Todo estaba listo para el tercer juego y el manager de los Yankees de Nueva York, Bob Lemon, sabía que su equipo ganaría la Serie Mundial de Beisbol. Habían ganado los dos anteriores con relativa facilidad, y esa tarde no tenía por qué ser distinta. Además, Tom Lasorda decidió abrir el juego con un mexicano, Fernando Valenzuela, sin mayor experiencia en las ligas mayores. Tan seguro estaba Lemon, que decidió ponerle enfrente a otro joven pitcher, Dave Righetti, de 22 años.
Desde 1950 no se enfrentaban dos novatos en una serie mundial y la expectación, después de las derrotas angelinas, habían elevado la temperatura en el estadio de Los Ángeles.
En sólo ocho meses se había desatado una arrolladora ola de simpatías entre la chicanada por el Toro, y Lasorda no sólo sabía que el mexicano lanzaba como todo un consagrado, sino también que su presencia aseguraría una entrada completa, propiciando el ambiente para que sus jugadores dieran el máximo esfuerzo. Aquella tarde todo México se pegó al televisor; quienes sabían o lo ignoraban todo del beisbol apostaron sus esperanzas al sonorense.
El 23 de octubre de 1981, el Dodger’s Stadium vio subir a la loma de las serpentinas al primer mexicano que abriría un juego de la Serie Mundial. Con el playball zumbaron los primeros disparos del Toro demostrando de qué madera estaba hecho, e inspirando el esfuerzo del equipo.
En la parte baja del primer episodio, el angelino Ron Cey suministró el primer vuelacercas para sacar a dos compañeros de las bases y anotar las tres primeras carreras que pusieron a los Yankees contra las cuerdas. Los neoyorkinos, que no eran mancos, dieron todo de sí y para el tercer acto ya tenían cuatro tantos a su favor. Pero habían sudado mucho para llegar allí.
Bob Lemon decidió relevar al novato Righetti y enfrentar al Toro con el veterano George Frazier. Lasorda, con el cambio de los Yankees pidió tiempo para hablar con Valenzuela. Se dirigió a la loma de pitcheo acompañado del traductor. Frente al televisor fuimos testigos de un parlamento triangulado del que no ignorábamos su contenido. ¿El novato se habría amilanado ante la profesional embestida de los neoyorkinos? Pasaron larguísimos minutos y, al fin, Lasorda regresó al bullpen... el estadio, completo y de pie, estalló en aplausos para celebrar la permanencia del mexicano al mando del juego... Seguramente, éste le dijo al traductor: “Dile que esto no es enchílame otra...”.
El gordo ocupó su puesto, y el dominicano Pedro Guerrero conectó doblete para empujar dos carreras más; a partir de ahí el Toro se encargó de la blanqueada, descerrajando 145 lanzamientos sin relevos, y dándose el lujo de ponchar a sus pitchers rivales en dos ocasiones consecutivas.
Finalmente cayó el out 27, y en el Stadium estalló la algarabía: Fernando Valenzuela había entrado en la región de las leyendas. Había conseguido darle la voltereta a la Serie Mundial. El mexicano obtuvo el premio al Novato del Año, también el “Cy Young”, como mejor lanzador de las grandes ligas, y fue nominado “Jugador más valioso” de la Serie Mundial.
Los triunfos sucesivos, harían público el regateo de su contrato. Pero las taquillas eran el reflejo más fiel de la “Fernandomanía”, y los Dodgers eran el equipo líder en venta de boletos. La disputa fue arbitrada por la Liga Nacional de Beisbol (MLB, por sus siglas en inglés) que al fin ordenó a los Dodgers cubrir las exigencias del mexicano. En la temporada de 1983, Fernando Valenzuela se convirtió en el primer deportista profesional de la historia de Estados Unidos en ganar un millón de dólares de salario.
“Fernandomanía” del autor Alberto Sánchez Hernández y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 16.
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