El papel de las mujeres en la Conquista

Indias y españolas como protagonistas de la historia

Luis Barjau

 

La historia es cruenta cuando hace caer el velo del olvido. Si no hubiera sido por Francisco Cervantes de Salazar, que hizo el recuento más preciso de las españolas de la Conquista, nada hubiéramos sabido. Beatriz Ordaz, Juana Martín, María de Vera, Elvira Hernández, Isabel Rodríguez, Beatriz Hernández, Catalina Márquez, Beatriz Palacios Parda, Juana López, Violante Rodríguez, Catalina González y Antonia Hernández. Por otro lado, tal vez la llamada Noche Triste no sería recordada como tal sin la mujer que avisó a los mexicas del escape de los españoles y sus aliados, lo que a la postre permitió propinar una fuerte derrota a los conquistadores.

 

 

Cortés y las mujeres

 

Cuando cayó la ciudad coincidió que, procedente de Cuba, un navío cargado de vino llegaba a las costas de Veracruz. La celebración de Cortés en su palacio de Coyoacán fue intensa por ello. Esa noche todos habrían de embriagarse como locos. Uno daba tumbos caminando por las mesas. Cuando se acabó el cerdo y alzaron los manteles, “salieron a danzar las damas”. Catalina Xuárez, la Marcaida, legítima esposa de don Hernando, que vino de Cuba ansiosa por cobrar el servicio de miles de indios que le correspondían por ley, habría de encontrar la muerte esa misma noche, quizá como muchos dijeran, a manos de su propio marido y en su lecho. Había hecho una profunda rabieta que apenas pudo digerir arrodillada después frente a la imagen de María, porque en la chusca sobremesa y con señas atrevidas por el tinto excesivo, un soldado le insinuaba que no dependía de él que obtuviera a sus nativos, sino de su señor, haciendo una desmañada seña hacia Cortés. Las risas del coro ya habían coloreado las mejillas de la Marcaida, que reclamó de inmediato a su marido para que le “diera sus cosas”. Y la broma del jefe, dura entre la cascada de risas de la tropa relajada no se habría de hacer esperar y decía con voz amarrada y leve que él, en cambio, no tenía ni quería nada que fuera de ella. La mujer dejó el salon apurada de rabia y la algazara redoblaba bajo la luz de los candiles.

 

“Francisca Ordaz, la Bermuda [...], Mari Hernández, Isabel Rodríguez, una de apellido Gómez y ‘otra señora’, mujer del capitán Portillo, que murió en los bergantines, esta por estar viuda no la sacaron a la fiesta”. Isabel Rodrigo, mencionada por Francisco de Aguilar.

 

Cortés no refiere a nadie en sus cartas de relación al rey. En la sola ocasión que alude a la gran Marina, lo hace como “la lengua”. El pachá no se dignó mencionar a tantas como tuvo. Varios años después, Catalina González,4 en un requerimiento, lo acusó con franqueza gitana de haberse echado con ella y con su hija.

 

Guerreras

 

“Beatriz de Palacios, ‘parda, mulata’ esposa de Pedro Escobar, quien suplía al marido en las guardias nocturnas, y cuando dejaba las armas salía al campo a coger bledos y los tenía cocidos y aderezados para su marido y demás compañeros. Curaba los heridos, ensillaba los caballos e hacía otras cosas como cualquier soldado”.

 

De entre todas, María Estrada fue la única mujer reconocida y, por sus proezas de guerra, acaso respondiera por completo a las fantasías del judío Gaspar de Carvajal cuando descubría el Amazonas, nombrado así precisamente porque este hombre de aventuras dijo haber llegado en su viaje río abajo a la aldea de las amazonas, mujeres que se habían cortado un seno para disparar mejor el arco y cuyas fuerzas bastaban para dominar ocho hombres cada una. Que María actuó como un valiente soldado en la Noche Triste, montada a caballo y lanza en ristre como un cruzado. Que primero vivió cinco años como esclava de un cacique de Cuba, en Matanzas, donde perecieran todos sus compañeros a manos de indios y el nombre del sitio los recordara hasta hoy.

 

María casó con Pedro Sánchez Farfán en Nueva España. Al enviudar, volvió a casarse, entonces con Alonso Martín Partidor. Fue de las primeras vecinas fundadoras de Puebla de los Ángeles, donde permaneció hasta el final.

 

Las hermanas Beatriz y Francisca Ordaz, que habían venido con Pánfilo de Narváez de Cuba a dar escarmiento a Cortés por irredento, increparon a sus compañeros cuando eran vencidos por las huestes del conquistador:

 

“—Bellacos, dominicos, cobardes, apocados que más debíais de traer ruecas que espadas [...] hemos de dar nuestros cuerpos delante de vosotros a los criados de estos que os han vencido”.

 

 

Éste sólo es un extracto del artículo "Mujeres en la Conquista" del autor Luis Barjau, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 110.