Colonialismo español

Entre la negación del pasado y la comprensión histórica 

Alfredo Ávila Rueda

En México es casi inexistente la discusión sobre el carácter colonial del dominio español, mientras que en España hay cierta resistencia a reconocer ese pasado, debido a las implicaciones éticas y morales de admitir prácticas asociadas al colonialismo, así como la explotación de personas y bienes naturales de los territorios ultramarinos, pese a que esto comenzó desde la llegada de Colón al Caribe. La comparación con las formas de explotación de otras potencias europeas no permite negar la existencia del colonialismo español, independientemente del nombre que se le haya dado en su tiempo a la relación que ese imperio estableció con América.

El 22 de enero de 2024, el ministro de Cultura español, Ernest Urtasun, destacó la necesidad de que España asuma su pasado colonialista. Sus comentarios se centraron especialmente en las piezas exhibidas en algunos museos, adquiridas de otras regiones del mundo de manera algo dudosa. La declaración encendió las redes sociales y los medios de comunicación, provocando una oleada de críticas, especialmente de simpatizantes y militantes de partidos conservadores.

El diario ABC solicitó la opinión de “los expertos, sobre la descolonización de los museos”. Isabel San Sebastián criticó duramente la “incultura profunda” del ministro, calificando sus palabras de “imbecilidad histórica”. Por su parte, María Saavedra Inaraja cuestionó el conocimiento histórico de Urtasun, afirmando que hablaba de unas colonias que “España nunca tuvo”. Enrique Krauze expresó su preocupación por la “politización de la historia”, a la que siempre se ha opuesto. Cesáreo Jarabo interpretó las declaraciones del ministro como “un paso más en la dinámica anglófila para desprestigiar a España”, afirmando que quienes defienden esta postura actúan, quizás sin saberlo, como “agente británicos”.

La autora de libros superventas Elvira Roca Barea también participó en el debate. En su intervención, defendió la idea de que no todas las expansiones son coloniales, tal como argumentó antes en su obra Imperofobia. “Lo nuestro fue un imperio”, afirmó, en contraposición al colonialismo británico.

La controversia suscitada por las declaraciones del ministro de Cultura español no resonó significativamente en América. Mi amigo, el periodista Juan Carlos Iragorri, me planteó una pregunta para su pódcast informativo de la Universidad de Georgetown: ¿España tuvo o no tuvo colonias? Incapaz de ofrecer una respuesta definitiva, opté por referirme a la historia. Este artículo es un intento de profundizar en esa compleja cuestión.

España y las otras potencias europeas
Después de las revoluciones de independencia en América Latina, los líderes de los recién formados países se enfrentaron al desafío de construir un discurso nacional que justificara su separación de España, más allá de las circunstancias inmediatas iniciadas con las abdicaciones de los monarcas españoles en 1808. Esta tarea no era sencilla. La mayoría de los líderes independentistas eran de ascendencia española; compartían el idioma, la religión y referencias culturales similares con la metrópoli.

Al igual que en Europa, los intelectuales latinoamericanos recurrieron a la narrativa histórica para argumentar que sus países, desde México hasta Chile, eran en realidad naciones milenarias, conquistadas y sometidas por una potencia extranjera, España. Por lo tanto, afirmaban haber sido colonias. Desde 1808, los patriotas de Buenos Aires se consideraban herederos de los incas. En 1821, una junta de gobierno mexicana proclamó que la nación, después de trescientos años sin voluntad propia, emergía de la opresión en la que había vivido. El hecho de que la mayoría de estos hombres fueran descendientes de españoles, y no de los pueblos indígenas originales, parecía irrelevante. En España también se reivindicaba un origen nacional en un grupo germánico, distante de la mayoría de los habitantes de la península ibérica.

Una perspectiva conservadora, también del siglo XIX, argumentaba que los países de América no existían antes de la conquista española y que, de hecho, surgieron a raíz de ella. Según esta visión, las naciones americanas eran parte de una monarquía o imperio y, con el tiempo, maduraron hasta lograr su emancipación, similar al proceso de los hijos al alcanzar la mayoría de edad. Aunque esta interpretación difiere de la primera, implica igualmente que las naciones ya existían antes de las independencias, una idea que la historiografía de las últimas tres décadas ha desafiado. Fueron las revoluciones de independencia las que dieron origen a las naciones, no al revés.

En 1951 el historiador argentino Ricardo Levene reforzó la visión conservadora con su obra Las Indias no eran colonias (Madrid, Espasa-Calpe). El título, provocativo y significativo, desafía la asociación habitual de “Indias” con el colonialismo, tal como lo interpreta la tradición liberal latinoamericana, mientras que, para la perspectiva conservadora, encapsula la esencia de su argumentación: las Indias diferían de las colonias de otras potencias europeas.

Levene argumentó que España otorgaba igualdad de derechos a americanos y europeos, fomentaba instituciones benéficas y administraba sus territorios ultramarinos mediante virreinatos, al igual que en algunas regiones de Europa. Esta gestión se contrastaba con las prácticas de potencias como Inglaterra y Francia, cuyas colonias explotaban a las poblaciones nativas sin otorgarles derechos, ni dejar legados positivos. Esta visión, sin embargo, es rechazada por quienes defienden el legado británico o francés, quienes argumentan que contribuyeron a “civilizar” a otros pueblos.

Cesáreo Jarabo se sorprendería de saber que no solo se critica el colonialismo de España y que no es un complot británico. Las demás potencias europeas, empezando por el Reino Unido, no salen bien libradas en los trabajos que estudian cómo llevaron su civilización al sudeste asiático y África. Este debate no es exclusivo de España; la crítica al colonialismo y su legado es un tema de discusión global, desde Rusia hasta Estados Unidos, pasando por el Reino Unido y Japón, donde existe resistencia contra las investigaciones historiográficas que invitan a la reflexión crítica sobre el pasado.

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