Eulalio González Ramírez trascendió el estereotipo y creó el arquetipo del norteño francote e ingenioso, emparentado con una ilustre genealogía de pícaros que viene desde el Siglo de Oro español. Con una riqueza verbal tomada del lenguaje popular de los habitantes de la dura y hostil frontera norteña mexicana, su habla es un ejemplo del ingenio humano frente a la árida naturaleza, del humor de la vida frente a la adversidad.
En 1948 Lalo González fue seleccionado para participar en una radionovela de su amigo Pedro Infante: Ahí viene Martín Corona. Es ahí donde recibe el regalo de su vida de manos del guionista Álvaro Gálvez y Fuentes, pues en esa producción Eulalio comienza a interpretar al personaje del Piporro, que no abandonaría jamás. Este personaje le sirvió y lo benefició pero no lo devoró, como tantas veces le ha sucedido a otros histriones que no pueden desprenderse, íntimamente, de su exitosa caracterización.
De golpe y porrazo, como se dice, en su debut cinematográfico el Piporro se convirtió en un personaje popular. De 1952 a 1957 Eulalio participó en veinte películas, al lado de figuras como Pedro Infante en Cuidado con el amor, Los gavilanes y Escuela de música. Además fue nominado al Ariel por Píntame angelitos blancos (Joselito Rodríguez, 1954), premio que finalmente obtendría en 1956 con Espaldas mojadas (Alejandro Galindo, 1953) por Mejor actor de cuadro con su personaje del bracero Alberto Cuevas, donde mostró su notable capacidad histriónica más allá de su habitual personaje del norteño gracioso y dicharachero. A partir del Ariel, el Piporro se catapultó al estrellato y participó, en tan sólo dos años (1958 y 1959), en diecisiete películas.
El fenómeno del Piporro es complejo, pues era un artista total: actuaba, bailaba, cantaba, componía música, hacía guiones, dirigía y producía películas. Todo el tiempo se ocupaba: cuando no estaba trabajando en el cine, andaba de gira con la legendaria Caravana Corona de Guillermo Vallejo, recorriendo la República Mexicana sin descanso y con tres funciones diarias. Y cuando no estaba en el cine ni de gira, participaba como maestro de ceremonias o escribía guiones. Era sin duda un hombre versátil y talentoso: en la cinta El pocho (1969) fue productor, compositor de la música, autor del guión, director y actor principal, con la cual además ganó una Diosa de Plata de la asociación Periodistas Cinematográficos de México por su desempeño histriónico.
El humor del Piporro triunfó a causa de su autenticidad, pues aunque él no inventó ese estilo, sí lo abrevó desde su niñez en una tierra de grandes conversadores donde se reconoce y festeja el ingenio y el verbo agudo y certero. Esta herencia la transformó en un espectáculo. Tomó el ingenio verbal de su tierra y de la música norteña para inventar su propio estilo, convirtiéndose en un artista único e inolvidable.
Esta publicación es un fragmento del artículo “El Piporro” del autor René González y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 78.
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