Al servicio de Su Majestad

Craig Armstrong

Las memorias del capitán inglés John Jennings Kendall, uno de los últimos defensores del Imperio de Maximiliano

 

John Jennings Kendall entró en enero de 1865 a las aguas del Pacífico mexicano en el Sierra Nevada. El capitán retirado de los regimientos 44º y 6º del ejército británico, quien luchó en la Batalla de Balaclava y el Asedio de Sebastopol durante la Guerra de Crimea, quiso ofrecer sus servicios al emperador Maximiliano de Habsburgo, respaldado por las armas de Francia.

Después de una parada en Mazatlán, en ese momento sitiada por los republicanos, pero mantenidos a distancia por la guarnición argelina en el pueblo y la marina francesa en el puerto, el Sierra Nevada se trasladó por San Blas. Jennings finalmente desembarcó y se propuso dirigirse hacia Ciudad de México.

En el camino a Guanajuato, la diligencia en la que Kendall viajaba con un amigo británico –que también esperaba entrar al servicio del emperador– y dos alemanes fue atacada por bandidos. Se desató un tiroteo furioso que dejó dos asaltantes muertos, dos heridos y tres prisioneros que quedaron en manos de Kendall y su grupo, para luego ser llevados a un pueblo cercano, donde fueron entregados al alcalde. Hubo vergüenza y caras rojas, pues se reveló que uno de los bandidos era este último.

El encuentro con Maximiliano

Kendall llegó a Ciudad de México y solicitó una audiencia con el emperador. Mientras escuchaba a las bandas militares francesas y austriacas en la Alameda, llegó la llamada de Maximiliano. Junto con su amigo británico, el excapitán se presentó en el Palacio Imperial. Comenzaron la conversación en francés, pero luego el monarca cambió al inglés por cortesía con el amigo de Kendall.

John Jennings Kendall le informó que él y su amigo deseaban entrar a su servicio. Al escucharlo, el emperador quedó complacido. Asistieron ambos a una cena en el Palacio Imperial, en la cual coincidieron con miembros del cuerpo diplomático y oficiales del ejército imperial y de las legiones austriacas y belgas, así como con François Bazaine, comandante del ejército de ocupación francés en México, y con ciudadanos mexicanos de alto rango que simpatizaban con la causa imperial.

Cuenta Kendall que el emperador y la emperatriz cautivaron a todos con su presencia y gracia, “caminando lentamente a través del pasillo formado para ellos por los invitados reunidos, e inclinándose gentilmente ante todos cuando pasaban”. Luego de quince selecciones de vinos y una taza de café, la cena terminó. “Estuvimos en la mesa alrededor de dos horas y media, durante las cuales Sus Majestades mantuvieron una conversación muy animada”, hasta que llegó el momento de partir.

Contra salteadores y bandidos

Kendall fue nombrado comandante de la Gendarmería Imperial, la fuerza de caballería compuesta por trescientos europeos destinados “principalmente contra los delincuentes políticos y ladrones de caminos”. Nadie, que no haya tenido la tarea de levantar un nuevo regimiento compuesto por oficiales de cuatro o cinco naciones e idiomas diferentes, puede formarse una idea del caos y confusión, y las muchas dificultades y obstáculos con los que tuvimos que lidiar, escribió Kendall.

Algunos polacos y croatas (del servicio austriaco) realmente parecían no hablar ningún idioma conocido bajo el sol, e incluso sus propios oficiales podían entenderlos con dificultad, mientras que muchos de los austro-italianos charlaban tan rápido en una jerga compuesta de alemán, italiano y español –evidentemente destinada a este último–, que era casi un caso desesperado intentar llegar a su significado.

La Gendarmería Imperial fue enviada a Puebla. Noventa de ellos patrullaban la fría y solitaria carretera de Río Frío para mantenerla libre de los bandidos que asaltaban las diligencias en sus travesías entre Ciudad de México y el puerto de Veracruz. “Banda tras banda fueron capturadas y tratadas con poca ceremonia; solo se permitió media hora de gracia después de la captura y antes de ser colgadas al costado de la carretera con sus propios lazos”.

En Tlaxcala, sesenta integrantes de su cuerpo “tenían peleas casi diarias, de más o menos magnitud, con distintas bandas de atracadores y republicanos. Apenas estábamos en el cuartel. Nuestro tiempo lo pasábamos en el camino, ya sea proporcionando escoltas a las diligencias o a personas notables que pasaban, cazando nuestros complots y conspiraciones, y haciendo arrestos en lugares lejanos y remotos del país, sorprendiendo bandas de guerrilleros, y ganando inteligencia de las fuerzas más formidables del enemigo”.

Francia “abandona” al Segundo Imperio

Francia decidió retirarse de México en 1866, por lo que abandonó al emperador. Sus tropas dejaron sus posiciones y se concentraron en la capital y en el puerto de Veracruz para una retirada general. También se negaron a ayudar al ejército imperial y a las legiones austriacas y belgas. En septiembre, Kendall y la Gendarmería Imperial fueron a Córdoba para mantener abierta la carretera hacia Paso del Macho para escoltar franceses, municiones y suministros. “Todos nos miraban en busca de protección” pues “el enemigo estaba cerca, apareciendo frecuentemente en cuerpos de cien o doscientos”.

La fiebre amarilla prevalecía en Córdoba, tierra caliente de Veracruz rodeada de una espesa vegetación, y cada día perdía dos o tres de sus hombres. Otros fueron emboscados en las afueras de Córdoba durante un día feriado, cuando se celebraba una corrida y nadie escuchó sus gritos de socorro.

Cuando en noviembre de 1866 Kendall recibió la orden de regresar a la capital con su cuerpo, se unieron a los restos de las fuerzas europeas del ejército imperial y la legión austriaca diezmada. En el camino relevó a la guarnición imperial de Texcoco, sitiada por los republicanos. Luego fueron a Ciudad de México para relevar a los franceses en los diferentes fuertes y garitas. Y aunque algunos de sus hombres decidieron salir de México, el británico se quedó por lealtad al emperador.

 

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