El centauro de un gran imperio

Ricardo Lugo Viñas

Fundamental fue la figura del caballo para Gengis Kan. Se dice que solía repetir, una y otra vez, “¿qué es un mongol sin su caballo?”.

 

Algunos años después del desastre nuclear de Chernóbil de 1986, una pequeña caballada salvaje fue avistada pastando dentro de la zona de contaminación radiactiva entre Ucrania y Bielorrusia. Científicos descubrieron que se trataba una especie de caballo mongol conocida como Przewalski, cuyos últimos bastiones –pues se haya en peligro de extinción– se encuentran en el norte de Mongolia y parte de China.

Quizá los caballos lograron salir de sus reservas y recorrer, por la taiga asiática, los más de cinco mil kilómetros que separan a Mongolia de Bielorrusia. Era como si galoparan hacia la reconquista de unas tierras que, en otro tiempo, formaron parte de uno de los más grandes imperios, que abarcaba desde el Pacífico hasta el centro de Europa, y de Siberia hasta India y el golfo Pérsico: el imperio mongol de Gengis Kan, erigido con la fuerza de un extraordinario ejército de jinetes y arqueros montados en caballos.

Del cuerpo de ese imperio construido en el lapso de una vida humana y que ocupó poco más del 16% de la Tierra, ha quedado solo la cabeza y cientos de nómadas y caballos. Hoy, Mongolia es el país menos densamente poblado del mundo y por cada habitante hay trece caballos. No por nada poseen la estatua ecuestre más grande del mundo.

Con cuarenta metros de alto y 250 toneladas de peso, a las afueras de Ulán Bator, actual capital mongola, se levanta un monumental y elegante caballo petrificado en acero inoxidable que desafía la estridente y tempestuosa estepa asiática. Jineteada por Gengis Kan, las dimensiones de la estatua contrastan con la raza de los caballos mongoles, que suelen ser pequeños, de crines despeinadas y esmirriados, aunque muy rudos, resistentes, veloces y fornidos.

Crónicas aseguran que uno de los caballos más queridos de Gengis –cuyo nombre verdadero era Temuyín– fue “un castrado gris plata”, argentado como esta escultura y de nombre Oreja Gris al que, según el historiador Rene Grousset, “bastaba acariciar las crines con la fusta para que volara como el viento”. Simbólicamente, el escudo y emblema nacional de Mongolia es un corcel alado. La escultura alberga en su interior un museo que da cuenta del glorioso pasado imperial mongólico.

Sabidas son las hazañas del temerario ejército de caballos y arqueros de Gengis Kan, de los asedios y terror que, como una marea viva, infringía a su paso, así como de las efectivas e innovadoras técnicas militares que diseñó y que tenían como principal recurso las descargas de caballería y las andanadas nocturnas. Fundamental fue la figura del caballo para Gengis Kan. Se dice que solía repetir, una y otra vez, “¿qué es un mongol sin su caballo?”.

Temuyín, de estirpe aristocrática, fue elegido el Gran Kan de los mongoles en 1206. También fue el responsable de la unificación de muchas tribus nómadas de Asia y de la expansión del imperio. Su carrera política y militar fue meteórica. El Gengis Kan de esta escultura empuña con la diestra un “látigo de oro”, poderoso talismán que, se cree, le permitió consolidar su empresa imperial, el cual encontró a los quince años bajo las aguas del sagrado río Tuul, que se halla a unos metros de este monumento.

 

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