El virrey Maximiliano

Gerardo Díaz

Antes de venir a México, Maximiliano fue designado virrey en el reino de Lombardía-Véneto por su hermano Francisco José, emperador de Austria. Desde ese cargo, infructuosamente intentó liberalizar el dominio imperial en esas regiones, pero su gobierno terminó siendo abatido por los ejércitos patriotas italianos, aliados con Napoleón III. Entonces tuvo que retirarse con Carlota al Castillo de Miramar.

 

La impresión general que Maximiliano dejó en Milán fue la del joven liberal, de veinticinco años, que quiso congraciarse con la sociedad italiana y ampliar sus márgenes de autonomía política y de participación en los asuntos de esos territorios. Esos intentos fueron inútiles, pues su hermano Francisco José, emperador de Austria y apenas dos años mayor que él, le cerró todas las posibilidades de gobernar con criterio propio.

Maximiliano llegó a Milán el 6 de septiembre de 1857, acompañado de la archiduquesa Carlota, de diecisiete años y nacida princesa de Bélgica, con quien se había casado a finales de julio. Francisco José lo había nombrado virrey de esos dominios en sustitución del gobernador militar mariscal Radetzky, como último intento de Austria por pacificar ese reino, pues durante los últimos nueve años se había hecho intolerable el gobierno del mariscal, quien había concentrado en sus manos todos los poderes civiles y militares, personificando el rostro más sombrío y despiadado de la dominación austriaca. Por supuesto, Radetzky no había actuado por sus pistolas, sino por órdenes del joven Francisco José.

Aunque el mariscal de campo había gobernado desde 1834, más férreo se volvió el régimen de ocupación después de la oleada revolucionaria de 1848, que arrolló toda Europa –a Viena también–, y que en Milán se expresó como una insurrección popular contra el dominio austriaco, en la llamada Primera Guerra de Independencia. Sofocada la revuelta en las barricadas y sometido el gobierno provisional que había emergido, el emperador Francisco José impuso el orden con Radetzky, con bayonetas y medidas draconianas.

En 1857, pues, Maximiliano asumió el cargo de gobernador suponiendo que su hermano le permitiría un mayor diálogo con los italianos, pero este le impuso al general Ferenc Gyulai como comandante general del ejército de ocupación, con órdenes directas desde Viena. En su proclamación de instalación, Maximiliano afirmó que el propósito de su misión sería promover el bienestar moral y material de las dos regiones y asegurar el desarrollo autónomo de las provincias confiadas a su cuidado. Pero las tendencias federalistas del archiduque y su intención de distanciar el reino de Lombardía-Véneto de la administración central de Viena, estaban en marcado contraste no solo con su función, sino también con las instrucciones que el emperador enviaba desde Viena. Más que un virreinato, el de Maximiliano fue una cancillería archiducal, y en Milán vivió como un soberano, rodeado de una imponente corte de chambelanes y mayordomos.

Las competencias de Maximiliano se redujeron exclusivamente a las de fiscalización y enlace entre los ministerios de Viena y los lugartenientes. Los despachos vieneses le llegaban abiertos por el ministerio, para que solo los transmitiera sin ninguna orden particular. Pese a los límites impuestos a su papel, Maximiliano exigió a sus colaboradores más cercanos estar informados de cada cuestión, de cada problema, tanto administrativo como político, así como de la situación económica; sin embargo, su poder real era muy restringido. Aunque se entrometía en todo, no tenía la dirección de nada. La gestión del reino lombardo-véneto no estuvo sometida al archiduque ni siquiera nominalmente, aunque Maximiliano se dedicó a una intensa actividad de planificación y reforma institucional, llamando también a representantes e intelectuales liberales lombardos para colaborar en su gobierno.

El archiduque sí logró la abolición de ciertos privilegios fiscales y la conversión de las academias de Bellas Artes en secciones de los institutos de Ciencias, Letras y Artes, así como su reorganización con criterios más inclusivos, pero la política autonomista que pretendió imponer no condujo sustancialmente a nada. Es sabido que a unos meses de su llegada a Milán elaboró un programa que preveía la reorganización urbana de Milán y una serie de obras públicas urgentes –también en Venecia y otras ciudades–, así como una intervención estatal en favor de la industria, con exenciones aduaneras para la importación de maquinaria agrícola e industrial, además del establecimiento de un banco refaccionario lombardo. Pero no solo no encontró eco en Viena, sino que, por el contrario, le redujeron el gasto en obras públicas.

Sin embargo, es indiscutible que el restablecimiento de una administración civil ya no dependiente del anterior gobierno militar despótico tuvo el efecto inmediato de aliviar la presión policial, cierta flexibilización de la censura y, en consecuencia, mayor vivacidad política.

 

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