatán y recibía múltiples ofrendas a razón de los auxilios divinos otorgados. Se hizo tan famoso que los hombres de mar se detenían en el puerto para participar en él.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “La impresionante procesión del Santo Sepulcro II” del autor José A. Chab Cárdenas y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 94.