Habla usted perfectamente el español

De cuando Armando Jiménez conoció a Pablo Neruda

Ricardo Lugo Viñas

Moscú, junio de 1957. El secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Jrushchov, sucesor de Stalin, ofrece una cena de gala en el Kremlin. El invitado especial es el mundialmente celebrado poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973), que se hallaba en la capital rusa con la intención de ofrecer una serie de conferencias.

 

Un mexicano oriundo de Piedras Negras, Coahuila, que a la sazón llevaba cuarenta años a cuestas y una notable trayectoria en la arquitectura deportiva, el atletismo y el ping-pong, se encontraba por aquellas fechas en Moscú, gracias a una beca otorgada por el gobierno de Jrushchov para hacer una estancia en la Universidad, y también había sido invitado, junto con otros extranjeros, al exclusivo convite con la nomenklatura moscovita. Su nombre: Armando Jiménez.

Neruda, que ganaría el premio Nobel de Literatura en 1971, era un fiel simpatizante y militante de la Unión Soviética. Años antes, en 1953, fue coronado con el Premio Stalin de la Paz y ese mismo año escribió su “Oda a Stalin”, incluida en su libro Las uvas y el viento. Tras la cena, se ofreció un cóctel en uno de los suntuosos salones del palacio. Armando Jiménez deseaba, como casi todos, conocer a Neruda en persona.

Sin embargo, un tumulto de admiradores sitió al poeta –que hablaba poco, pero entendía muy bien el ruso– en busca de su atención. Jiménez agudizó la mirada y pudo observar que la copa de Neruda se hallaba vacía y que nadie, en su egoísmo y descortesía, había tenido la amabilidad de rellenársela.

Así lo recordaría Jiménez: “Neruda era un extraordinario poeta, pero era mejor tomador. Al ver su copa vacía, pensé que esa era mi oportunidad. Le arrebaté la charola de las bebidas y botanas a un mesero que pasaba y, dispersando el enjambre que lo resguardaba, logré acercármele. Yo, que no sabía nada de ruso, le dije: Caballero, aquí le traigo el mejor vodka, güisqui escocés, bocadillos, paté, angulas, caviar… (la verdad no sabía lo que traía)”.

Gratamente sorprendido, Neruda miró al solícito mesero ruso y exclamó: “Oiga, habla usted perfectamente el español. ¿En dónde lo aprendió?”. “Aquí, en la Universidad –contestó el impostor y, sacando papel y pluma, agregó–: ¿Sería tan amable de decirme eso por escrito? Como un recuerdo. Mi nombre traducido al español es más o menos Armando Jiménez”. El chileno aceptó y escribió sin dudarlo: “Para el señor Armando Jiménez, que habla perfectamente el español. Moscú, 1957. Pablo Neruda”.

Tres años más tarde, aquel falaz mesero –popularmente conocido como el Gallito Inglés (“quítale el pico y las patas y sabrás lo que es”)– publicaría en México su primer libro, que causaría lo mismo un revuelo de desaprobación que un mar de aclamaciones entre la sociedad mexicana del momento, además de un rotundo éxito en ventas: Picardía mexicana.

Jiménez (1917-2010) publicó diecisiete libros (algunos prologados por los nobeles Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Camilo José Cela y el propio Neruda) dedicados al humor y las manifestaciones populares mexicanas, todos repudiados por quienes defendían las normas del decoro burgués. Así, cada que alguien le reclamaba por su español malhablado, solía contestar: “Mira, alguien que sí sabe de esto, no como tú, dice que lo hablo a la perfección”.

 

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