Se decía que era suficiente “una jícara de chocolate caliente y alguna tacilla de conserva o almíbar para fortalecerse”, y parte de la sociedad así lo creía, al grado de que algunas mujeres lo consumían durante las misas, para enojo de los curas.
Anecdotario particularmente rico tanto en aromas y sabores como en refranes es sin duda el que toca al cacao y al chocolate, por lo que me detendré un momento en él. Inicio recordando, a manera de muestra de los vínculos entre historia y proverbios, que alguno que aún hoy empleamos: “Las cuentas claras, el chocolate espeso”, quizá tenga que ver con los oscuros negocios a que daba pie el empleo de esos granos adulterados de cacao con los que trampeaban los comerciantes nahuas, quienes –nos alertan confesionarios coloniales como el de Molina– rellenaban el hollejo del grano con masa de tzovalli o de cuescos de aguacate, o soasaban las almendras en comales para hacerlas parecer más grandes y gruesas, mientras que el cronista Fernández de Oviedo menciona que había quienes embutían “aquella corteçica o cáscara que tienen aquellas almendras” con tierra u otra cosa, y las cerraban “tan sotilmente” que no se notaba a la vista, por lo cual mercaderes y compradores acostumbraban tocarlas una por una para no caer víctimas del engaño. Falsificaciones, por cierto, tan curiosas, que en 1537 don Antonio de Mendoza envió al rey muestra de ellas.
Víctima, no del engaño, sino de la venganza de las damas de Ciudad Real, se dice que fue en 1625 el obispo de Chiapa y Soconusco, Bernardino de Salazar, en cuya diócesis las mujeres, quejándose de “una flaqueza de estómago”, acostumbraban tomar en pleno sermón de la misa mayor en catedral “una jícara de chocolate caliente y alguna tacilla de conserva o almíbar, para fortalecerse”, lo que les prohibió el prelado so pena de excomunión. Como las damas, en protesta, optaran por ir a oír misa a las iglesias de los conventos, donde los frailes eran más tolerantes, Salazar hizo extensiva la pena a estos. Murió al poco, en medio del rumor generalizado de que había sido envenenado, precisamente con una jícara colmada de esa bebida, de donde nació la conseja “Cuidado con el chocolate de Chiapa”, según narra Gage, quien no siempre es fuente confiable, pero sí invariablemente entretenida.
Mucho más deseables eran otros usos del chocolate, al cual desde la época de la Conquista le atribuyeron algunos españoles efectos afrodisiacos. El propio soldado cronista Bernal Díaz del Castillo consigna que para el tlatoani Moctezuma, se preparaban “jarros grandes hechos de buen cacao con su espuma”, que se le servía en “unas copas de oro fino… que decían era para tener acceso con mujeres”. En 1609 especialistas como Juan de Cárdenas se entretenían en discutir las tres partes que intervenían en la “naturaleza” del cacao; una de ellas considerada precisamente “fogosa”, y medio siglo después Henry Stubbe publicó en Londres un libro dedicado al que llamó “néctar indio” (1662), donde aludía a sus supuestas cualidades afrodisiacas.
Ya antes que ellos supo de tales usos la Inquisición, que en sitios como Guatemala recibió denuncias acerca de diversos métodos para conseguir mujeres, a cual más curiosos, que incluían desde el rezo de la oración de la Magnificat, junto con una yerba llamada altamisa, la mezcla de tabaco con vellos púbicos, o el “Coger dos tablillas de chocolate, meterlas debajo de los brazos y dormir con ellas, y que dándolas a beber a la mujer que quisiese, con esto la conseguiría torpemente”. Esta supuesta capacidad de inflamar pasiones provocó reacciones tan curiosas como la de obligar a las novicias carmelitas del convento de Santa Teresa, en la Ciudad de México, a hacer “voto de no beber chocolate ni ser causa de que otra lo beba”, sin importar que ciertas voces clamaran que tales propiedades afrodisíacas, más que al cacao, habían de atribuirse a su mezcla con la pimienta o ciertas flores.
Con independencia, empero, de lo que opinasen clérigos y civiles, beber chocolate se convirtió en un acto social (“amigo reconciliado, chocolate recalentado”) y en ocasiones hasta en un acto ritual, incluyendo su uso en los velorios (por algo se acostumbraba la frase “chocolatear al muerto”, que con el paso del tiempo y el cambio en los gustos, cedió su puesto a la expresión “cafetear al muerto”). Y el refrán “Más vale atole con risas, que chocolate con lágrimas”, acaso también haya surgido de esa costumbre fúnebre. Nada extraño, ante tal panorama, que en el siglo XVIII el poeta valenciano Marco Antonio de Orellana, aludiendo a lo que de sacrosanto tenía la bebida, escribiese: “¡Oh divino chocolate/ que arrodillado te muelen,/ manos plegadas te baten/ y ojos al cielo te beben!”.
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