La Iglesia de la Candelaria en Tacubaya

María Eugenia Martínez Cicero

En el altar principal encontramos las imágenes que corresponden a los dos nombres de esta iglesia. La primera es una pintura que muestra el momento en que la Virgen llega al templo para ser purificada después de cuarenta días de haber dado a luz. La segunda es una escultura de madera estofada del siglo XVIII que representa a la Virgen llevando al Niño Jesús en el brazo derecho, mientras que con el izquierdo sostiene una candela, recibiendo por este motivo el nombre de Virgen de la Candelaria. 

 

El pasado prehispánico de Tacubaya está presente en su topónimo original, Atlacuihuayan, al que se le han dado dos acepciones: “lugar donde se toma el lanza-dardos”, procedente de la lámina número XVIII de la Tira de la Peregrinación; o “lugar donde se toma el agua”, basada en la abundancia del líquido procedente de sus múltiples ríos (este significado dio lugar al ícono de la estación Tacubaya del metro de la Ciudad de México).

Tales orígenes quedaron atrás con la llegada de la espada y la cruz españolas, las cuales entraron por la ancha calzada bordeada de carrizos y huejotes, con sus casas encaladas, trajineras y canoas navegando por la laguna.

Fueron los frailes de la seráfica Orden quienes fundaron la primera iglesia dedicada a su santo patrono, San Francisco, quien despertó una gran devoción entre los lugareños. Una leyenda cuenta que un pequeño niño murió, a pesar de los ruegos que su padre había hecho al santo. Sin embargo, la fe del hombre no decayó y llevó el cuerpo inerte de su hijo al templo para seguir rezándole. De pronto, y ante la admiración de los presentes, el niño volvió a la vida: San Francisco había hecho el milagro.

Pero los franciscanos no continuaron al frente de aquella iglesia porque la cedieron a los dominicos. Fue entonces cuando, alrededor de 1556, la Orden de Predicadores construyó otro templo, el cual recibió el nombre de Cihuatécpan, es decir, “palacio de la señora”, ya que en el mismo sitio había existido un adoratorio prehispánico dedicado a la diosa Cihuacóatl, según el investigador Antonio Fernández del Castillo.

De la construcción original del siglo XVI sólo quedan los tres arcos de la fachada apoyados sobre pares de columnas, que formaron la capilla abierta donde se inició el culto católico. A finales de ese siglo, o tal vez a principios del XVII, la iglesia adquirió su sencilla portada de dos cuerpos, con columnas de capiteles jónicos en el primero, enmarcando el vano de la puerta con un sencillo arco moldurado de medio punto. En el segundo cuerpo, a cada lado de una pequeña ventana circular hay pilastras con capiteles estilizados, además de un nicho que es una bella portadita; en el remate se observa otra hornacina que contiene la escultura de la Virgen de la Candelaria.

El interior de la iglesia es de una sola nave con tres capillas laterales. En la más próxima al presbiterio está sepultada doña María Inés de Jáuregui, quien presenció, junto a su hija Pilar de trece años, el arresto de su esposo, el virrey José de Iturrigaray. El motivo de tan atroz acción fue que los peninsulares de Nueva España consideraron traidor al virrey porque participó en el movimiento de 1808, el cual proponía otorgar la soberanía a una junta gobernadora ante la ausencia de los reyes españoles, quienes habían sido sustituidos por José Bonaparte.

En el altar principal encontramos las imágenes que corresponden a los dos nombres de esta iglesia. La primera es una pintura que muestra el momento en que la Virgen llega al templo para ser purificada después de cuarenta días de haber dado a luz. La segunda es una escultura de madera estofada del siglo XVIII que representa a la Virgen llevando al Niño Jesús en el brazo derecho, mientras que con el izquierdo sostiene una candela, recibiendo por este motivo el nombre de Virgen de la Candelaria. En realidad, estas dos representaciones corresponden a un mismo momento de la tradición católica, cuando la Virgen, después de la cuarentena, acudió al templo con su hijo y una vela en la mano para que el sacerdote la purificara.

En los gajos de la cúpula y en las pechinas hay ocho pinturas, cuatro de santos y cuatro de santas, que pertenecieron a la comunidad dominica: Santo Tomás de Aquino, San Vicente Ferrer, San Luis Beltrán, San Raymundo de Peñafort; Santa Catalina de Siena, Santa Rosa de Lima, Santa Margarita de Hungría y Santa Inés de Montepulciano.

Del convento se conserva un bello y sencillo claustro que por cada lado tiene cuatro arcos de medio punto en el primer nivel y de tipo carpanel en el segundo, apoyados en columnas de orden toscano. Una característica decorativa de los arcos de los conventos dominicos –que también encontramos en el de Azcapotzalco– es la existencia de un “filete” en el salmer, que es la primera dovela junto al arranque del arco.

Recorriendo el primer nivel del claustro vemos unas inscripciones del siglo XVI con los nombres de los barrios de Tacubaya que colaboraron en la construcción del recinto: Tlacateco, Nonohualco, Coxcaoac y Huitzilan. También se encuentran el nombre Cihuatécpan, los monogramas de Jesús y María, así como varias fechas de la misma centuria.

La iglesia de la Candelaria tenía un enorme atrio y una gran plaza que abarcaban las actuales avenida Revolución y alameda de Tacubaya. A un costado de esta última y rumbo hacia la actual avenida Jalisco, se encontraba la calle de las Ánimas (hoy Mártires de la Conquista), llamada así porque, según cuenta la conseja popular, después de las ocho de la noche aparecía un conjunto de nubes tenuemente iluminadas que subían, bajaban, cambiaban de color y tamaño, pero sobre todo, tomaban formas de esqueletos humanos que proferían voces horribles, alaridos, dolientes ayes y ruidos de cadenas. Estos hechos sobrenaturales provocaban ladridos y aullidos de los perros, así como el temor de las personas, quienes a esa hora se refugiaban en sus casas. Se decía que eran las almas en pena de varios judíos que habían vivido en la loma de Tacubaya, por lo tanto, fue necesario que los padres dominicos realizaran varios exorcismos y regaran con agua bendita la terrible calle, de acuerdo con Fernández del Castillo.

Para el siglo XIX, la antigua villa de Tacubaya era, según don Manuel Payno, un “lugar de religiosidad, veraneo, descanso y huida”. Hoy, surcada por un vertiginoso tránsito, se conserva un remanso de paz, historia y religiosidad en este recinto que sigue estando al cuidado de los dominicos.

 

El artículo " "La Candelaria en Tacubaya" de la autora María Eugenia Martínez Cicero se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 57

 

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