José Guadalupe Posada, un artista desdeñado

Agustín Sánchez González

De Posada se ha escrito mucho, pero se sabe muy poco. Pocos de sus contemporáneos dejaron alguna breve observación de un hombre que trabajó en tres estados de la República Mexicana, que fue grabador, caricaturista, ilustrador de decenas de publicaciones y libros e impresor de miles de grabados.

 

Durante medio siglo se mantuvo una visión de Posada que repetía lo escrito desde años atrás. Me gusta afirmar que su vida es un rompecabezas que está por armarse y que tenemos que desarmar, una y otra vez, las falacias que se escriben en torno a su obra.

De Posada se ha escrito mucho, pero se sabe muy poco. Pocos de sus contemporáneos dejaron alguna breve observación de un hombre que trabajó en tres estados de la República Mexicana, que fue grabador, caricaturista, ilustrador de decenas de publicaciones y libros e impresor de miles de grabados.

Heriberto Frías (1870-1925), autor de Tomochic, una de las novelas claves para entender la represión porfirista, también escribió los numerosos cuadernos que componen la Biblioteca del Niño Mexicano, que ilustró don Lupe, pero no generó referencia alguna; José Juan Tablada (1871-1945), uno de los pocos escritores que valoran la caricatura, no sólo lo ignoró, sino que menospreció sus dibujos impresos y masivamente distribuidos por Vanegas Arroyo, calificándolos de libelos. Tampoco advierten la presencia de Posada los ilustres periodistas y escritores de la época; ni Filomeno Mata, ni Ángel de Campo, ni Manuel Gutiérrez Nájera, ni Amado Nervo, ni ningún otro cronista.

Esto resulta curioso, pues la caricatura tuvo una importante repercusión en diversos autores que escribieron sobre Constantino Escalante o José María Villasana (citado en el poema “La duquesa Job”, de Gutiérrez Nájera); incluso el fallecimiento de Santiago Hernández ocupó las ocho columnas de El Imparcial. Sin embargo, ninguna publicación hizo referencia al deceso del autor de la Catrina; pocos le acompañaron a su última morada. Muerto don Lupe, nació Posada.

Además, su obra, mientras estuvo vivo, no tuvo espacio en ningún museo. Sólo circuló en hojas de papel hechas para lo efímero que volaron por todas las calles de la ciudad, en las iglesias, en las mesas para el juego, en las cartas de amor, en la vida de los mexicanos.

El Dr. Atl comentó que intentó escribir sobre Posada en El Imparcial, pero no se lo permitieron. Por su mitomanía, es difícil de creer. Empero, en su libro dedicado al arte popular, publicado en 1921, hay algunas referencias. Luego vinieron Rubén M. Campos, Jean Charlot, Diego Rivera, Antonio Vanegas Arroyo, Arsacio Vanegas, José Clemente Orozco, Leopoldo Méndez, y todo se volvió un boom.

Diego lo pintó en un mural, con su Catrina y con Frida; Leopoldo Méndez hizo un grabado al lado de los radicales hermanos Flores Magón y también comenzó un mito. Hoy, con la globalización, tenemos las películas Coco y Spectre, o la Barbie Catrina, y la mezcla entre el Halloween y las calaveras en todo el mundo occidental.

 

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Agustín Sánchez González. Historiador especializado en caricatura mexicana e investigador en el INBAL. Ha publicado una treintena de libros; entre ellos, Los humoristas gráficos y el exilio en México (2017), y Crímenes y horrores en el México del siglo XIX (2017). En 2019 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Cultural René Avilés Fabila. 

 

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