Esplendor del Barroco en la Villa de Guadalupe

La arquitectura de Francisco Antonio de Guerrero y Torres en la Iglesia del Pocito

Edgar Tavares López

A lo largo de su historia, México ha sido cuna de grandes arquitectos, cuyas obras han dado identidad al país desde tiempos prehispánicos. Colosales pirámides y palacios pétreos; artísticos inmuebles virreinales; numerosos templos y residencias barrocos; valiosos ejemplares de los estilos neoclásico, ecléctico, art nouveau, art déco, funcionalista, posmoderno…, todos diseminados a lo largo y ancho de la República.

 

En la época virreinal destacó don Francisco Antonio de Guerrero y Torres, quien influyó en definitiva para que la capital de México fuera considerada la “Ciudad de los Palacios”. Nacido en la hoy tradicional Villa de Guadalupe en 1727, este relevante arquitecto fue el último que desarrolló al máximo el estilo barroco novohispano en el siglo XVIII. Inicialmente fue aprendiz de otro ilustre arquitecto: don Lorenzo Rodríguez. Para 1753 participaba ya en la construcción del santuario de Nuestra Señora de Guadalupe como superintendente, junto al arquitecto Ventura de Arellano. Más adelante, en 1760, labora en las obras del Colegio de San Ildefonso.

 

Por lo general, poco se sabe de las características físicas de los arquitectos del Virreinato, pero en un examen que realizara para obtener el título de Maestro de Arquitectura y el cargo de Veedor en el Ayuntamiento de la Ciudad de México en 1747, a Guerrero y Torres se le describe como un hombre de “cuerpo regular, trigueño, de ojos azules y una cicatriz junto a la barba del lado derecho”. Además de su destacada labor en el campo de la arquitectura, tenía curiosidad por las cuestiones experimentales y científicas. Se le reconocía como socio de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, interesado en cosas tan opuestas a su profesión, como la creación de métodos que acabaran con plagas agrícolas o aparatos para combatir el fuego. Además, le interesaba observar eclipses de Sol, como el ocurrido en 1788, que viera al lado de notables matemáticos y astrónomos como Joaquín Velázquez de León y Antonio de León y Gama.

 

Sin duda alguna, Guerrero y Torres resolvía de gran forma las aspiraciones, gustos y expectativas culturales de la alta sociedad novohispana de su tiempo, lo cual lo llevó a ser considerado como el arquitecto de moda en las décadas de los sesenta y setenta del siglo XVIII.

 

Capilla del Pocito

 

En contraste con su imagen de “alzado” o “magnate”, como lo calificaba el común de la gente, el arquitecto Guerrero y Torres trabajó en esta obra sin cobrar ni un solo centavo, al igual que los albañiles y los que dirigieron la construcción. El obispo y el mismo pueblo aportaron los materiales. Se trata de la que quizá sea la obra máxima de la arquitectura religiosa barroca novohispana, conocida coloquialmente como capilla del Pocito, construida de 1777 a 1791 y situada al noreste de la actual Basílica de Guadalupe.

 

Su volumetría circular de gran dinamismo, junto con la enorme cúpula revestida de llamativos azulejos blancos y azules y las grandes ventanas barrocas mixtilíneas con grandes picos a manera de estrellas, le dan un aspecto sencillamente impresionante. Más lo es su interior, donde se aprecian las dieciséis columnas que sostienen la gran cúpula ornamentada con pinturas de numerosos ángeles. Se destacan igualmente los frisos, las cornisas y el púlpito, advirtiéndose ya la presencia del estilo neoclásico.  

 

Esta publicación es un fragmento del artículo "Esplendor del Barroco" del autor Edgar Tavares López, que se publicó íntegramente en la revista impresa de Relatos e Historias en México No. 51: http://relatosehistorias.mx/la-coleccion/51-emiliano-zapata