El vuelo musical de Eduardo Mata

El más grande director de orquesta mexicano
Ricardo Lugo-Viñas

Brillantísimo artista que en su época más fructífera llegó a dirigir casi noventa conciertos orquestales en un año, su exigente batuta, genio y profesionalismo lo colocaron al frente de las mejores sinfónicas del mundo. Pero a los 52 años, cuando se hallaba en la cúspide de su carrera, una tragedia truncó su vida.

 

Eduardo Vladimiro Jaime Mata Asiain nació en la Ciudad de México. Fue en la colonia Roma el 5 de septiembre de 1942. Sin embargo, su padre Federico Mata, hombre culto oriundo de Oaxaca, juzgó que la capital era poco propicia para el desarrollo de sus hijos, de modo que decidió regresar a su estado. Así, en 1947 la familia llegó a la ciudad de Oaxaca. Popular y carismático, a Eduardo, un inquieto niño de grandes orejas, blanca piel, ojos azules y nariz aguileña, muy pronto lo conocieron como el Güero; los amigos también lo nombraban el Huracán Vladimiro por su fuerte y caprichoso carácter.

Algo lo atraía fuertemente y a cada instante: la música. Tocaba hasta sobre los platos de la mesa, decía su abuela. Y sólo cuando tocaba o escuchaba música, el travieso niño Eduardo se tranquilizaba. Eso convenía a su nana y a sus padres, de modo que lo mandaron a estudiar piano y guitarra. Aprendió rápido todo lo que los maestros locales le ofrecían. A los cinco años ya se presentaba en las plazas y en las esquinas, vestido de charro e interpretando canciones como Juan Charrasqueado o Peso sobre peso.

La banda de música del estado tocaba todos los domingos después de la misa de doce en el quiosco de la plaza central de la capital oaxaqueña, y Eduardo se maravillaba al escucharla. Fue ahí que, a los seis años, ya jugaba a dirigir dicho conjunto, arriba de un banquito y con una vara en la mano. El director, don Amador Pérez Torres, lo animaba. A todos los músicos y al público les daba mucha gracia.

También desde muy niño se apasionó por la aviación. Hizo un primer viaje en una avioneta piloteada por un médico amigo de su padre, quien le dejó a Eduardo tocar los controles de la máquina. Ahí prometió que algún día él tendría su propia aeronave que, por supuesto, pilotearía.

El incontinente deseo de Eduardo por aprender más sobre música, aunado al consejo que el maestro Pérez Torres dio a su padre sobre la importancia de que el niño estudiara de manera profesional, hizo que la familia Mata Asiain retornara a la Ciudad de México en 1953, pese a que las dudas agobiaban a don Federico.

A los trece años, ya como estudiante del Conservatorio Nacional de Música (CNM), regresaría a Oaxaca para estar al frente de la banda estatal, invitado por el director de ésta. Eduardo eligió la Obertura 1812 de Piotr Ilich Chaikovski, obra sinfónica que conmemora la resistencia rusa contra las fuerzas del emperador francés Napoleón Bonaparte y que incluye cañones y campanas como parte de la dotación musical. Para suplir esos sonidos solicitó el toque de campanas de la iglesia local y que se prendieran cohetones. Las crónicas relatan que el concierto fue emotivo y espectacular. Entonces su familia comenzó a tomarlo más en serio y a entender que Eduardo había nacido para la música.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “El vuelo musical de Eduardo Mata” del autor Ricardo Lugo-Viñas y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 95.