Álvaro Matute. Siempre historiador, nunca sólo historiador

Javier Garciadiego

 

Decía Matute: la historia “debe ser vista con una vinculación grande hacia la ética, hacia la formación de valores… yo creo más en la historia magistra vitae, ciceroniana, que en una historia aséptica. Si tiene algún sentido dedicarse a la historia es justamente para enseñar y formar… La historia nos provee de la conciencia de valores. Si eso no funciona, entonces la historia no sirve para nada”.

 

 

La vocación histórica de Álvaro Matute fue auténticamente congénita, y pronto fue ratificada, en su infancia y en su adolescencia. Su abuelo materno –en cuya casa vivió hasta los seis años– fue el general y político obregonista Amado Aguirre. Ingeniero de profesión, se incorporó a las fuerzas del sonorense cuando estas descendieron del noroeste y se dirigieron al centro de México para derrocar al usurpador Victoriano Huerta. La carrera revolucionaria de Aguirre fue notable: alcanzó el grado de general, fue diputado constituyente en Querétaro, luego estuvo en el gabinete del presidente Álvaro Obregón, al frente de la Secretaría de Comunicaciones, y terminó siendo gobernador (designado) del Distrito Norte de Baja California.

 

Como profesionista que era, Amado Aguirre tenía aspiraciones y capacidades intelectuales, lo que se reflejó en los varios libros que escribió, destacando sus propias Memorias, publicadas por primera vez en 1953. Comprensiblemente, todo esto tuvo un gran impacto en el niño que era Álvaro Matute, quien años después aseguraría que fue definitivo para su vocación tener un ancestro que había sido un protagonista de la historia. Como también él lo confesó, fue igualmente importante haber crecido en el barrio donde se encuentra el antiguo convento de Churubusco, sitio emblemático de Ciudad de México que consolidó su sensibilidad histórica. Por último, también resultó decisivo haber tomado clases de Historia en la secundaria con Eduardo Blanquel, extraordinario docente: la huella que le dejó fue, según su propia confesión, “imborrable”.

 

Luego de un año en la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales, Álvaro Matute decidió cambiarse a la Facultad de Filosofía y Letras. El problema era que no sabía a qué carrera, pues le atraían también la filosofía y la literatura, esta última por las inolvidables clases que había tomado en la Preparatoria 5 con Margo Glantz, quien lo inició en la “lectura inteligente de la literatura”, y porque seguramente había heredado el gusto por las letras de su madre Estela Aguirre, quien años antes había estudiado dicha carrera en la UNAM, todavía en la sede de Mascarones.

 

Al margen de su elección por la historia, en 1965, a los veintidós años –había nacido en 1943– llegó a una facultad en la que prevalecía la interdisciplinariedad y se caracterizaba por sus magníficas plantillas docentes. Álvaro Matute siempre recordaría como sus maestros decisivos a Edmundo O’Gorman, Ernesto de la Torre Villar, Juan Ortega y Medina, Carlos Bosch García, Josefina Zoraida Vázquez y su antiguo profesor de la secundaria, Eduardo Blanquel. Prueba de su gusto por la cultura y la historia del arte, también fue asiduo alumno de Justino Fernández, Francisco de la Maza, Jorge Alberto Manrique e Ida Rodríguez Prampolini. Obviamente, cada uno de ellos le impactó de determinada manera: con O’Gorman se interesó por la filosofía de la historia; De la Torre Villar lo impresionaba por sus conocimientos de tantos temas históricos, además de por su interés en la formación técnica de los historiadores, en la adquisición del oficio; Ortega y Medina le inculcó la pasión por la historiografía; finalmente, con Blanquel tuvo su primer contacto académico con la Revolución mexicana, tema recurrente en las conversaciones familiares.

 

En 1968, siendo aún estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras, el joven Álvaro Matute ingresó como becario al Instituto de Investigaciones Históricas, donde preparó su tesis de licenciatura bajo la dirección de Miguel León-Portilla. El tema abarcaba sus dos campos de interés: la filosofía de la historia, a través de su pensador más estimado, el napolitano Giambattista Vico, y la historiografía con aquel historiador italiano y anticuario del México antiguo, Lorenzo Boturini.

 

De regreso a México en 1970, luego de un año de estudios de posgrado en la texana Universidad de Austin, donde tomó cursos con los mexicanistas Nettie Lee Benson y Stanley Ross sobre nuestros siglos XIX y XX, respectivamente, Álvaro Matute comenzó su admirable carrera universitaria, la que culminó con la obtención, en 2004, del grado de investigador emérito.

 

Su desempeño como docente fue igualmente notable; impartió más de un centenar de cursos de licenciatura y posgrado, y dirigió decenas de tesis. Sus responsabilidades institucionales también fueron numerosas y relevantes. Menciono dos a guisa de ejemplo: dirigió por varios años la revista Estudios de Historia Moderna y Contemporánea y terminó siendo miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM.

 

A lo largo de sus casi cincuenta años de carrera académica, publicó varios libros, numerosos artículos y capítulos, y muchísimas reseñas. Si pretendiéramos ordenar temáticamente su cuantiosa producción bibliográfica, habría que decir que no fueron pocos sus trabajos de difusión y de apoyo a la docencia, destacando su antología documental México en el siglo XIX, hecha en 1972 para los alumnos del recién creado Colegio de Ciencias y Humanidades, y el tomo que coordinó para la multivoluminosa Historia de México que publicara por entonces la editorial Salvat.

 

 

Si quieres seguir leyendo sobre la vida del Doctor Álvaro Matute, busca el artículo completo del autor Javier Garciadiego en Relatos e Historias en México número 119. Cómprala aquí.