Iturbide y su drástico cambio de partido

Joaquín E. Espinosa Aguirre

Una vez que asumió el mando de la región del sur, Iturbide empleó a varios oficiales de su confianza para enviar comunicaciones privadas, echando a andar la maquinaria del Ejército Trigarante.

 

Pero, ¿qué generó que Iturbide pasara de ser un férreo defensor de la causa del rey, de la buena causa, a combatirla y buscar una alternativa pacífica para terminar con la guerra civil? ¿Cómo se puede entender un cambio tan drástico de su postura política? Lo primero a considerar es que la forma en que se dio su destitución y el hecho mismo de ser relevado, acusado de exagerar en sus castigos contra los insurgentes, fue justamente el detonante que le hizo sentir desplazado. Es muy posible que los códigos de honor militar que adquiriera luego de casi 20 años de carrera, le hubieran generado un deseo de venganza, gestado durante los largos años de retiro entre 1816 y 1820.

Gracias a las comunicaciones que Iturbide sostuvo durante 1817 y 1818, se puede asegurar que se mantuvo sumamente informado de las ocurrencias en la región del Bajío y Michoacán, pues tenía información privilegiada de testigos que le mantenían al tanto de las campañas de los insurgentes José Antonio “el Padre” Torres, los “Pachones”, los miembros de la junta rebelde de Jaujilla y los que se encontraban en las fortificaciones de Los Remedios y San Gregorio, así como de las novedades relacionadas a la expedición del navarro Xavier Mina.

Es claro que Iturbide consideraba que su proceso no había terminado, y aparentemente se mantenía tan bien informado con la esperanza de que de un momento a otro el virrey lo llamara para volver a combatir rebeldes. Esto podría confirmarse por sus pretensiones de recibir la Cruz de Isabel, una orden militar que concedía el rey Fernando VII, así como un ascenso militar y el esclarecimiento de las acusaciones en su contra, como calumnias de sus enemigos. Desafortunadamente para él, su apoderado en España no pudo hacer prosperar la solicitud y a finales del año de 1817 tuvo que regresar sin haber logrado su cometido.

Un segundo elemento, que resulta ser de la mayor relevancia, es que Iturbide representaba a toda una clase, la miliciana criolla, que si bien había cobrado relevancia durante la guerra, obteniendo empleos, distinciones y ascensos, también se encontraba limitada por el sistema castrense que existía en la monarquía española. Él, como algunos otros de este grupo, ya había llegado al tope de su carrera al ser ascendido a coronel, grado máximo al que podían aspirar, y aunque Iturbide buscó ser promovido por el mismo rey a un grado de generalato, ésta era una posibilidad velada para cualquier criollo.

Por ello es que su nueva empresa, a la que se entregó desde el año de 1820, fue la de procurar una serie de cambios que dotaran de una mayor autonomía al reino de Nueva España, los cuales permitieran a los criollos aspirar a mejores puestos dentro de las fuerzas armadas, al tiempo de darle un giro diferente a las poco esperanzadoras noticias que se recibían en el reino a partir de la restitución constitucional. Según escribió Iturbide en su propio Testamento de 1823, fue el estado de fermentación social lo que lo llevó a la acción: “muy pronto debían estallar mil revoluciones: mi patria iba a anegarse en sangre; me creía capaz de salvarla y corrí por segunda vez a desempeñar deber tan sagrado”. Iturbide encabezaría, contradictoriamente, una de ellas, pero con una marcada tendencia pacifista y basada en la garantía de la unión. Solo era necesario esperar su oportunidad.

 

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Agustín de Iturbide, de defensor del orden virreinal a independentista