Censura en la prensa, corrupción y autoritarismo en en el huertismo

Ricardo Cruz García

Huerta afirmó que la prensa “necesita no buscarle dificultades al mismo Gobierno en su gestión […] Creo que en estos momentos no conviene ocuparnos de asuntos políticos, si no es en apoyo de los propósitos de pacificación que abriga el Gobierno. Espero que la prensa ilustre al Gobierno de esa manera, y si no lo hace, eso querrá decir que no se ha penetrado de su alta misión en la sociedad”.

 

Pese a lo anterior, hay que decir que en los meses del interinato de Huerta hubo manifestaciones críticas a su gobierno en la prensa capitalina, si bien estas fueron mínimas. Por ejemplo, “la prensa hizo notar que la inminente dictadura desvirtuaba la misión principal del gobierno provisional, la pacificación, y advertía del peligro de que tal empresa fracasara si se continuaba en el empeño de consolidar el huertismo”, como ha señalado Mac Gregor.

Aunque no era la tendencia general, es posible encontrar posturas no complacientes con la presidencia huertista en este periodo en diarios como el católico El País (1899-1914) que, tras la muerte de Trinidad Sánchez Santos en septiembre de 1912, fue dirigido por José Elguero, miembro del Partido Católico Nacional –instituto que también tenía su periódico oficial: La Nación (1912-1914)–. Allí podemos hallar señalamientos sobre que el régimen interino devendría forzosamente en una dictadura, acompañados de críticas al Congreso por ser “comparsa” del Ejecutivo en un país que tiende a la “resignación”; un conjunto que si acaso daría como resultado, más que un gobierno ideal, uno “tolerable”.

Entre las publicaciones especializadas que exhibieron una posición crítica podemos mencionar a la Revista Positiva (1901-1914). Con el lema “Orden y Progreso”, era editada de manera mensual por Horacio Barreda (hijo de don Gabino, introductor del positivismo en México) y Agustín Aragón, ambos reconocidos positivistas ortodoxos. La publicación decía no estar “identificada con ningún partido político” y era considerada órgano del positivismo. Tenía entre sus colaboradores al reconocido jurista Eduardo Pallares (1885-1972), quien el 13 de agosto de 1913 dio a la luz un artículo intitulado “La inmoralidad de la prensa”, en el que señaló:

“En esta agitación formidable que sacude al pueblo mexicano […] la labor del periodismo ha sido mercenaria en multitud de ocasiones. Los diarios de la capital están henchidos de mentiras, de alabanzas injustificadas al Gobierno, de complicidades y silencios que algún día serán terrible baldón para sus autores. […] Ahora que se teme el filo de la espada y que la vida humana tiembla, ese periodismo de oposición ha desaparecido. No se critica al Gobierno en la forma de antes: algunos periódicos dejaron de existir, y los más, emplean eufemismos, frases cortesanas, críticas mesuradas; o por el contrario, son pródigos en elogios y ven en nuestro funcionarios: hombres admirables, oradores conspicuos, creyentes, qué sé yo. La insolencia de ayer se ha convertido en la cortesanía de hoy. El periodismo no estudia nuestros verdaderos problemas nacionales […], y busca ante todo, y sobre todo “hacer su negocio”.”

Pallares también calificó a la prensa como “uno de los factores más importantes que han obrado en nuestra creciente anarquía política y en la desorientación de los ideales nacionales”. De su artículo, fechado por su autor el 3 de agosto de 1913, es importante citar otros fragmentos debido a que presenta aspectos importantes del ejercicio periodístico en Ciudad de México en esos meses. Entre otras cuestiones, señaló: “Hombres hay que no solo venden su pluma, sino su corazón y su mente”; “Las farsas sociales y políticas encuentran un aliado poderoso en la prensa”; “Pero bajo esta superficie de mentira, bullen los problemas pavorosos de la vida nacional”.

Además, en cierto modo, respaldó a la revolución constitucionalista al señalar:

“La lucha nacional es terrible; no es solo un movimiento de rebelión contra el Gobierno, es la pugna de elementos nacionales contradictorios: la clase civil en lucha abierta con el militarismo y sus procedimientos […]. Los hombres del Gobierno creen defender las instituciones legales; pero se equivocan: lo que defienden es determinada idiosincrasia social, cierto temperamento colectivo, los intereses de algún grupo, la cultura refinada, muelle e hipócrita de la burguesía del centro de la República. […] [En la prensa] Se habla constantemente de los actos acertados de las autoridades, de pensamientos luminosos en los funcionarios públicos; y si alguno de estos, cae o está próximo a caer, entonces la mofa y el desprecio se ciernen sobre él. Difícilmente se abre paso la verdad en este laberinto de exageraciones y disimulos. Fuera del Gobierno no hay sino latrofacciosos, traidores y separatistas; los que están con él son patriotas y cumplen admirablemente con su deber. La verdad no es esa: no tenemos derecho a suponer a la mayor parte de nuestros hermanos, que en número ya considerable encienden la revuelta en la República, siempre traidores, siempre asesinos. Sería renegar de la Patria, sería proclamarnos, estúpidamente, los únicos puros y de nobles ideales. Ellos también tienen sus ideales, por los cuales luchan y mueren; y la labor del periodismo, que lanza constantes injurias sobre un número inmenso de cadáveres, en cuya mirada mortecina flota la sombra de una quimera, es una labor infame y cobarde, porque se cubre con la impunidad. La prensa porfirista […] fácilmente ha escapado del castigo, porque es muy sencillo cambiar de conducta: besando las manos del poderoso. En el régimen que acaba de pasar […] el periodismo, por miras mercenarias, todo lo censuró; no había acto, por insignificante que fuera, que no se criticara; estuvo de moda injuriar al Gobierno, y la burla y la chacota alcanzaron su grado máximo. […] Es necesario purificar el periodismo para impedir que sea cómplice de los crímenes nacionales.”

El caso de El País y, sobre todo, el de Revista Positiva, indican que, pese a predominar la censura y la autocensura en la capital, en el periodo huertista hubo quienes se atrevieron a ejercer una crítica mesurada o publicaciones en las que se podía colar una desaprobación abierta al gobierno y el apoyo franco a los revolucionarios, como lo hicieron algunos periódicos que luego serían clausurados o atacados por el gobierno. Por supuesto, no era fácil, pero existían.

Censura o muerte

El miedo era un factor importante en este escenario, pues luego de conocer los magnicidios de Madero, José María Pino Suárez y Abraham González, y los que vendrían después, como los asesinatos del diputado Serapio Rendón y del senador Belisario Domínguez, quedaba claro que Huerta podía aniquilar a sus rivales si así lo decidía, ya que “no vacilaba en eliminar a la oposición por la vía del crimen”, como ha señalado Meyer.

Además, estaban los cierres de periódicos de los estados como El Regional de Guadalajara, El Correo de Jalisco –los directores de estos dos fueron detenidos–, La Opinión y La Unión de Veracruz; y en la capital, el ataque a El Voto, bisemanal del maderista Luis T. Navarro –uno de los pocos diputados que rechazó las renuncias de Madero y Pino Suárez a sus respectivos cargos en febrero de 1913–, y a La Voz de Juárez, legendario periódico de Paulino Martínez –ya en el zapatismo para este momento– que en esos meses del huertismo era dirigido por su esposa Crescencia Garza. En suma, para el diputado Isidro Fabela la prensa estaba amordazada a título de salvar a la patria.

De este modo, el ejercicio periodístico en la Ciudad de México en el huertismo se adaptó a lo que más convenía a sus intereses, e incluso a la integridad de sus hacedores: en una suerte de malabarismo en la cuerda floja, algunas –muy pocas– publicaciones optaron por medir el nivel de libertad y crítica que permitiría el régimen huertista –el dueño del circo con el poder de quitar o no la red de salvación en cualquier momento–; mientras que otras –la mayoría– se inclinaron sin ambages por apoyar al gobierno, pero aun dentro de estas hubo ciertos momentos –escasos– en que se ejerció una crítica mesurada hacia el régimen político.

 

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La prensa en el huertismo