El rompimiento formal con el maderismo fue a través del Plan de Ayala del 28 de noviembre de 1911. Este se discutió en el corazón de los cuarteles zapatistas, en mesa abierta, en reuniones públicas en las casas de los mismos pobladores. Fue apoyado por los generales del Caudillo del Sur, entre los que se encontraba Otilio Montaño, personaje fundamental en la redacción del documento y quien lo firmó en segundo lugar, junto al general José Trinidad Ruiz, solo debajo de la rúbrica de Zapata.
Ante el temor de que la insurrección lo rebasara y porque se dio por satisfecho con la renuncia de Díaz a la presidencia de la República, Madero aceptó negociar con el gobierno porfirista el fin de la revolución. El Pacto de Ciudad Juárez, de mayo de 1911, fue el compromiso entre Madero y el régimen para frenar la guerra y nombrar un gobierno interino encabezado por un connotado porfirista –Francisco León de la Barra, a la sazón secretario de Relaciones Exteriores–, manteniendo intacto el Estado: el ejército federal, los poderes Legislativo y Judicial, el orden jurídico, los poderes estatales y locales. A cambio de la renuncia de Díaz y del vicepresidente Ramón Corral, así como del relevo de algunas gubernaturas que pasarían interinamente a manos de gente de Madero, este se comprometió a desarmar a su ejército y licenciarlo. Poco después, el líder de la revolución triunfante cambió el tono de sus pronunciamientos: había llegado la hora de la reconciliación nacional, de la unidad y de hacer a un lado la violencia y las demandas sociales. El Plan de San Luis había que olvidarlo.
Madero tuvo éxito en desarmar y desmovilizar a su ejército victorioso y regresar a su casa a sus líderes. El único que no aceptó desarmar a su gente sin condiciones fue Zapata. En su visión, la revolución no se había hecho solo para quitar a Díaz, sino para que los pueblos recuperaran su tierra, para que se hiciera justicia. En la primera entrevista entre Zapata y Madero, el 8 de junio de 1911, cuando el morelense lo felicitó por su triunfo, aparecieron las diferencias profundas entre ambos. Emiliano, rifle en mano, se paró frente al coahuilense y, señalando su reloj, le dijo:
“Mire señor Madero, si yo, aprovechándome de que estoy armado le quito su reloj y me lo guardo y andando el tiempo nos llegamos a encontrar, los dos armados, con igual fuerza, ¿tendría derecho a exigirme su devolución? Sin duda –le dijo Madero–; le pediría incluso una indemnización. Pues eso, justamente –terminó diciendo Zapata– es lo que nos ha pasado en el estado de Morelos, en donde unos cuantos hacendados se han apoderado de las tierras de los pueblos. Mis soldados (los agricultores armados y los pueblos todos) me exigen diga a usted, con todo respeto, que se proceda desde luego a la restitución de sus tierras.”
A pesar de eso, Zapata confió en las promesas de Madero de que pronto se resolvería el problema agrario y aceptó que sus hombres entregaran sus armas. Sin embargo, el desarme zapatista, y sobre todo los acuerdos de Madero con el líder suriano, fueron saboteados por el presidente León de la Barra, quien ordenó a una columna del ejército federal, encabezada por el general Victoriano Huerta, que invadiera el estado de Morelos y obligara a Zapata a un desarme sin condiciones. La provocación del gobierno interino y del ejército federal continuó, pese a los intentos de Madero por impedirlo.
El ataque federal a Zapata, cuando negociaba con Madero, tenía la intención de matarlo y provocar la ruptura entre dos hombres de buena fe. En agosto de 1911, el Caudillo del Sur concluyó que, o bien Madero no tenía control sobre el presidente interino ni sobre el ejército, por lo cual no tenía sentido negociar con él, o, peor aún, que formaba parte de una trampa para asesinarlo. El 17 de agosto de ese año, luego de otro sabotaje del ejército federal, el de Anenecuilco escribió a Madero:
“Causa mucha indignación en pueblo y ejército el amago de las fuerzas federales que están con intención de ataque contra nosotros. Si se derrama sangre, no seré yo el responsable, pues usted comprenderá se trata de asesinar los mismos principios que usted proclamó. La Nación entera nos contempla con sus ojos. Nosotros moriremos, pero los principios que usted inscribió en sus banderas en Chihuahua no morirán […] Si la revolución no hubiera sido a medias y hubiera seguido su corriente, hasta realizar el restablecimiento de sus principios, no nos veríamos envueltos en este conflicto.”
Zapata rompió con Madero de forma virulenta. El Plan de Ayala, que proclamó a fines de noviembre de 1911, fue el resultado del fracaso de su negociación y la justificación de su rebeldía. No eran bandidos ni buscaban el poder. Tenían una causa, la agraria, que Madero había traicionado. A partir de entonces, el líder sureño volvió a levantar a su ejército y se convirtió en el principal problema político para el gobierno maderista en 1912, después del fracaso de la rebelión orozquista en el norte.
Emiliano no pudo ser derrotado, a pesar de la Ley de Suspensión de Garantías que aplicó Madero en la zona zapatista y de la guerra a sangre y fuego que libraron contra ellos las columnas federales de Huerta y Juvencio Robles. No pudo ser doblegada tampoco por la estrategia militar, menos violenta, que llevó a cabo el general amigo de Madero, Felipe Ángeles, quien, aunque debilitó a la insurrección suriana, no pudo acabar con ella mientras duró el gobierno maderista.
Esta publicación solo es un extracto del artículo "¿Por qué fue asesinado Emiliano Zapata?" del autor Felipe Arturo Ávila Espinosa que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 128.