Para los gobiernos posrevolucionarios fue práctico fomentar la idea de que México existía como ente único e indivisible desde tiempos antiquísimos y que las comunidades originarias eran una sola entidad. Así buscaron unificar los valores de la patria nacida en 1821.
“Cuando nos conquistaron los españoles…” ¿Cuántas veces habremos escuchado esta frase desde que cursamos la primaria, en la escuela, en el hogar, en la calle? Hasta la fecha, seguramente entre muchos de nosotros la memoria la hace resonar cada cierto tiempo, como si fuera el estribillo de una canción fielmente aprendida: “Cuando nos conquistaron los españoles…”, se suele escuchar al hablar de ese periodo histórico que implicó la llegada de Hernán Cortés y sus hombres a estas tierras, así como la caída de Tenochtitlan en agosto de 1521 gracias a una alianza entre diversas naciones indígenas y los europeos. “Cuando nos conquistaron los españoles…”.
La frase proviene, sin duda, del relato de la historia patria aprendido, repetido y fuertemente arraigado en la educación básica, por supuesto, con el respaldo y la proyección que solo un Estado nacional puede darle. Pero va más allá de ese ámbito y se manifiesta tanto en los medios de comunicación como en la charla banquetera, en el trabajo como en la cena: es como una enredadera que amplía sus ramas y se mete por donde puede, una filtración de agua que se cuela por todos lados y por donde menos lo esperamos, un fantasma conocido que deambula y recorre la casa sin que nos demos cuenta.
Todo ello con base en dos ideas principales: que México existía como ente único e indivisible desde ese tiempo, es decir, desde la caída de Tenochtitlan, y por ello se dice que “fuimos conquistados” por los españoles; y, por otro lado, que las comunidades originarias que entonces habitaban este territorio eran una sola entidad, sin distinciones ni desarrollos divergentes o contrastantes, sino con una sola esencia que hace que se les clasifique mediante la sola etiqueta de indígenas.
Sin duda, esa visión de la historia del país contribuye a dar pie no solo a la frase comentada, sino a toda una confrontación ideológica definida por dos antípodas que parecen irreconciliables hasta nuestros días: indigenismo e hispanismo, y que en la actualidad dan lugar a distintas expresiones en América y en España, destacando las de las figuras públicas que hacen un uso político de ello, basadas también en la creación de un enemigo contra el que hay que dirigir los ataques, principalmente discursivos.
Muestra de ese arraigo, pero visto desde una mirada crítica, es la obra de José Luis Martínez sobre Hernán Cortés, en torno a quien hace la siguiente reflexión que vale la pena retomar completa:
“México posee una tradición indígena muy arraigada. Desde los años que siguieron a la conquista se inició el rescate y el estudio del pasado indígena como un acto de afirmación nacional, y esa corriente no se ha interrumpido nunca. Existen relaciones y poemas de la conquista desde la perspectiva de los vencidos –la “visión de los vencidos”–, no solo de los pueblos del altiplano, sino también de los mayas, que presentan la conquista como una invasión, una destrucción de los antiguos modos de vida y un sojuzgamiento de la población indígena.
En los escritos de Carlos de Sigüenza y Góngora en el siglo XVII y en las obras de los humanistas dieciochescos, sobre todo en la de Francisco Javier Clavigero, surge la exaltación y el estudio sistemático de nuestras raíces indias. Y en los años siguientes a la guerra de independencia, a principios del siglo XIX, aparece otra corriente, ya no solo indigenista, sino además antiespañola, que condena la conquista y la figura de Cortés.
Al mismo tiempo, con Lucas Alamán, se inicia la contracorriente hispanista, de exaltación de la conquista española y de Hernán Cortés como héroe y cristianizador. En 1823, Alamán se siente obligado a ocultar los restos de Cortés para evitar una profanación que algunos exaltados anunciaban.
Aquella firme y constante tradición de apego y solidaridad con lo indígena, y esta polarización de posiciones, indigenismo- hispanismo, que aparece desde los primeros años del México independiente, son el origen de la conflictiva actitud de los mexicanos ante Cortés y su conquista. Además, estas posiciones entraron a formar parte de tendencias políticas. El indigenismo se incluyó en el ideario de los liberales y el hispanismo en el de los conservadores, tendencias que se opusieron, a lo largo del siglo XIX, con las armas y las plumas y que, matizadas, subsisten en nuestros días. Aun a hombre tan sabio acerca de nuestro pasado como Manuel Orozco y Berra lo conturba este conflicto, como lo muestra la sentencia acerca de Hernán Cortés que se le atribuye: “Nuestra admiración para el héroe; nunca nuestro cariño para el conquistador”.
Mas a pesar de las convicciones de los representantes de una u otra tendencia, y cualquiera que sea su composición racial, un mexicano siempre dice: “cuando nos conquistaron los españoles”, en tanto que algunos sudamericanos, aun muy morenos, suelen decir: “cuando conquistamos…” En México, pues, se da naturalmente esta adhesión a lo indígena, así se considere buena o mala la conquista.
Estas posiciones y tendencias han sido provechosas para lo que pudiera llamarse la integración de una conciencia nacional, pero nos han impedido una visión histórica y un estudio objetivo.
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Una herida que no cierra: indigenismo e hispanismo