Giuseppe Peppino Garibaldi, la batalla decisiva

Gerardo Díaz

Garibaldi obtuvo el grado de general brigadier del ejército italiano durante la Primera Guerra Mundial. Antes, entre 1914 y 1915, combatió con sus hermanos al lado de Francia, y dos de ellos cayeron en combate en Argonne.

 

En la primera semana de febrero de 1911, Giuseppe Peppino Garibaldi se presentó en El Paso, Texas, en un despacho que ostentaba el letrero “The Provisional Government of Mexico”. Eran las oficinas que rentó don Abraham González, coordinador de la Junta Revolucionaria en Chihuahua, desde que Francisco I. Madero se exilió en Texas, en octubre de 1910. Don Abraham había sido el representante del Partido Antirreleccionista en ese estado durante la lucha legal y, ahora, en esos despachos, continuaba la campaña contra la dictadura de Porfirio Díaz a la vez que coordinaba a los alzados en el estado y mantenía la comunicación con los exiliados en San Antonio.

Garibaldi, descendiente de una familia de revolucionarios italianos, había llegado a Chihuahua en 1910 con la intención de explorar minas de oro y plata, y así se enteró de que sus trabajadores estaban más interesados en la revolución que en la minería. Cerró sus minas y con sus hombres se unió a Abraham González. De las minas salió mucha tropa; de hecho, algunos jefes eran antiguos empleados de la compañía minera de Cananea.

La revolución en Chihuahua se había desatado desde noviembre de 1910. Los que agarraron los fusiles eran maderistas de la clase media, mineros y rancheros, todos afectados por el despojo de tierras, los abusos de las autoridades y la soberbia de los terratenientes asociados al porfirismo. La figura que personificaba el enriquecimiento despótico en ese régimen era el exgobernador de ese estado, Luis Terrazas, viejo liberal, y terrateniente beneficiado por las leyes de desamortización de 1857, y quien por sus buenas relaciones  con el gobierno federal tenía a su yerno en el gabinete presidencial.

Uno de los más notorios amigos de don Abraham era Pascual Orozco, hombre decidido y famoso por su honestidad y rectitud, quien en el curso de los combates se convirtió en el más relevante de los jefes revolucionarios. Otros eran José de la Luz Blanco, Cástulo Herrera, Toribio Ortega, Pancho Villa y Maclovio Herrera, quienes disputaron territorios y ciudades a las tropas federales.

Madero se hallaba en Nueva Orleans desde diciembre de 1910 y, precisamente, en la primera semana de febrero de 1911, cuando las tropas de Pascual Orozco se hallaban a punto de sitiar Ciudad Juárez, llegó Madero a El Paso para hacerse cargo de la Junta. Orozco no pudo tomar la ciudad y, desde El Paso, Madero decidió que Orozco se pusiera bajo las órdenes de Eduardo Hay y de Garibaldi. Pero eso no era tan fácil.

El historiador Víctor Orozco, citado por Pedro Siller, señala cuatro peculiaridades de los serranos: “su capacidad militar desarrollada a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX; su mentalidad de hombres libres, pues el peonaje nunca existió allí, solo había pequeños propietarios; una intensa actividad política que no dejó morir los hábitos de participación popular en los asuntos públicos, y la penetración de nuevas confesiones religiosas –que se ajustaban mejor a la mentalidad antiautoritaria de los rancheros serranos– favoreció el rompimiento con el orden establecido, fuertemente apoyado por la jerarquía católica”.

Sobre aquellos días, el italiano cuenta, en su libro a A Toast to Rebellion (1936): “Mientras hablábamos, él [Orozco] pareció ceder en alguna forma, pero cuando Eduardo Hay, nuestro representante, llegó al punto de pedirle que actuara bajo nuestras órdenes, él volvió a desconfiar. Sus oficiales habían llegado a escuchar nuestro diálogo, y noté que a ellos tampoco les gustaba la idea de renunciar a su libertad de acción”. Orozco dijo: “Sí, lucharemos por la causa común hasta el final, la causa de la gente. Pero lucharemos a nuestro modo”. Y mirando a sus hombres, dijo: “Yo no tengo nada que hacer con estos dandis”.

 

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