Todos los días, en lo profundo del silencio de la noche, don Luis Cardoza y Aragón comenzaba a trabajar en el despacho de su casa, una casa de amplio jardín y altos árboles ubicada en el número 1 del callejón de las Flores, en el barrio de San Francisco, en Coyoacán. Le gustaba hacerlo de madrugada, bajo la luz ambarina de una lámpara de mesa, para así evitar las peregrinas interrupciones que la vida cotidiana demandaba durante el día. Cargaba varias pipas, las colocaba cerca de su máquina de escribir, y si arreciaba el frío encendía el calefactor. Luego, bajo hermosas nubes de humo azul, comenzaba a hacer su trabajo: leer, pensar y escribir.
Cardoza y Aragón fue un fecundo y prolijo poeta, pensador de su tiempo, filósofo, activista y crítico de arte que vivió en la capital de México durante poco más de medio siglo. Nació en Guatemala, en la bella ciudad colonial de Antigua, la tarde del 21 de junio de 1904, y vivió su infancia en una casona de la Tercera Avenida Norte, justo detrás de la catedral. Sin embargo, desde muy joven se consideró a sí mismo como un “eterno extranjero” y, tiempo después, ya siendo viejo (o “un niño de excesivos años”), se declaró “el más mexicano de los extranjeros”: “Soy un antigüeño que escogió Coyoacán, región preciosa de México, para vivir”, expresaba con gratitud. Este país fue para él su más duradero lugar de residencia y donde mejor pudo desarrollar su trabajo.
“Me pasaba el tiempo leyendo”
Cardoza no exageraba cuando se definía como un eterno extranjero,pues, por diversas razones –algunas alegres y otras trágicas–, la mayor parte de su vida la pasó fuera de su país natal. Su periplo por el mundo comenzó a los 16 años, cuando viajó con sus padres a Nueva York. Antes de cumplir los 20, salió nuevamente de Guatemala con la noble intención de estudiar medicina en Francia, donde se estableció en una buhardilla estudiantil en París.
Hay que recordar que para entonces, al despuntar la década de 1920, París era el centro neurálgico de las vanguardias artísticas europeas. De modo que, casi de inmediato, Cardoza fracasó en sus intentos por aprender medicina. Al descubrir a poetas como Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Charles Baudelaire o Tristan Corbière, prefirió pasar sus días y noches leyendo las obras de ellos en vez de repasar sus lecciones escolares. Además, a las pocas semanas, inició una duradera amistad con el pintor Pablo Picasso, con el que incluso compartió vivienda, y también con escritores como Tristan Tzara, Paul Éluard, Robert Desnos, André Breton, Antonin Artaud, entre otros.
A los pocos meses de vivir en París, Cardoza y Aragón se descubrió a sí mismo como lo que verdaderamente quería ser: un escritor. Abandonó la carrera de medicina y se dedicó por completo a atender su vocación: el oficio de las palabras. En 1923 publicó su primer libro de poemas, Luna Park, obra que lo catapultaría a las grandes ligas del universo de las letras.
En 1926 publicó su segundo poemario, Maelstrom, y al año siguiente, tras un viaje a Marruecos, escribió Fez, ciudad santa de los árabes. Notas de un viaje al Norte de África. De ese modo, Luis Cardoza y Aragón se forjó en París como escritor y poeta y, de acuerdo con su amigo Octavio Paz –a quien conoció en París y con el que años más tarde sostendría notorias diferencias de orden intelectual, político y artístico–, fue uno de los primeros latinoamericanos en establecer un puente entre las vanguardias europeas y los poetas de su región y generación.
México como refugio
En 1932, tras una estancia en Europa que se prolongó por casi diez años, Cardoza y Aragón quiso volver a América. Pero no podía regresar a su natal Guatemala. Trágicamente, un año antes, en aquel país se había establecido un gobierno autoritario encabezado por el general Jorge Ubico Castañeda, quien, con el apoyo de la compañía estadounidense United Fruit Company, impuso una dictadura militar que se prolongaría durante trece largos y sombríos años.
De tal modo que Aragón decidió autoexiliarse en México en aquel 1932. Gracias a las recomendaciones de Octavio Paz, halló trabajo con Xavier Villaurrutia dentro de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, para elaborar un catálogo de pintura europea. También comenzó a escribir en el periódico El Nacional. Por esa misma época se interesó más por la política y sostuvo varias polémicas, como la que lo enfrentó con el escritor Juan de la Cabada al abordar cultura, revolución y arte, y la cual se publicó en El Machete, órgano oficial del Partido Comunista Mexicano.
Para muchos, el discurso de Cardoza y Aragón fue interpretado como antiestalinista. Pero para otros –muchos también–, significó todo lo contrario. Paz, por ejemplo, le criticó su activismo político, que tildó de “oscurantismo estalinismo a favor de la URSS”. Por su parte, el guatemalteco aseguró, años más tarde, que dichas polémicas tenían la intención de defender la libertad: la libertad de la imaginación en la creación artística.
Hacia 1936 también criticó a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, la LEAR, pues consideraba que dicha organización había invitado a participar a artistas “mediocres” y “enemigos del arte”. Por otra parte, fungió como anfitrión “mexicano” del místico poeta y surrealista Antonin Artaud, que llegó al país en la primavera de ese mismo año. Lo guio por lugares de mala muerte de la Ciudad de México.
Dos años después, hizo lo propio con André Bretón, durante la estancia del padre del surrealismo en nuestro país. Fue también en esa época que Cardoza conoció a la que sería el amor de su vida: la ruso-ucraniana nacionalizada mexicana Lya Kostakowsky, hermana de la pintora Olga Costa e hija del célebre violinista Jacobo Kostakowsky.
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