La semilla de la invasión norteamericana fue sembrada doce años antes por los levantiscos texanos que en 1835 fundaron la República de la Estrella Solitaria. Esto cercenó una enorme extensión del territorio nacional antes perteneciente al estado de Coahuila y Texas. Ya para entonces la balanza de América del Norte inclinaba su platillo hacia el septentrión. La anexión de la joven república a los Estados Unidos era cuestión de tiempo. El 1 de marzo de 1845, el presidente de Estados Unidos, John Tyler, a punto de concluir su periodo, firmó la anexión, medida impopular entre los antiesclavistas, pues el nuevo estado representaba votos a favor de la esclavitud.
El 4 de julio, el Congreso texano aceptó la anexión. Casi de inmediato, tropas norteamericanas al mando de Zachary Taylor se movilizaron a Corpus Christi. Meses después, en abril del siguiente año, avanzaron con dirección al río Bravo, y navegando por éste llegaron hasta Matamoros. El 25 de ese mes, en Carricitos, en las inmediaciones de Brownsville, la unidad mandada por un capitán de nombre Seth Thornton fue sorprendida por un ataque mexicano. El presidente James K. Polk, sucesor de Tyler en la Casa Blanca, recibió con ello en charola de plata el pretexto para declarar la guerra. La frase “Sangre norteamericana ha sido derramada en suelo norteamericano” encendió el fervor patriótico en todo el país. Millares de voluntarios se alistaron para combatir al “pérfido” México, con lo que se engrosó temporalmente al ejército de Estados Unidos, entonces formado por sólo ocho mil hombres.
Los invasores avanzaron hacia el sur. El 9 de mayo de 1846 se libró la batalla de Resaca de la Palma; entre el 20 y 24 de septiembre, tras reñido combate, Zachary Taylor toma Monterrey, Nuevo León, lo que le abrió las puertas de Saltillo. Los yanquis permanecieron inmovilizados en Monterrey en respeto al armisticio pactado con el general defensor de la plaza, Pedro de Ampudia.
En los primeros días de noviembre, sin disparar un tiro, los invasores entran a Saltillo. Mientras tanto, en California y Nuevo México los norteamericanos ocupan las principales ciudades en cumplimiento del “Destino manifiesto”. A punta de balazos, la Unión Americana estaba a un paso de extenderse desde la costa del Atlántico hasta el Pacífico.
“La batalla que México pudo ganar a Estados Unidos” del autor Javier Villarreal Lozano y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 93.