La diplomacia nacional tiene una de las figuras más sobresalientes en Gilberto Bosques Saldívar, quien prácticamente arriesgó su vida y la de su familia al organizar una operación de refugio y rescate de centenares de perseguidos por la Gestapo en Francia, durante la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los grandes errores de la política exterior en el mundo durante el siglo XX fue, muy probablemente, la indiferencia. Ésta ocasionó que la comunidad internacional se limitara a observar las acciones fuera de su frontera, sin manifestar, o haciéndolo débilmente, el repudio a los cambios rectores de los países con los que mantenían relaciones amistosas y comerciales.
Los regímenes fascistas se expandieron rápidamente bajo estas condiciones y España no escapó a ello, al ser derrocada su segunda República por los militares comandados por el autonombrado “caudillo” Francisco Franco. Ante esta lamentable situación, el gobierno mexicano pronto exhibió su malestar y se fraternizó con los peninsulares indispuestos a vivir bajo tal represión. En 1939 el presidente Lázaro Cárdenas ordenó al ministro en Francia, Narciso Bassols, que apoyara con asilo político a los españoles que lo requirieran, otorgando inmediatamente todas las facilidades documentales para su adopción como mexicanos.
Debido a este esfuerzo descomunal de México, y a la creciente tensión en Europa, ese mismo año Cárdenas nombra cónsul en Francia a un personaje de toda su confianza: Gilberto Bosques Saldívar, destacado político y reformista nacido en Chiautla de Tula, en el estado de Puebla, de probado temple ante las acciones hostiles, como lo demostró cuando participó en el Ejército Constitucionalista, y de gran tacto humanista, como lo exhibió en su faceta de político reformador –en el campo educativo– de los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana.
Con su nuevo puesto, don Gilberto tendría capacidad de acción sobre un amplio territorio, pues políticamente el consulado bajo su tutela comprendía hasta Egipto. En esas condiciones continuó la ayuda mexicana a los exiliados españoles, que muy pronto se extendió a polacos, austriacos, rumanos, judíos, entre otros que huían de la imparable Alemania nazi.
Con la declaración oficial de guerra, hecha el 3 de septiembre de 1939, por parte de Inglaterra y Francia a la Alemania de Adolfo Hitler, don Gilberto y los demás miembros de la legación mexicana en París pronosticaron tiempos difíciles, sin embargo, pocos esperaban la capitulación francesa ante los nazis el 22 de junio del año siguiente. Ante esas condiciones, el consulado recibió autorización del gobierno mexicano para trasladarse e instalarse donde creyera conveniente.
Así se hizo, se desplazaron al sur, a la ciudad de Bayonne, y con ello se inició el peregrinaje de Bosques Saldívar por territorio europeo. En dicha localidad prosiguió con la ardua faena de proteger los intereses de los ciudadanos mexicanos azotados por las secuelas de la guerra en progreso y de otorgar asilo a los perseguidos étnicos y políticos del franquismo y del nazismo, para lo cual se pagaron barcos hacia América y se envió el mayor número posible de individuos a territorio mexicano.
Tristemente Francia ya no era un país seguro ni con garantías. La influencia del bando vencedor se hacía notar cada vez más y el nuevo gobierno de la Francia Libre (también llamado gobierno de Vichy, debido al nombre de la ciudad donde presidía), formado por el legislador germanista Pierre Laval y encabezado por el viejo y cansado mariscal Philippe Pétain, cedió el control de su zona atlántica, con lo que permitió la intervención de la Gestapo (la policía secreta nazi) en las aduanas. Con el fin de evadir la vigilancia, el consulado mexicano cambia de recinto nuevamente, dirigiéndose esta vez a la ciudad de Marsella, en la costa del Mediterráneo.
Con un número de refugiados cada vez mayor y con sus diversos enemigos pisándoles los talones, Gilberto Bosques arrenda los castillos de Reynarde y de Montgrand para instalar ahí a más de mil personas acogidas por el consulado mexicano. Por su parte, Luis L. Rodríguez, ministro en Francia bajo el mandato de Manuel Ávila Camacho, tampoco escatimó esfuerzos y mediante notas diplomáticas logró que el gobierno de Vichy reconociera la validez del amparo mexicano a los ciudadanos españoles, obteniendo así muchas facilidades para su salida legal hacia nuestro país.
Con techo y protección bajo la bandera tricolor, don Gilberto emprende el visado azteca sin objetar procedencia ni religión. Con métodos furtivos se elaboran documentos oficiales en un breve periodo de tiempo y bajo el amparo de la noche se realizan fotografías para su oficialización, todo un arte: considerando los retoques que debían hacerse a los rostros cansados y demacrados. Así transcurrió gran parte de la guerra para Gilberto Bosques, su familia y el personal del consulado mexicano: ayudando al prójimo entre el acoso de la influida policía francesa, de los agentes de Francisco Franco y, por si no fuera suficiente, de la Gestapo del Führer, que se irritaba cada vez más ante la osadía mexicana.
Para conocer más de los artículos vigentes, adquiere nuestro número 36 de agosto de 2011, en su versión impresa, disponible en la tienda virtual, donde también puedes suscribirte.