La Fiesta de las balas

Ciudad de México durante la Revolución
Guadalupe Lozada León

 

Desde el día de la renuncia del presidente don Porfirio Díaz, el 25 de mayo de 1911, algo se rompió en la cotidianeidad de la orgullosa capital de la República que seis meses atrás se presentara al mundo engalanada para las gloriosas fiestas del Centenario de la Independencia. Luego del ensueño de tranquilidad y prosperidad que se había dejado ver a los ojos de los extranjeros y los citadinos que participaron del festejo, la realidad salió a la luz de nuevo: los pobres, analfabetas, peones de las haciendas, campesinos sin tierra… todos seguían ahí, a la espera de que se les hiciera justicia. Y pese a que la Revolución no centró sus acciones en Ciudad de México, la lucha armada dejó graves secuelas en la vida de la capital, tan alabada hasta entonces.

 

Los años maderistas

 

Durante su gobierno, iniciado en noviembre de 1911, don Francisco I. Madero trató de respetar el aristocrático aire citadino. Su casa particular en la esquina de las calles de Liverpool y Berlín, en la colonia Juárez, era una de las más modernas de la capital; reflejaba todos los parámetros arquitectónicos de los palacetes que abundaban en aquellos nuevos rincones de la metrópoli, alejados lo más que se pudiera del centro, que todavía conservaba un aire que olía a viejo.

 

Madero continuó, hasta donde le permitió el cúmulo de asuntos cuya resolución era impostergable, las obras públicas que habían quedado inconclusas, como el gran Teatro Nacional (después Palacio de Bellas Artes), levantado en lo que había sido el convento de Santa Isabel, así como el Palacio Legislativo (que terminaría en Monumento a la Revolución). En su informe del 1 de abril de 1912, señalaba: “Las suntuosas obras del Teatro Nacional han continuado en parte y la comisión encargada del hundimiento de dicho edificio informa que ha disminuido notablemente. El edificio de la Secretaría de Comunicaciones [hoy Museo Nacional de Arte, en la calle Tacuba] estará en un plazo breve ocupado por las oficinas del ramo y en las obras del Palacio Legislativo Federal ha quedado armada la estructura metálica y la cúpula de la crujía norte y sur”.

 

No obstante los levantamientos zapatistas cuyas tropas amenazaban la capital, así como los problemas económicos que a diario iban en aumento y retrasaban el cumplimiento de las obras públicas, el gobernador del Distrito Federal, Federico González Garza, y el presidente municipal de la ciudad, don Pedro Lascuráin, continuaban los trabajos urgentes, como la desecación del lago de Texcoco, cuyos polvos maléficos tanto afectaban los pulmones de los capitalinos, además de la terminación de los “elefantes blancos” –los monumentales edificios– heredados del Porfiriato.

 

El 16 de septiembre del mismo año, Madero informaba:

 

Las oficinas de la Secretaría de Comunicaciones se han trasladado a su nuevo edificio, en el que están por terminarse algunos detalles de ornamentación y los de amueblamiento de los diversos departamentos, habiéndose instalado los archivos metálicos que se contrataron, los cuales ya prestan toda la utilidad que de ellos se esperaba.

 

En el Palacio Nacional quedaron concluidas las reparaciones en el patio de honor y las del salón de desahogo del Senado.

 

En las obras del Palacio Legislativo Federal se terminó totalmente la erección de la gran cúpula y de las crujías perimetrales del edificio.

 

En el nuevo Teatro Nacional han quedado casi concluidas las fachadas de mármol y los revestimientos del ático y colocados dos grupos de pegasos. Se terminó el gran mosaico del proscenio y el plafón de la sala. Las nuevas inyecciones de cemento en el subsuelo perimetral del edificio han detenido en parte los asentamientos que se venían observando.

 

El alumbrado público se ha aumentado considerablemente con el establecimiento de candelabros con focos incandescentes en las principales avenidas.

 

Para ampliar la ciudad se han expropiado inmuebles de particulares por valor de $199 046.93. El cementerio del Tepeyac se ensanchó hacia el norte.

 

En las municipalidades foráneas se han realizado obras de importancia, como la construcción del nuevo mercado de Coyoacán, la construcción de atarjeas de Tacubaya y Mixcoac y la pavimentación de las calzadas.

 

También en 1912 nacieron las primeras líneas de autobuses para el servicio de pasajeros. Las rutas fueron Zócalo-Tacuba, Zócalo-La Villa y Zócalo-Guerrero-Estaciones-Santa María la Ribera, con lo que se sentaron las bases de lo que sería el transporte colectivo citadino.

 

De Huerta a Carranza

 

Pero el gobierno de Madero, que no convenció a casi nadie, estaba destinado al fracaso. Así llegó febrero de 1913 y con él la etapa conocida como Decena Trágica. A partir del día 9, los habitantes de la ciudad que ya había sido tomada como campo de batalla, buscaban desconcertados el final de aquella pesadilla.

 

Los días se sucedieron mientras los atónitos espectadores, tanto de la capital como de las municipalidades foráneas, como Mixcoac y Tacubaya, comprendían poco a poco que la traición se había consumado, confundiendo sus fétidos olores con el emanado por los cadáveres que en piras se consumían en las principales avenidas.

 

Ciudad de México quedó desolada. Los mejores edificios públicos sufrieron terribles estragos causados por la insistente lluvia de proyectiles. La casa particular de los Madero fue incendiada y sus consumidos restos resultaron testigos impávidos de la felonía, al igual que la mayoría de los capitalinos que vivieron en carne propia las consecuencias de la traición y pagaron muy caro el precio de la democracia.

 

El nuevo gobierno de Victoriano Huerta –con lo que este general consumó su deslealtad– continuó algunas de las obras que por obvias razones Madero no pudo concluir, como la desecación del lago de Texcoco, tan sonada y solo concluida hasta la segunda mitad del siglo XX, la colocación de nuevos surtidores de agua potable, la prolongación de algunas calles y la conclusión del revestimiento de mármol del Teatro Nacional.

 

Como gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza desconoció al gobierno de Huerta mediante el Plan de Guadalupe. En seguida organizó un ejército, al que hizo llamar “constitucionalista”, para derrocarlo. A partir de entonces, sería llamado Primer Jefe, cargo que asumiría ante sus principales colaboradores. La lucha revolucionaria seguía, sobre todo por el norte del país, mientras Carranza se establecía en Chihuahua. Por ese tiempo, Francisco Villa adquirió fama de invencible al mando de la famosa División del Norte, mientras Álvaro Obregón comenzó su impresionante ascenso.

 

Ante las acciones bélicas que se generalizaron con la presión ejercida por los ejércitos que se oponían a su gobierno, Huerta renunció a la presidencia el 15 de julio de 1914. En ese mismo mes, los revolucionarios habían reconocido mediante el Pacto de Torreón la autoridad de Carranza y acordaron el establecimiento de una convención integrada para organizar nuevas elecciones.

 

El 13 de agosto se firmaron los Tratados de Teoloyucan que fincaron el triunfo del movimiento constitucionalista y acordaron la disolución del ejército federal, lo que facilitó la entrada de Obregón y Carranza a Ciudad de México.

 

 

Si quires saber más sobre qué ocurrió cuando las tropas zapatistas y villistas estuvieron en la capital; 1915, el año del hambre, y sobre el renacimiento de Ciudad de México, busca el artículo completo “La fiesta de las balas” de la autora Guadalupe Lozada León en Relatos e Historias en México, número 119. Cómprala aquí.