En esta litografía de Claudio Linati (1828), la remitente quizá dicta sentimientos y parabienes dirigidos a algún familiar, que el hombre sabrá traducir con las frases más bellas de su repertorio. Podemos imaginar que, al otro lado de la línea, el destinatario requirió, a su vez, del servicio de otro escribano para redactar una respuesta con la usual fórmula: “Recibí tu grata del día tal…”.
Los evangelistas fueron útiles también porque escribir correctamente no era cosa común y la habilidad requería de acceso a los libros para aprender.
Durante mucho tiempo, los escribanos suplieron el analfabetismo, incluido el funcional, y llegaron hasta el siglo XX, ya con una máquina de escribir, que casi siempre instalaban en las cercanías de alguna oficina de la administración pública, para llenar formularios que solo el lenguaje burocrático podía descifrar.
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El escribano