La ciudad de José Guadalupe Posada

Su final en Tepito y su eternidad con la Catrina

Agustín Sánchez González

Calles como Santa Teresa la Antigua, Santa Inés, del Relox, de la Encarnación, Hospicio de San Nicolás, Cuadrante de Santa Catarina, son parte de un pasado por donde a diario, durante un cuarto de siglo, caminaba un hombre mirando e imaginando un mundo que plasmaría en un dibujo a fin de llevarlo a la plancha de piedra o de zinc para que, desde finales del siglo XIX y hasta mediados de los años cincuenta del siglo XX, los habitantes de la Ciudad de México tuvieran en sus manos (y a veces, colgadas en las paredes de sus casas) hojas de papel con un dibujo suyo.

 

Muchos jugaron con la oca y la lotería; cantaron la letanía para pedir posada en días previos a Navidad; oraron ante las estampas de Cristos, santos y vírgenes; se asustaron al enterarse de criminales en serie, como el Chalequero; entonaron canciones populares; leyeron cuentos infantiles como La Cenicienta (cuando aún Disney ni existía) y la primera historia de México para niños; se enteraron de programas de teatro pegados en las paredes; sonrieron al leer las “calaveras”; incluso pudieron hojear más de cincuenta periódicos, y tal vez, sus contemporáneos, sus vecinos, ni siquiera se enteraron de que el dibujante, el humorista gráfico de todos esos impresos, era un señor que caminaba siempre por el centro de la ciudad, teniendo como eje la calle del Relox.

Ese hombre, que nunca se creyó artista, se llamó José Guadalupe Posada  Aguilar. Llegó a la Ciudad de México en 1888. Treinta y seis años atrás había nacido en el barrio de San Marcos, en Aguascalientes, y cuando tenía diecinueve emigró a la vecina ciudad de León, Guanajuato.

De 1871 datan sus primeras obras, en su ciudad natal; son caricaturas impresas en litografía que apenas son conocidas por el gran público, pues ni siquiera el Museo José Guadalupe Posada de Aguascalientes las menciona o muestra algún ejemplar. Son once caricaturas que aparecieron en un periodiquito llamado El Jicote. Periódico hablador, pero no embustero. Redactado por un enjambre de avispas.

Ese mismo 1871 partió a la vecina y pujante ciudad de León y ahí realizó cientos de trabajos que Francisco Antúnez recogió, para fortuna de sus estudiosos, en el libro Primicias litográficas del grabador J. Guadalupe Posada. Aguascalientes-León: 1872-76.

En León tuvo una destacada presencia laboral. Comenzó a ilustrar libros, imágenes de santos y vírgenes, anuncios de un sinfín de productos, e inició a una tarea que realizará hasta su muerte: diversificar su trabajo en otras ciudades; por ejemplo, ilustra un magistral retrato del poeta Celestino González, vecino de Lagos, que también recuperó Antúnez en una edición de autor (que tampoco está en el Museo Posada).

Dieciséis años vivió en León; ahí contrajo matrimonio con María de Jesús Vela y procreó al único hijo que se le conoce, a quien bautizó con el nombre de Sabino. Uno de los detalles de importancia fue que, siendo autodidacta, lo nombraron profesor de litografía en la secundaria de esa ciudad.

En 1888 emigró a la capital del país. Se especulan diversos motivos que, también, podrían complementarse: la centralización que siempre ha vivido México; la inundación de León, un diluvio que en dos días destruyó la ciudad; su calidad y crecimiento profesional que requería nuevos retos; y por último, la invitación de don Ireneo Paz, uno de los editores de mayor peso entonces.

El escritor Rubén M. Campos (1876-1945) señaló que “cuando Posada llegó a la capital de la República era ya un artista prestigiado como ilustrador de periódicos populares que editaba el periodista David Camacho” y, probablemente, este lo llevó a conocer a Paz, uno de los más importantes e influyentes periodistas y escritores de la época, dueño de varias publicaciones, autor y editor de diversos libros, junto con su hijo Arturo (además, fue abuelo de nuestro premio Nobel Octavio Paz).

En una de las pocas referencias que existen sobre Posada en vida, el escritor Arturo Paz lo llama joven promesa en un texto de bienvenida al periódico La Juventud Literaria, del 28 de octubre de 1888:

“El Sr. Guadalupe Posada. Los dibujos que publicamos hoy en la segunda parte de la última plana de nuestro semanario, es [sic] debido al magnífico lápiz del joven cuyo nombre encabeza estas líneas. Nuestros lectores pueden admirar cuánta idea, cuánta imaginación tiene el apreciable joven Posada quien en sus ratos de ocio ha dibujado cosas pequeñas que no son ciertamente lo mejor que él hace. Mucho nos complace dirigir elogios a quien lo merece, adivinamos en Posada al primer caricaturista, al primer dibujante que tendrá México. Próximamente esperamos dar una obra maestra de él, la que esperamos merezca los elogios de la prensa y de los inteligentes. Por ahora felicitamos cordialmente al Sr. Posada, deseando siga adelantando en el divino arte a que se ha dedicado.”

Curioso que llamara joven a un hombre de casi cuatro décadas de vida. En lo que sí tuvo razón es en que sería el primer dibujante que tendría México. Por si no bastara su ingreso a las ediciones de la familia Paz, un día después, el 29 de octubre, en La Patria Ilustrada publicó tres planas con “caricaturas”, como fueron calificados sus dibujos por el editor.

 

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Agustín Sánchez González. Historiador especializado en caricatura mexicana e investigador en el INBAL. Ha publicado una treintena de libros; entre ellos, Los humoristas gráficos y el exilio en México (2017), y Crímenes y horrores en el México del siglo XIX (2017). En 2019 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Cultural René Avilés Fabila. 

 

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