Entre los siglos II y IV se habían reunido un gran número de textos sobre la vida terrena de Jesús y sus enseñanzas. Entre ellos, los obispos helenísticos (la mayoría, hablantes de la lengua griega) consideraron que solo eran canónicos e inspirados por Dios cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), las epístolas de san Pablo y los Hechos de los Apóstoles. Tacharon, por tanto, de apócrifos, e incluso de heréticos, a todos los demás textos que, a diferencia de los canónicos en griego, estaban escritos en arameo, sirio, árabe y copto.
Sin embargo, a partir del siglo V, cuando la versión trinitariadel cristianismo formaba ya parte de las políticas imperiales romanas, varios de esos textos proscritos fueron rescatados y traducidos al griego, pues contenían narraciones que llenaban muchas lagunas dejadas por los canónicos, sobre todo alrededor de la infancia de Jesús y su familia terrena. En esa misma centuria, san Jerónimo traducía la Biblia del griego al latín, aunque los textos apócrifos tardarían todavía varios siglos para pasar a Occidente en una versión comprensible en alguna de sus lenguas principales.
Descendientes del rey David
Conocer más detalles sobre la vida terrenal de Jesús se hacía necesario, pues a partir del dogma declarado en los concilios de Nicea y Constantinopla (en el siglo IV), Cristo poseía una doble naturaleza, divina y humana: era el Hijo de Dios hecho hombre. Fue por ello que, desde muy pronto, comenzaron a tejerse los lazos sanguíneos de Jesús con sus contemporáneos y sus antepasados.
En el inicio del Evangelio de san Mateo, un texto inmerso en el esquema patriarcal judío, se describe una genealogía que se remonta a Abraham y a Jesé, progenitor del rey David, pasando por Salomón y los otros reyes, y terminando en José, padre de Jesús. Algo que resulta extraño es que, de acuerdo con el dogma trinitario, fue la madre la que dio la humanidad a Jesús y no el padre; por ello, los teólogos posteriores hicieron caso omiso de la mención de san Mateo y consideraron que era María la descendiente del rey de David y que de ella hablaba el profeta Isaías: “saldrá un brote del tronco (virga) de Jesé y una flor nacerá de sus raíces” (Isaías, 2: 1-3). Alegando que la palabra virga recordaba a virgo (“virgen” en latín), la alegoría profética no podía ser más clara.
En adelante, el árbol de Jesé se convertirá en el documento probatorio de la estirpe davídica de Jesús y María, y las cabezas coronadas de dicho linaje recordarán su pasado monárquico.
Los “hermanos” de Jesús
Cuando la Iglesia comenzó a tener fricciones con los emperadores alemanes, entre los siglos XII y XIII, a los reyes judíos se añadieron los profetas, ascendientes espirituales de Jesús. Así, en esas paradojas sociales tan comunes, la de Jesús era una familia venida a menos que vivía del oficio de un pobre carpintero, pero descendía de un linaje de reyes, algo muy conveniente para las monarquías que estaban consolidando sus símbolos de poder. Pero Jesús también tenía una genealogía espiritual: la de los profetas que anunciaron su venida, con lo cual el ámbito eclesiástico quedaba bien representado.
Los evangelios canónicos no mostraron mucho interés en dejar constancia del ambiente familiar de Jesús; incluso parecería, por sus relatos, que era un adulto bastante alejado de sus padres, pues su función era mostrar la misión salvífica del Mesías. Sin embargo, los exégetas cristianos sacaron de los escasos datos que mencionaban dichos textos algunas importantes conclusiones sobre el caso.
Estaban, por un lado, los “hermanos” de Jesús que son mencionados como tales en dos ocasiones (Marcos, 3, 31-35 y 6, 3; Mateo, 12, 47-50 y 13, 55-56; Lucas, 8, 19-21), pero cuya relación de parentesco (por razones obvias, pues María fue siempre virgen) no pudo haber sido fraterna. Haciendo cruces de información, se concluyó que los referidos (Santiago el Menor, Simón, Judas y José el Justo) debieron ser sus primos, pues aparecen mencionados como hijos de María Cleofas, “hermana” de la Virgen (Juan, 19, 25). Otra de las mujeres presentes, junto con la madre de Jesús y María Magdalena, en varias de las escenas de la predicación y pasión de Cristo, era Salomé (esposa del Zebedeo), a quien se consideraba madre de los “hijos del trueno”, Santiago el Mayor y Juan (Mateo, 20, 20-22; Marcos, 10, 35-45).
A raíz de estos referentes bíblicos, los evangelios “apócrifos”, sobre todo el Pseudo Mateo, optaron por otra solución, aduciendo que los llamados “hermanos” de Jesús eran en realidad “hermanastros”, hijos de un matrimonio previo de san José.
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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).
La familia de Jesús y la parentela de María