¿Conocen a la Gran Coronela de la danza mexicana?

Waldeen Von Falkenstein Broke

Ricardo Lugo Viñas. Historiador

“Quería crear una técnica mexicana. […] Una danza de esencia mexicana y de alcance universal”, afirmó Waldeen. El proyecto llamó la atención del entonces titular del Departamento de Bellas Artes, Celestino Gorostiza, quien la invitó a fundar el Ballet de Bellas Artes.

 

A finales de 1934, en el recién inaugurado Palacio de Bellas Artes se presentó la compañía de ballet del ínclito bailarín de origen japonés Michio Ito. De entre las bailarinas de la agrupación sobresalía una joven de veintiún años. Había estudiado en Los Ángeles, en el reconocido Ballet Kosloff del coreógrafo ruso Benjamin Zemach, y con los bailarines alemanes Mary Wigman y Harald Kreutzberg, exponentes de la escuela expresionista. Se llamaba Waldeen von Falkenstein Broke y era originaria de Texas, Estados Unidos.

En nuestro país, la comunidad artística e intelectual la recibió con hospitalidad y calidez. Frecuentó a artistas plásticos. Los esposos Olga Costa y José Chávez Morado, ambos pintores, le presentaron a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Julio Castellanos, Miguel Covarrubias, Gabriel Fernández Ledezma, entre otros. Este último fue fundamental para el conocimiento y aprendizaje que Waldeen tuvo de México.

Entre 1934 y 1935 recorrió parte del país de la mano de sus amigos artistas mexicanos, conociendo las danzas, ritos y celebraciones de los pueblos indígenas. “Me recuerdo caminando por las calles y tratando de captar cómo caminaba la gente para que pudiera ponerlo en mis danzas”. La llevaron a Xochimilco, a la Huasteca, al Bajío. “En México todo era fiesta”. Le conmocionó el efervescente movimiento artístico posrevolucionario, el muralismo mexicano y la vindicación artística del mundo indígena. Sin embargo, tuvo que volver a Nueva York.

Ahora bailaba descalza

Cuatro años pasaron y regresó a México. Retornó renovada. Había quemado sus zapatillas de ballet. Ahora bailaba descalza. Una nueva danza corría por sus venas. Llegó en febrero de 1939 con la idea de crear una experimental técnica de danza moderna a partir de “volver los ojos atrás y adentro”, como ella misma lo expresaba.

La texana reestableció vínculos con los artistas mexicanos y se acercó a músicos como Carlos Chávez, Blas Galindo y Silvestre Revueltas. Con este último trabaría una sólida amistad. “Él [Silvestre] me inspiró mucho. Se sentaba [ante el piano en los ensayos coreográficos] con mucha panza y todo. ¡Ah, porque cómo bebía cerveza! Nunca dejaba de beber cerveza, ¡qué tragedia!… nunca. Me venía a ver a la casa, y me sacaba a tomar cerveza. Yo odiaba la cerveza, pero queríamos tanto a Silvestre que me aguanté. Quería hablar con él sobre la danza, sobre la música, era una amistad muy rica. Creo que yo le inspiré mucho también, porque él nunca había visto una danza así”.

Además, conoció al teatrista nipón Seki Sano, que había arribado a nuestro país ese año por invitación de Rufino Tamayo y que recién acababa de fundar el Teatro de las Artes. Se casaron. Ambos desarrollaron una propuesta innovadora en torno a la danza y el teatro, que a la vez fue una manifestación artística y social. Waldeen estaba convencida de que la danza era una “energía social”.

Comenzaron a trabajar en una propuesta escénica que incluiría danza, pintura, escenografía, literatura, historia y música, y que también aspiraba a ser un movimiento similar al del muralismo posrevolucionario: que reconociera el mundo indígena, la lucha social, las historias omitidas… desde una mirada innovadora y moderna, eliminando todo falso “folclorismo” y buscando un color verdaderamente nacional. “Quería crear una técnica mexicana. […] Una danza de esencia mexicana y de alcance universal”, afirmó Waldeen. El proyecto llamó la atención del entonces titular del Departamento de Bellas Artes, Celestino Gorostiza, quien la invitó a fundar el Ballet de Bellas Artes.

Bajo dicho auspicio, Waldeen produjo en 1940 cuatro obras: Danza de las fuerzas nuevas (con música de Blas Galindo), Seis danzas clásicas, Procesional y La Coronela. Esta última fue un verdadero suceso en la historia dancística mexicana y se le considera el acontecimiento que inauguró la danza moderna nacionalista.

 

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